Gran temor se había acumulado durante los meses previos a la elección de que la de ayer pudiera ser una jornada llena de violencia. Se presentaron algunos actos deplorables, es verdad, pero en general la gran mayoría de las casillas cerraron sin incidentes. Es una prueba de la intrascendencia de quienes promovieron un boicot forzado al proceso.

Vale hacer la precisión de boicot “forzado” porque hubo quienes impulsaron la iniciativa del voto nulo, una idea sin intenciones violentas cuya premisa es evidenciar la obsolescencia de la clase política en general, no impedir el voto a quienes sí quieren manifestarse a favor de una opción política registrada.

El mayor incidente a destacar es el de Tixtla, en Guerrero, donde grupos de inconformes impidieron el funcionamiento de casi la mitad de las casillas correspondientes a ese municipio. Es un caso grave, sin duda, mas no suficiente como para haber puesto en riesgo siquiera la elección en ese estado, donde se instaló con éxito el 92% de las casillas.

Más allá de las consecuencias prácticas del fracaso del boicot, principalmente la no anulación de las elecciones en ninguna parte del país, lo más destacable es que los que hablaban de un movimiento popular generalizado que impediría la realización de elecciones se exhibieron a sí mismos en lo insignificante de su influencia.

¿A quién representa la CETEG y demás movimientos que buscaron que no hubiera elecciones? Menos del 1% de la población, seguramente, si como referencia se toma la cifra de casillas no instaladas.

Ahora bien, ¿el fracaso de los agentes antielecciones implica un triunfo de la clase política en general? No. Lo que los números de ayer nos muestran también es que la participación ciudadana fue de menos de la mitad del padrón electoral total. Es decir, son más los ciudadanos que pese a estar inscritos no sufragaron que quienes sí se tomaron el tiempo de hacerlo.

La legislación es la que otorga legitimidad a una elección, pues se supone que toda la sociedad ha aceptado que esas sean las reglas del juego. Ayer se cumplió la cantidad necesaria de sufragios para validar los comicios, pero ello no quiere decir que la población en general se considere representada por quienes resultaron electos.

Hay que celebrar la paz en las elecciones. A la vez, hay que recordar a los políticos: aun si no hubo llamas esta vez, ello no implica que el pasto no esté seco.

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