Después de casi 30 años las elecciones presidenciales de 1988 siguen siendo un referente de lo que no se debe volver a repetir en nuestra historia: un fraude masivo a la voluntad popular. Cada vez que aparece una referencia, una publicación, alguna declaración de un actor involucrado, se vuelve a presentar el debate sobre lo que pasó áquel 1988 en México. ¿Qué tan lejos y qué tan cerca estamos de ese proceso?

Dos años después del 88 publicamos un libro colectivo coordinado por Pablo González Casanova, Segundo Informe sobre la democracia en México: México el 6 de julio de 1988, en donde se analizó esa elección fraudulenta. Cuando se cumplieron 20 años de aquella sucesión la periodista Martha Anaya publicó un libro, 1988: el año que se calló el sistema, en donde hizo una investigación sobre qué pasó y cuáles fueron los pactos que hubo entre Salinas y el panismo para legitimar la Presidencia. La publicación generó una polémica entre Manuel Bartlett y Carlos Salinas. De nuevo, hace unos días, Bartlett declaró que Salinas no había ganado (Reforma, 8/VII/2017) y el ex presidente, beneficiario del fraude, volvió a decir que todo fue legal y que las actas de esos comicios están en el Archivo General de la Nación.

El tema sale de nuevo, porque se acerca otra sucesión presidencial y la izquierda tiene posibilidades de ganar. Ya en 2006, tres sexenios después del 88, la izquierda se quedó a 0.56% del triunfo en unos comicios muy polémicos. El 2018 será otra oportunidad para redefinir el proyecto de país. Ojalá la energía y la voluntad política del país estuvieran orientadas a definir el proyecto de país, pero no es así. Después de 30 años todavía no tenemos un sistema electoral confiable y un árbitro que pueda dar certeza de que el voto popular será libre. En lugar de eso hay una clase política obsesionada en sacar ventaja indebida de los recursos públicos y de los programas sociales que administran la pobreza. En lugar de sectores corporativos, partido hegemónico, fraude rural y una ausencia de árbitro, hoy tenemos redes de clientelismo, un sistema partidocrático, compra y coacción del voto y un árbitro que ha sido capturado por los mismos partidos. Un panorama poco alentador después de 40 años de reformas electorales.

El 88 fue muy importante no sólo por el fraude masivo orquestado desde el poder, sino porque fue el inicio del sistema de tres grandes fuerzas partidistas, porque el PRI tuvo una caída histórica de su voto, porque el proyecto de país se alineó en las coordenadas del neoliberalismo y, porque se inició el pacto de las derechas que ha gobernado el país (PRI y PAN) y que han impedido que la izquierda llegue al poder.

Estamos lejos del 88, sobre todo porque el dominio que tenía el PRI de las zonas rurales del país se ha fragmentado; porque la competitividad del sistema electoral se ha elevado de manera importante; porque el grado de organización de los partidos ha crecido por todo el territorio nacional; porque la complejidad del sistema electoral se ha multiplicado. Hoy existen partes del proceso electoral que son confiables y otras que han sido capturadas. También han cambiado las preocupaciones de la ciudadanía. Antes la democracia electoral aparecía como un gran paraguas de transformación. Ahora son otros temas que preocupan mucho más a los votantes, como la inseguridad, la presencia insoportable del crimen organizado, la extensión imparable de la corrupción y la precariedad laboral. También estamos lejos porque observamos un Estado completamente rebasado, con amplias partes comprometidas y poco confiables. El gobierno federal, que encabeza Peña Nieto, tiene poca credibilidad (menos del 20%), pero todavía controla instituciones para burlar la volutad popular mediante el uso de los recursos públicos, como lo acaba de hacer en el Estado de México, y en eso sí estamos cerca del 88.

Quizá los cambios más importantes en estos 30 años, además de la estrategia de desarrollo orientada a la exportación a Estados Unidos, sea la transformación en la cultura política y en las prácticas ciudadanas frente al poder. Hoy domina una mezcla entre desecanto y enojo que puede ser el vector para que 2018 no sea otro 88. Ya veremos…

Investigador del CIESAS. @AzizNassif

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