La Ciudad de México y su relación con el agua es absurda. Es un lugar que siempre está sediento a pesar de haberse asentado sobre el que era el mayor cuerpo de agua de Mesoamérica, un sistema hídrico de cinco grandes lagos interconectados. La deforestación, el concreto que impide la absorción pluvial y el entubamiento para drenaje de antiguos ríos han hecho posible este desastre, ejecutado poco a poco desde hace casi 500 años. Volver el tiempo es imposible. Pero convertir un sistema de tubos y pozos en uno basado en la sustentabilidad sí está en manos de los capitalinos.

Hoy a las 03:00 horas se recortó el suministro de agua en 410 colonias de trece delegaciones para dar mantenimiento al Sistema Cutzamala, el cual abastece desde otras entidades a millones de personas en la Ciudad de México. La medida se mantendrá hasta el lunes 1 de febrero y en el caso de Iztapalapa se prevé que el servicio se normalice hasta el día 6.

Más allá de la comprensible molestia que estas obras causan a la población, la ausencia de agua en los días próximos debería motivar al debate entre los tomadores de decisiones en la capital y en la Federación sobre qué van a hacer para garantizar el abasto de agua potable en el Valle de México en las décadas por venir. Los pronósticos son desalentadores.

En varias regiones del país, principalmente la Ciudad de México y su zona conurbada, se alcanzarán en el año 2030 niveles críticos de escasez. De acuerdo con el Atlas del Agua en México 2015, elaborado por la Comisión Nacional del Agua, dentro de tres lustros cada habitante recibirá por año menos de 500 metros cúbicos. En este momento se considera que el consumo medio de agua por habitante al año es de 5 mil metros cúbicos, es decir, 10 veces más.

La calidad de vida en el centro del país cambiará por completo si el Estado mexicano no hace algo desde ahora para cambiar el terrible vaticinio.

Extraer más agua del subsuelo —método predilecto para el abastecimiento en la Ciudad de México— no es una opción pues la sobreexplotación de los mantos acuíferos en la capital ya ha llegado al límite. Se saca el producto a mayor velocidad de lo que se recarga el manto. Además, genera hundimientos en la infraestructura urbana, desequilibrios en los ecosistemas que dependen de esas fuentes de agua y problemas para la agricultura de las zonas aledañas.

Desde hace años los expertos han insistido en la urgencia de realizar varias acciones de manera simultánea, entre ellas: reforestar para permitir la absorción de agua hacia el subsuelo; reciclar lo utilizado y disminuir el consumo. Otro año inicia y ninguna de estas medidas son parte de la agenda pública.

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