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En La reserva (Catar-México, 2025), fervoroso debut como autor total del capitalino exasistente de dirección (de Rodrigo Plá, Claudia Sainte-Luce y Alonso Ruizpalacios) del CCC egresado de 38 años Pablo Pérez Lombardini (cortos previos: La laguna encantada 13, Flores silvestres 15), sorpresivos mejores director, película y actriz en Morelia 25, la vigorosa guardabosques chiapaneca Julia (Carolina Guzmán) abandona por temporadas su comunidad en Monte Virgen para residir en lo alto de la montaña vigilando la reserva ejidal y registrando datos de sobrevivientes especies raras (tapir, jabalí, mono araña, jaguar), pero cierta noche descubre la clandestina malobra de talamontes haciendo de las suyas en colaboración con familias desplazadas que se han allí asentado, por lo que, de regreso a su humilde morada, luego de abrazar a su adorada hijita entenada Mayita (Corina Paola Pérez), relevar a la resentida abuela deshecha América (Verónica Ángel Pérez) en la cosecha y procesamientos de los granos de café siempre mal pagados, y consolar al querido vecino Gerson (Abel Aguilar Morales) golpeado sin razón aparente por manos criminales, la acelerada Julia convoca entonces, con la anuencia del viejo Comisario internamente electo (Rocael Ramírez Gómez), a una junta comunal para exponer la delicada situación apremiante que en un futuro afectará el ciclo del agua de toda la región, y solicitar una valerosa unión colectiva para remediarlo, la cual será cobarde y ominosamente negada, sin embargo consiguiendo un mínimo auxilio para subir a la montaña a exigir y obtener la partida de los invasivos depredadores al lado de sus parentelas, aunque recibiendo muy pronto en respuesta por teléfono feroces amenazas irónicamente dulcísimas desde Tapachula de parte del implacable crimen organizado para que se una a él o pierda la vida, obligándola a emigrar de inmediato a la ciudad, llevándose consigo a la abuela y a su niñita, debiendo sobrevivir las tres en cualquier pocilga y laborando la buena Julia como cajera de supermercado o cobradora a lamentable gente empobrecida, hasta ver morir en la tristeza a la enmudecida anciana enferma y tener que devolverle la entenadita bienamada a su arrepentida verdadera madre abandonadora (Marcela Gómez Roblero), antes de ir a reclamar en opresivas circunstancias distintas el antiguo puesto de guardabosques que, sin perder jamás el ánimo de lucha ni la dignidad, la orilló a un acaso ineluctable martirio ambientalista.
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El martirio ambientalista apoya la eficacia emotiva y la reciedumbre agreste de su vigorosa trama sobre una cambiante estructura en dos tiempos, en dos acometidas: la primera expositiva semidocumental planteando las premisas narrativo-sociales, y la segunda nerviosa de vértigo para exponer las consecuencias desintegradoras tanto del micronúcleo familiar protagonista como del relato que lo contiene en vano, pero además sobre una fotografía en blanco/negro con apariencia desmañada del germano Moritz Tessendorf que explícitamente se inspira tanto en el artista visual estadunidense Ansel Adams (esos contrastes gráficos mediante un sistema de zonas) como en el brasileño Sebastiao Salgado (esos aguafuertes naturales ásperamente sociodocumentales), una tajante edición elíptica de Florian Seufert que convoca numerosos espacios en negro, una música de Yom que procede a súbitas embestidas de alientos, un sonido original de Fernando Hurtado dosificado a impulsos, un diseño de producción de Selva Tulián tomando muy en serio sus aspiraciones neonaruralistas y un magistral manejo cececiano de asombrosos actores espontáneos no profesionales ultraverosímiles (al nivel del olvidado Vargas de El violín 06 o de las imponentes distopías desharrapadas de Hernández Cordón), dando como resultado “esa sinfonía de quietud y ruptura/ como si escuchara al viento, al silencio, a los temblores dentro del corazón” que entusiasmó a los morelianos juzgadores extranjeros, mucho más allá de un panfleto sociopolítico con picaduras pornomiserables-seudoantropológicas muy exportables, cualquier lastimero melodrama paternalista u oficioso, algún despistado gemelo indigente del sobrelaborado superwestern antimacarthista con la aguerrida guardabosques perfecta sucedánea fordiana hembrista/posmachista del sheriff Gary Cooper dejado Sólo ante el peligro-A la hora señalada (Zinnemann 52), o un simple thriller ecologista cotidiano y heterodoxo.
El martirio ambientalista se abre también a la maternal invención de un feérico cuento de princesitas para dormir a la ingenua Mayita tan enternecedora cuan sarcásticamente con ellas identificada, la cadena de las pretextuales rebajas en el precio de los costales de café que a través del impersonalizante celular del mayorista don Adolfo (Adolfo Bonifacio Carbajal) redunda en la vil explotación de los ejidatarios productores, la elocuente comparación de la nefasta labor del ecocidio de árboles con la plaga de la roya, o la fiera omnirreprobatoria mudez pasiva de la abuela América dejándose estoicamente extinguir, cual desembocadura lógica de su femiesclavizada deshumanización.
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El martirio ambientalista aborda así de manera frontal y vivenciada el tema inédito del exterminio impune de líderes ambientalistas a lo largo y a lo ancho del territorio nacional (25 sólo en 2024), por excepción tratado antes por el espinoso necrodocumental El guardián de las monarcas (Ruprah de Fina 24), invocando ahora la arcaizante desnudez en planos autoconscienes del mejor cine filipino (Raya Martin, Lav Díaz) y contradecir de raíz el terrible dictum del hoy refutadísimo pesimista Hobbes, según el cual: “Al deseo, acompañado de la idea de satisfacerse, se le llama esperanza, despojado de ella, desesperación”.
Y el martirio ambientalista contempla a la dignísima Julia vistiendo de nuevo su uniforme de guardabosques e internándose en la espesura del monte, sacrificando otra vez todo para proteger a la selva de una deforestación forzada.
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