Dicen que la tierra se sangoloteaba con furia. Una inmensa nube grisácea lanzaba piedras, rugía y emanaba vapor. Los habitantes de San Juan Parangaricutiro, Michoacán, creyeron que el fin del mundo había llegado. El 20 de febrero de 1943, lenguas de fuego abrazaban la oscuridad y México veía el nacimiento del volcán más joven del mundo, el Paricutín.

Setenta y cuatro años después, las olas de lava parecen estar completamente petrificadas. Sin embargo, la tierra aun libera calor a través de sus grietas, en forma de vapor y con ese olor tan característico del azufre.

El Paricutín es un majestuoso viaje entre lava
El Paricutín es un majestuoso viaje entre lava


El viajero puede ascender el lado este del Paricutín, hasta llegar a la cima del “zapicho”, el más pequeño de los cinco subcráteres. Desde éste se ven los pueblos de Angahuan (la lava llegó hasta allá en año y tres meses), el Nuevo San Juan y San Salvador Combutzio (mejor conocido como Caltzontzin), fundados por los habitantes que se apartaron del camino de la lava.
 

La iglesia enterrada en un mar de lava

A 30 minutos del volcán, en auto o a caballo, se encuentra lo único que la erupción no pudo lapidar, la iglesia de San Juan Parangaricutiro.
 

El Paricutín es un majestuoso viaje entre lava
El Paricutín es un majestuoso viaje entre lava

 

Aquí hay niños y adultos mayores que te llevan a caminar entre el cementerio de rocas, te muestran las fotografías del antes y después de San Juan y te cuentan algunas creencias purépechas sobre el nacimiento del Paricutín, como aquella que considera el suceso como una maldición divina, ya que en esos años los pueblos de San Juan y Paricutín se disputaban la cruz que un sacerdote colocó en medio de ambos pueblos. El castigo fue que ambos sitios fueran sepultados.

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