Desde hace varios años se escucha en el Festival Internacional Cervantino (FIC) una percepción cada vez más generalizada: ha ido perdiendo, poco a poco, brillantez. La llamada Fiesta del Espíritu se había caracterizado por ser una ventana a lo mejor de las artes en el mundo. Así. Lo mejor. Sin regateo. Ahora, con mucha suerte, se pueden ver dos o tres figuras que son un referente en su ámbito.

Este año, coinciden periodistas, no solamente hay pocas figuras de reconocido prestigio, existe una programación muy dispersa, días enteros en los que parecen ocurrir muy pocas cosas. Nadie demerita el esfuerzo, el talento y la trayectoria de cada uno de los invitados al evento, todos muy loables y plausibles, pero el Cervantino se trataba de otra cosa.

Ni hablar de la poca cobertura que ha tenido esta edición del FIC, de los contratiempos logísiticos que han tenido que sortear los medios de comunicación, ni de la poca presencia de su directora, Marcela Diez; ni de las cancelaciones de última hora que han hecho al menos dos artistas, ni de los altos precios en algunos de los restaurantes más tradicionales de Guanajuato, donde se realiza.

El contexto del país no da pie para pensar en una renovada época de gloria. Al final de esta edición, ya sabemos, se presentarán un sinfín de cifras que, de acuerdo con los organizadores, darán cuenta de un éxito rotundo. La autocrítica también es necesaria. ¿Habrá? Además, el año siguiente hay elecciones, diversos estados tendrán que enfrentar una dura reconstrucción tras los sismos de septiembre pasado y el Proyecto de Presupuesto para el sector cultural enviado por el Poder Ejecutivo no contaba con un notable aumento. Los retos para los años venideros serán cada vez más grandes. ¿Hay capacidad y creatividad para poder enfrentarlos?

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