¿Qué funcionarios se autopromocionan en la Cuarta Transformación?

Hace unos días, el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), dependencia que será adscrita a la Secretaría de Cultura, realizó en su tienda ubicada en avenida Patriotismo un evento de música y poesía titulado “La invención del amor”. Los invitados fueron de lujo: la poeta zapoteca Natalia Toledo, subsecretaria de Diversidad Cultural de la dependencia que dirige Alejandra Frausto, y el poeta mazateco Juan Gregorio Regino, director del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali), quienes estuvieron acompañados por el Trío Huasteco Noxtli. El acto marcó el inicio de las celebraciones por el Año Internacional de las Lenguas Indígenas. La autopromoción de los creadores que se vuelven funcionarios no es nueva ni propia de la Cuarta Transformación. Por años se ha discutido acerca de si un artista que posee un cargo no debería programarse; servir a los demás debe ser su misión. ¿En serio no había más poetas de lenguas indígenas? Hay quien, como la poeta María Rivera, considera que cosas así son corruptas y tienen un conflicto de interés. Hay otras situaciones que están poniendo en alerta a la comunidad sobre cuál es el papel de la nueva administración cultural: El director del Fonca, Mario Bellatin, responde “a título personal” y a través de su cuenta de Facebook a las inquietudes que los creadores han manifestado ante la “refundación” del sistema de becas. ¿Esa es la vía? La bailarina Elisa Carrillo trabajará con su esposo en la Compañía Nacional de Danza. ¿No había nadie más? La forma es fondo. ¿O no?

Kleinburg casi mete la pata

Nos cuenta que quien casi mete la pata es el crítico de música Gerardo Kleinburg, quien se puso a promocionar su curso Introducción a la ópera que inició este fin de semana en un lugar de la colonia Roma. El problema no es el curso, tampoco el contenido y mucho menos el lugar donde lo imparte, sino la forma en que lo andaba haciendo. Kleinburg lo quiso promocionar a través de un video en el que usaba una escena de la película Roma, esa en la que el padre de familia entra con precisión milimétrica al estacionamiento de la emblemática casa ubicada en la calle Tepeji. Hasta ahí todo bien; sin embargo, lo que el crítico olvidó es que existe algo llamado derechos de autor. Menos mal que recapacitó y pidió a sus contactos que olvidaran el video, porque poquito más y se mete en problemas con la mismísima Netflix.

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