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El Museo de Zaragoza
expone desde este lunes una fantasmagoría de Francisco de Goya y dos bocetos de Francisco Bayeu y Antonio González Velázquez , tres obras cedidas y que conoció, en abril de 2016, el historiador del arte Arturo Ansón.
El director general de Cultura y Patrimonio del Gobierno de Aragón, Nacho Escuín, comentó que estas obras se exponen en el Museo de Zaragoza, que las tiene en depósito, gracias a la cesión de una familia que mantiene el anonimato.
Las piezas no han salido de la capital aragonesa en unos 200 años. Escuaín ha enmarcado la incorporación de estas obras a la exposición del Museo con la voluntad del Gobierno de Aragón de mostrar "lo que es Aragón a través de grandes genios", como es el caso de la exhibición que vincula la obra de Luis Buñuel con la de Goya.
Arturo Ansón ha explicado que Goya pintó la "Visión fantasmal" en un momento de "plenitud creativa", reflejando "esas imágenes espectrales" que guardan similitud con las fantasmagorías, trabajando de una forma "rápida" para plasmar "lo que su mente le expresaba".
"No es ni un boceto", ha comentado Arturo Ansón, quien ha apuntado que el autor regaló "este borrón" a Juan Martín de Goicoechea , tras lo que ha recordado que "ningún pintor de la época" hizo una obra de temática similar. Incluso dentro de su propia obra, "aun teniendo en cuenta las series fantásticas que había pintado, no hay imágenes tan espectaculares" como esta.
Es un óleo sobre lienzo de 26 por 17 centímetros. La imagen sólo se conocía por una imagen en blanco y negro tomada del fotógrafo Juan Mora Insa que apareció en el número monográfico dedicado a Goya en 1928 por la revista Aragón , del SIPA, con motivo de la conmemoración del Centenario de la muerte del pintor.
Es la primera vez que se expone al público.
Existe la seguridad de que en 1928 la pintura 'Visión fantasmal' formaba parte de la colección de los condes de Gabarda y estaba en su palacio de Zaragoza, situado en la plaza del Justicia, hoy sede del Colegio Notarial de Aragón.
Este pequeño cuadro es un boceto en el que el Goya habría querido plasmar una idea fantástica, un sueño, un "capricho fantasmal", que después podría concretar o desarrollar en un formato mayor y más detallado. Pero se quedó en su primer estadio de ejecución. La escena acontece en un ambiente de nocturnidad y en un exterior.
En el centro de ella, un fantasma se aparece a una serie de figuras humanas que están apenas sugeridas en la parte inferior de la composición, en un primer plano. Es un ser demoníaco, del que el pintor sugirió ojos, nariz y boca, y dos cuernos que salen de su cabeza; va vestido con capa negruzca, y una larga cabellera le cae por los hombros.
De los seres humanos, los bultos de cuatro figuras están definidos con cortas y empastadas pinceladas rosáceas que destacan sobre el fondo marrón oscuro que sugiere la oscuridad nocturna.
En el extremo derecho de la composición, más próximas al espectador, se aprecian otras tres figuras humanas, algo más definidas en claroscuro; una está en pie, otra con el cuerpo inclinado hacia delante, y la tercera parece que está sentada o recostada sobre el suelo o una piedra.
Las dos primeras parecen mujeres, vueltas de espaldas a los fantasmas, con los cuerpos recubiertos con mantos o sábanas blancas, no así la figura recostada, que apenas está definida. Algunas figuras más, en plano posterior a éstas, están solo sugeridas mediante un leve frotado con el pincel, y ya sin carga de pintura. El borrón está ejecutado "alla prima", sin dibujo previo, sin correcciones, queriendo plasmar el autor de inmediato imágenes soñadas o sugeridas por algún relato literario.
Sobre la imprimación blanca, hay una ligera base ocre, sobre la que aplicó pinceladas más oscuras. Unas ligeras pinceladas amarillas iluminan ese fondo espectral. Es el único toque de color claro que rompe el predominio cromático oscuro del cuadro.
Arturo Ansón considera esta visión fantasmal obra autógrafa de Francisco de Goya , porque tiene los modos de pintar del pintor aragonés, y también responde a la temática fantástica o caprichosa que él plasmó en grabados y cuadros del periodo posterior a su grave enfermedad y su sordera, en los últimos años del siglo XVIII, entre 1797 y 1800, aproximadamente.
Responde ya a una temática y una sensiblilidad en la que el espíritu de la Ilustración ya presenta rasgos prerrománticos, reflejando lo "sublime fantástico", presente en algunas obras de Goya de esos años. .
La obra es poco conocida, tan sólo por una fotografía en blanco y negro sacada de una placa que se hizo hacia 1936-1937, cuando se incautó a su propietario, el marqués de Toca, y por un pequeño catálogo de la exposición que sobre Los Bayeu se organizó en Zaragoza en 1968.
akc