“¡Hagan su pinche trabajo ineptos de mierda!, ¡dejen de ser cómplices de feminicidas y violadores, carajo!”, es el coro de la canción de salsa “Azúcar rabiosa”, que con testimonios de mujeres compuso , y que en 2018 se cantó y bailó como flash mob afuera de Procuraduría General de Justicia.

Cerrucha es fotógrafa, artista y activista. Originaria de la Ciudad de México y formada en Fotografía en la Universidad Concordia en Montreal, todo su trabajo creativo y activismo apunta a descifrar y transparentar mecanismos de violencia que tenemos en el lenguaje y en las actitudes cotidianas, para abrir un diálogo sobre el tema desde sus obras y talleres. Su nombre apela a eso; Cerrucha significa: “Herramienta manual que utiliza el arte para abrir la mente de quien observa la obra”.

¿Qué te lleva a esta revisión de lenguajes y formas como es vista y tratada la mujer?

Desde siempre he sido muy criticona de todo lo que está a mi alrededor; se me transparentaba mucho entender los mecanismos que había, las desigualdades, y la parte creativa siempre estuvo muy presente también. Hice foto desde los 14 años y, como no había la licenciatura, probé muchas cosas, como estudiar Sociología en la UNAM. Me fui del país a estudiar a Canadá. Diferentes vivencias —el acoso, el abuso, mi vivencia como mujer— se empezaron a manifestar en mi arte.

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Estar lejos por siete años me hizo tener transparencia para decirme cosas como “aquí el lenguaje está muy cargado de violencia; esto no es normal”. Me empecé a acercar a los feminismos, hice un proyecto que se llamó Invisible, de cómo se perpetúa el lenguaje a través del sexismo, pero no resonó allá. Me di cuenta de que mis proyectos y mi lucha tenían un sentido y un por qué en mi país.

De vuelta a México, Cerrucha llevó su proyecto fotográfico al espacio público, sobre Insurgentes Sur, a lo largo de 8.5 km, con cuatro imágenes de personas con tatuajes, con frases sexistas. Invisible fue impreso en papel periódico. Los medios masivos, el espacio público y la salsa son estrategias que utiliza para llegar a públicos más amplios: “Mis proyectos de arte tienen la finalidad de llegar a una gran cantidad de personas. No voy a decir que es crear conciencia en toda la población, pero sí poner una conversación sobre la mesa”.

¿Cuáles son esas situaciones de desigualdad y opresión que has detectado y que quieres señalar?

Empezaría por el lenguaje que está en todos; me interesa trabajar desde ahí porque es de los pilares, de las estructuras en que se puede hacer un cambio de pensamiento y acción. Luego, las actitudes de las personas que se identifican como hombres, actitudes como de no cuidado, desde no saber cocinar o atenderse como seres humanos sino buscando a alguien que vea por ellos; hombres que no tienen madurez emocional para sostenerse. Y actitudes en la violencia conyugal, de pareja, entender las relaciones de mi madre, de mis abuelas, de mis amigas, las mías. Estar en constante revisión de nosotras, reeducarnos, romper patrones.

Cosas como vivir con miedo, miedo a que hubiera levantones de mujeres en el Metro; o la desconfianza cuando quieres tener una cita —mucho más en pandemia— y estás dispuesta a exponerte a grados muy grandes de violencia para ver si eres compatible con alguien. La paranoia es parte de nuestras vidas.

Hay una violencia sutil que genera enfermedades, como fibromialgia; a mi mamá se la detectaron. Cuando tienes una historia de tantas violencias, de ser proveedora y de estar al tiro, el nivel de estrés es brutal, todo el tiempo tienes el cortisol arriba hasta que se te queda pegado el timbre y tienes algo que te enferma, que se manifiesta…

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Entre más te metes a estudiar de los feminismos y a entender el entramado, es más difícil encontrar una pareja —leída como hombre— que no esté perpetuando círculos viciosos en los que una no está dispuesta a participar.

¿Qué encuentras en los lenguajes de esta sociedad?

La manera como nombramos el mundo es la manera como lo percibimos y entendemos, es lo que existe en nuestro imaginario o no; cambiar ese lenguaje es una manera de cambiar cómo pensamos y cómo actuamos en la realidad. Una manera de accionar es estar todo el tiempo repensando la manera como estamos hablando. Todas crecimos con el “chinga tu madre”, pero, a ver: ‘¿qué otra cosa puede satisfacer mi necesidad de mentársela a alguien, que no sea con esta parte sexista, racista o clasista?” He visto cómo, a lo largo de mi proceso como feminista, he cambiado algunas cosas en mi lenguaje y ha cambiado mi percepción del entorno. Así se transparentan todavía más las violencias a las cuales estamos acostumbrados y que hemos normalizado. Empiezas a poner límites y puedes crear espacios seguros a través del lenguaje, de lo que se tolera y lo que no.

¿Qué piensas del machismo que hay en esta ciudad?

