Al igual que en diciembre pasado, aprovecho mi columna de cierre de 2015 para compartir algunas reflexiones a 30 mil pies de altura, derivadas de los eventos geopolíticos registrados a lo largo de estos 12 meses y su incidencia en las megatendencias que se perfilan en el sistema internacional para 2016 y previsiblemente el horizonte cercano.

2015 ha atestiguado el fin del momento unipolar estadounidense, y con ello profundas rupturas estratégicas y movimientos tectónicos. Desde la caída del muro de Berlín, Estados Unidos había ocupado el papel de hegemón mundial, la “hiperpotencia”, como la llamó el ex canciller francés, Hubert Védrine. Pero a partir de los ataques terroristas de 2001 —y como respuesta a ellos— EU se extralimitó y se sobreextendió. La administración Bush militarizó su política exterior y en sendos conflictos, dejó un Afganistán vulnerable y un Estado iraquí roto. La respuesta ha sido la sobrecorrección de la administración Obama. A raíz del gigantesco costo económico de dos guerras simultáneas y habiéndole tomado el pulso a la sociedad estadounidense y su falta de apetito para el despliegue militar externo, hoy EU ha cedido espacios que están siendo llenados por otras naciones y actores no estatales. El saldo, indisputable a principios de este año con Siria, ha sido un cisma en la alianza entre EU y Europa; opiniones públicas que han desarrollado anticuerpos al uso de la fuerza y al activismo internacional; y naciones que han encontrado resquicios —o excusas— para minar la construcción de un sistema internacional de siglo XXI basado en reglas y valores universales así como en la cesión selectiva y por decisión propia de soberanía a favor de objetivos comunes y de bienes públicos globales. Si bien EU se mantiene como la principal potencia geopolítica, su participación en la economía global ha caído y su debate interno se ha vuelto ensimismado y aislacionista, con una política doméstica crecientemente disfuncional y una elección presidencial en puerta que indistintamente de quién gane, dejará cicatrices. Es una combinación inestable y peligrosa para el papel global que debe desempeñar EU.

El año que termina mañana es también el año del retorno de la competencia geoestratégica y del conflicto, entre naciones y entre éstas y actores no estatales. De entrada el Estado-nación confronta en prácticamente todo el mundo una doble insurrección. Una viene de abajo, la otra de arriba. Desde abajo hay un proceso que socava, corrompe y debilita al Estado y a la sociedad. Proviene tanto de traficantes de drogas, armas y personas como de hackers, demostrando que no hay tal cosa en el sistema internacional como espacios no gobernados; sólo hay espacios gobernados de maneras que no nos gustan. De arriba la amenaza proviene de una plutocracia, de élites globalizadas que buscan evitar la interacción con el Estado o volverlo anoréxico; que consideran que éste debe desembarazarse de las obligaciones y responsabilidades internacionales tradicionales de todo Estado. Y en medio se encuentra una sociedad civil mucho más vulnerable a las disrupciones, originadas ya sea por grupos terroristas o adolescentes sentados ante una computadora en su recámara. Adicionalmente, y a pesar de lo mucho que se habla de un mundo “plano” sin fronteras, el control de territorio sigue siendo fundamental para las relaciones internacionales. El orden internacional es al fin y al cabo un orden territorial y si uno no sabe quién o qué ocupa territorio, entenderá muy poco ese orden internacional. Y la estabilidad geopolítica global depende de sistemas regionales saludables. Estos, a lo largo de 2015, se han resquebrajado en Europa y en el Pacífico asiático. Estamos atestiguando el reajuste más significativo de poder global y de relaciones entre las potencias desde el colapso de la Unión Soviética. Ucrania, Siria y el mar de China meridional son una probada de lo que puede encerrar el futuro.

2015 demostró que sin una arquitectura internacional y regional que ubique el interés nacional en tareas y objetivos comunes, la hiperconectividad global está destinada a crear vulnerabilidad y fragmentación, poniendo en serios aprietos al internacionalismo liberal. Por ello, 2015 debiera ser también el año del gran despertar. Naciones y cancillerías tendrían que entender que el in estatu quo ante como eje ordenador para la visión, reflejos y actuación internacionales es hoy insostenible. El año deja como saldo la imperiosa necesidad de desarrollar de manera urgente una mayor comprensión de la escala sísmica de cambio que se cierne sobre la comunidad internacional. Pensar lo impensable se convierte en un nuevo imperativo estratégico.

Pero en el ínterin, agradezco a todos su lectura de estas columnas y ¡les deseo lo mejor para 2016!

Consultor internacional

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