Si algo demostró la elección recién concluida es que los votantes independientes, ajenos a las estructuras de los partidos políticos, sí pesan y pueden sobreponerse a los intentos de inhibición del voto y a la manipulación.

Los resultados electorales muestran dos cosas: 1) son insuficientes los esfuerzos de los gobernadores —o partidos en el gobierno— para mantener a sus afines en el poder cuando la ciudadanía los rechaza. En Sonora, Nuevo León, Michoacán, Guerrero y Querétaro, la mayoría de las entidades en disputa, el gobierno cambiará de color a partir de esta elección. 2) No siempre el caos y la incivilidad se imponen. En 2006 se atribuyó la victoria del partido ganador a la campaña sucia contra el adversario más cercano; en 2012 se le adjudicó al dispendio en propaganda. Esta vez hubo indicios de ambas. Partidos, candidatos y algunos actores sociales apostaron a la violencia, a los golpes bajos sin sustento, al derroche en triquiñuelas y a la intimidación de los votantes. Perdieron claramente. El ciudadano se impuso.

Los beneficiarios inmediatos serán por supuesto los candidatos ganadores, pero si los votantes aprovechan esta oportunidad, así como los propios políticos victoriosos, este podría ser el principio del regreso de la esperanza en el método democrático en México, cada vez más debilitado desde que los resultados de los últimos gobiernos han caído por debajo de la expectativa.

La transición democrática en el año 2000 hizo pensar a muchos que iniciaba por fin el camino del país hacia la prosperidad, pues por fin los gobernantes serían premiados o castigados con el voto según sus acciones.

La realidad fue distinta. El clientelismo y corporativismo se mantuvieron hasta la fecha y el refinado (técnicamente hablando) sistema electoral mexicano sufrió la peor merma en su credibilidad cuando cerca de la mitad de la población descreyó los resultados electorales de 2006. La consecuencia fue que en lo sucesivo la confianza en la democracia en México, de acuerdo con la encuesta Latinobarómetro, bajó sin detenerse hasta la fecha.

El desencanto no ha cambiado radicalmente, pero al menos ahora se mandó un fuerte mensaje a la sociedad: la vía electoral sí influye en el poder y ningún partido o gobernante tiene los recursos para imponerse a ella.

El éxito o fracaso de esta nueva oportunidad para renovar la credibilidad en el sistema electoral mexicano dependerá del comportamiento de los partidos políticos, desde luego, pero sobre todo, del seguimiento que los ciudadanos hagan de los candidatos por los cuales votaron.

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