En la ciudad hay muchos mundos y, dependiendo del estatus socioeconómico, es más sutil la violencia. Hay un machismo progre que se ve más entre más alta es la estratificación económica. El machismo, el sexismo y la violencia están transversales en México, pero el cómo se enuncia es distinto. La violencia no es que esté estratificada, no es que en determinado estrato socieconómico, por tener acceso a cierta educación, desaparezca o se tenga una conciencia al respecto. Para nada. Simplemente cambian las palabras; pero la violencia y la manera de percibir los cuerpos feminizados es la misma. El “guapa”, “mamita”, “chiquita” me son violentos: “Nadie te pidió tu opinión”. Y eso es un “hola”, simplemente, y te lo dice quien sea y así es como te están viendo.

¿Qué ha cambiado con el trabajo del arte y activismo?

Ha cambiado en ciertos niveles; hay mucha más visibilidad de los movimientos, se habla más del tema, tenemos más posibilidades de avanzar, más leyes, más personas en las marchas, pero esas leyes no es que se estén siguiendo ni están haciendo que bajen los feminicidios, sino que han ido al alza. Ha sido inversamente proporcional. Entre más visibilidad, hay un backlash (reacción), una especie de “regresen al guacal”… Cada vez que avanzamos, en cuanto a paridad o en las instituciones, por otro lado está saliendo la presión. Se está recrudeciendo la violencia e incrementándose, no solamente en las estadísticas, sino en lo que se hace a las personas con cuerpos feminizados y a las niñas. Sí se avanza con la ley Olimpia, y es buenísimo, pero sigue habiendo violencia. Eso es muy desmoralizante.

Y cada vez que se sale más a las calles hay más represión, no sólo policial sino civil; esa parte del sistema de “regrésate al guacal”, la fuerza del patriarcado que está diciendo: “Yo sigo manteniendo el poder”.

¿Qué diferencias hallas en la violencia en el espacio público y el privado?

Creo que es distinto, simplemente, pero que en el espacio privado puede ser brutal, porque es a puerta cerrada, y te puede afectar en lo más profundo porque es lo tuyo, es constante, es tu espacio vital. Es como la tortura de la gota de agua, de a poquitos hasta que te hace un hoyo; en la casa también se asesina, se viola. En el espacio público es distinto, no son las mismas personas, pero es el acoso, las violaciones, y está por todos lados: en los medios de comunicación, en la publicidad sexista.

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¿Qué percibes que causó la pandemia?

Ha regresado a las mujeres a su espacio doméstico; y muchas han regresado a la violencia, a relegarse a un espacio del que socialmente nos habíamos emancipado.

¿Qué trabajas hoy?

Voy a retomar el proyecto Trinchera que hice a principios de año para el Festival Tiempo de Mujeres. Trabajo en Arte Arma de Construcción Masiva, que es una serie de entrevistas por Instagram Live con artistas y activistas a nivel global; cuando hablamos de arte y activismo todo está mediado por Europa o Estados Unidos, y está en inglés, y nunca hay una conversación directa con otros continentes; y crear estas conexiones me encantaría.

Este año también me empuja a hacer proyectos que sean menos solemnes. Me interesa hablar del tema, también con el disfrute. “Azúcar rabiosa” es de los proyectos que más me ha gustado hacer, fue una canción de salsa con testimonios de personas que le hablaban a lo que entonces era la PGJ, hoy DGJ, sobre su desempeño contra los femicidios y transfeminicidios en la Ciudad de México; la canción es una mentada gigante a la PGJ. Ese el poder más grande que tiene el arte; se coló por los sentidos, el ritmo, el son, porque la salsa le encanta a la banda; eso es algo que me interesa: utilizar ese tipo de estrategias, protestar, de una manera en la que descoloca a la autoridad.

Es imprescindible hablar del tema de la violencia contra la mujer, pero creo que también he visto mucho dentro de los feminismos esa parte de sufrirlo; yo cree “Azúcar rabiosa” porque estaba abrumada por todo lo que sucedía, no sólo los feminicidios sino los abusos, violaciones. Y algo que me dio ese proyecto es pensar: ‘Yo lo que tengo es vida y no puedo seguir protestando sin disfrutar mi vida, porque se me va a ir la vida sin disfrutarla y llorando’, porque cada vez que leo algo me da toda la impotencia y el sentimiento.

Por eso quiero, en cada proyecto, crear redes donde se puedan encontrar y donde nutrirse de fuerza porque lo que está sucediendo es horroroso pero también la vida es muy bella . Por ahí me quiero meter; por la risa, el humor y por crear enclaves de resistencia.

Frases

"Entre más te metes a estudiar de los feminismos y a entender el entramado, es más difícil encontrar una pareja —leída como hombre— que no esté perpetuando círculos viciosos en los que una no está dispuesta a participar".

"El machismo, el sexismo y la violencia están transversales en México, pero el cómo se enuncia es distinto”