Un cuarto de siglo después, sabemos que Francis Fukuyama erró al anticipar el fin de la historia. Sabemos, asimismo, que la caída del Muro de Berlín significó no sólo el fin del comunismo, sino el adiós definitivo a las utopías. Decir adiós a las utopías implica enterrar espacios vitales; las utopías son una suerte de rincones imprescindibles para construir el futuro a pesar del presente. En tiempos crueles y complejos, como los actuales, las utopías son necesarias; sin utopías, ¿cómo dialogar con los jóvenes?

El triunfo arrollador de Donald Trump sepulta toda utopía y anuncia el principio de la historia. Su victoria conlleva múltiples derrotas, la más dolorosa, para quienes pensamos en el poder y el valor de la razón, no es, parafraseando a Fukuyama, el fin de la razón, es la derrota de incontables valores occidentales. Ética, cultura, libertad, fraternidad, otredad y empatía son valores despreciados por los millones de trumps cuyos votos encumbran la sinrazón sobre la razón, la xenofobia y el racismo sobre la multiculturalidad, la deseducación sobre la educación.

Aunque no hemos palpado aún los significados que tendrá la victoria del magnate, sí sabemos, gracias a sus peroratas, que casi nada ni casi nadie se encuentra a salvo. Todos —mexicanos, musulmanes, chinos—, y todo —tratados comerciales, pactos económicos, diálogos con otras naciones—, son, somos, blanco de sus desmesuradas patrañas. Desmesuradas desde la razón, aceptadas con júbilo y odio por sus incontables seguidores, quienes, en uno de los últimos actos, portaban carteles con la fotografía de la cara de Hillary Clinton rodeada de los círculos y números propios del tiro al blanco. Y no sólo seguidores, sino, en contra, otra vez en contra de toda razón, seguidoras de Trump a pesar de Trump: su misoginia, además de atraer al hombre blanco sin educación, no desalentó a un número significativo de mujeres. Ver las fotos para creer: hombres y mujeres trumpistas portando carteles con la cara de Hillary como blanco.

Reconocer la astucia del próximo presidente de Estados Unidos es imprescindible: sus discursos dieron en el blanco preciso. Sus agresiones contra todo y todos fueron, son, atinadas. Poco importaron, al igual que las nauseabundas y equivocadas encuestas, los análisis de los expertos en comunicación quienes repitieron, hasta el hartazgo, que el 70% de los decires de Trump eran falsos o equivocados. Y nada importó la falta de apoyo de “grandes republicanos”. Trump no triunfó a pesar de sus dislates. Triunfó por sus dislates. Su campaña la hicieron él y millones y millones de estadounidenses xenófobos, misóginos, racistas, deseducados. El triunfo es de él. La derrota es de Estados Unidos, y será, por su alta contagiosidad, de todo el mundo.

No sabemos los significados de la revolución Trump. Sí sabemos que su fanatismo e ideario congrega a poco menos de la mitad de nuestros vecinos. Sabemos, lamentablemente, que su gabinete no estará constituido por hombres y mujeres (¡!) probos. Gobernar a su lado exige ser como él.

Lamentablemente, lecciones como la de Rosa Parks (1913-2005), o la narrada por William Faulkner (1897-1962), poco o nada valen. La primera, como se sabe, no acató la orden del chofer del autobús en que viajaba cuando la instó a pararse y cederle el asiento a un pasajero blanco. Eso sucedió en Montgomery, Alabama, en 1955. Dos años antes, Faulkner preguntó: ¿Merece sobrevivir este país? La pregunta del gran escritor surgió cuando se enteró del linchamiento de Emmett Till, un joven negro de 14 años que fue mutilado y asesinado en un pequeño pueblo de Mississippi tras cometer la osadía de chiflarle a una mujer blanca.

El fin de la historia es mera historia y teoría. La caída del Muro de Berlín quedó atrás. Las mal llamadas primaveras árabes han muerto. Los miles y miles de refugiados asiáticos y africanos no son historia: seguirán muriendo en el mar y seguirán siendo víctimas del odio europeo. Todo lo anterior es parte del inicio de la historia. La que Trump y muchos, demasiados, estadounidenses inauguraron el 8 de noviembre de 2016. Basta de tanta realidad, necesitamos utopías: urge sembrar esperanza a pesar de la desesperanza.

Notas insomnes. Rosa Parks y William Faulkner han muerto. El inicio de la historia apenas comienza.

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