Corría 1982 cuando la escritora y periodista argentina Vlady Kociancich publicó La octava maravilla ante el beneplácito de sus amigos: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar, con quien Kociancich compartía la pasión por la narrativa fantástica. Hoy, casi 40 años después de esa primera edición la narradora de 79 años habla de su primera novela que acaba de aparecer en México en la colección Vindictas bajo el sello de la UNAM, y recuerda a los tres grandes escritores argentinos que fueron sus guías por la literatura.

A través de un personaje masculino: Alberto Paradella, un solitario escritor que tuvo que estudiar derecho para complacer a su familia, la narradora dice que recuperó “la emoción de una época, esa tristeza, aislamiento, rareza y presión de una sociedad de clase media de la Argentina en los años 50 y 60”.

En entrevista, la narradora y periodista asegura a EL UNIVERSAL que la falta de libertad y sus consecuencias son un tema que la crítica y los estudiosos de su literatura, han destacado en su narrativa que supera las 15 obras y que recién descubre México. “La falta de libertad parece ser un tema que está constante en mi obra, esos raros o extraños que no aceptan las condiciones o las modas, y que va de la mano del tema del viaje”.

Historias que aborda desde el género fantástico, porque lo fantástico era una forma de rebelarse ante los demás, y que compartió con Borges, Casares y Cortázar, aunque dice Kociancich que de la obra de sus maestros —Borges y Casares— no pudo tomar nada porque “cualquier cosa que uno tome de esos dos escritores, que son compactos como diamantes, queda una mera copia”.

La crítica literaria y traductora, nacida en Buenos Aires en 1941, agrega: “Lo que yo quería hacer era completamente distinto, en ese sentido he estado más cerca, por mi edad y por la forma de escribir, de lo que propone Julio Cortázar, porque La octava maravilla es fantástica por el manejo del tiempo y el espacio, y ese tipo de estructuras no está en mis otros libros, pero sí el toque de la irrealidad, igual que en la obra de Cortázar; la vida cotidiana es mucho más misteriosa de lo que suponemos”.

Algo distinto ocurrió con Borges y Casares. “La obra de Borges es la de un poeta que se convierte en narrador, y Bioy Casares es un prosista que todo el tiempo utiliza literatura fantástica, y por la misma diferencia de edad que yo tenía con ellos, era otro concepto de la vida y la experiencia”.

Vlady tenía 17 o 18 años cuando conoció a Borges, ella ya estaba fascinada por la literatura fantástica que había leído desde muy chica, desde que conoció Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, Grandes expectativas, de Charles Dickens, y luego Joseph Conrad.

“Lo más importante de mis dos amigos: Borges y Bioy era que tenía dos bibliotecas que podía usar, ellos me proveían los libros, los comentaba con ellos, siempre, durante más o menos 30 años que duró la amistad”, dice Vlady y recuerda que Borges le traía sus propios libros, los que él había leído de niño, “a esa edad lo que yo más quería no era escribir, quería información, tenía una pasión por la literatura y sabía que era chica y bastante ignorante porque por más que estuviera en la facultad no sabía lo que sabían estos dos amigos”.

A Vlady le bastaba con mencionar un libro o un autor no leído para que en el encuentro siguien te Bioy o Borges le trajeran la obra, “mi educación fue la lectura. Borges y yo sí estudiamos juntos, porque Borges estudió no dictó el curso de inglés medieval, donde lo conocí”.

Dice Vlady que ella no sabía que Borges escribía cuando lo conoció, sólo era su profesor de literatura inglesa, y dice, a pesar de su erudición, Borges “no me trataba ni como un profesor ni como un padre, me trataba como igual,; lo mismo Bioy Casares, pero todavía yo no había escrito nada, eso es lo más raro, ambos estaban seguros de que yo escribía secretamente, pero no se me ocurría ni mostrar cuentos ni nada, era consciente de que no estaba todavía preparada, que tenía que leer y escribir más”.

Asegura que conocer a Borges era conocer a Bioy Casares, eran tan amigos que se veían siempre y esa amistad ella la contó en el libro de ensayos La raza de los nerviosos. Una amistad que está latente en La octava maravilla pues la novela incluye prólogo de Bioy Casares, que Libros UNAM mantuvo y ha enriquecido, como todas las novelas de la colección Vindictas, con la presentación de una joven narradora, que en este caso es Gabriela Damián Miravete.

Vlady Kociancich dice que la curiosidad y el asombro son sus grandes motores, “siempre quiero saber más. Me fascinan los nuevos descubrimientos arqueológicos; Grecia, Roma, Egipto, leo sobre la historia del transporte en la antigüedad, leo que 200 años antes de Cristo los egipcios tenían carruajes y hacían turismo. La historia me fascina y también aprender alguna cosa nueva, realmente soy como un gato para la curiosidad, sólo que no respondo al refrán: ‘la curiosidad mató al gato’. Yo estoy muy viva”.

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