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La educación: un asunto peliagudo. Grandes pensadores se han debatido con el tema. Para Platón, el objetivo de la educación es el de “formar almas justas y guiar al individuo hacia la verdad.”
Aristóteles nos dice que la educación debe servir para “formar ciudadanos virtuosos y racionales que vivan en comunidad.” John Locke señala que el objetivo es de “formar personas libres, racionales y responsables.”
Paulo Freire, educador y pedagogo brasileño, en cuya filosofía se basan nuestros actuales libros de texto, dice que la educación debe servir para “liberar a los oprimidos y transformar la sociedad.”
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¿En serio? ¿Seguimos pensando en pleno siglo XXI en términos de opresores vs oprimidos? Este concepto fue acuñado por Karl Heinrich Marx, filósofo, economista, historiador y revolucionario alemán, que vivió entre 1818 y 1883.
Para comprender la obra de Marx, hay que tener claro el contexto. Cuando él escribe El Capital, en 1867, Europa estaba inmersa en profundas transformaciones sociales, económicas y políticas, derivadas de la Revolución Industrial. Los salarios apenas alcanzaban para sobrevivir. Había una enorme brecha entre ricos y pobres.
Jornadas laborales de 12 a 16 horas diarias, 6 o incluso 7 días a la semana. No existía legislación que protegiera a los trabajadores. No había salario mínimo, vacaciones, seguridad laboral ni sindicatos fuertes. No había acceso generalizado a agua potable, cloacas ni recolección de basura. Enfermedades como el cólera, la tuberculosis y el tifus eran comunes debido a las malas condiciones sanitarias.
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El mundo en el que vivimos hoy no tiene nada que ver con el mundo en el que vivió Don Carlos en el siglo XIX. Incluso estoy convencido de que el pobre hombre se revolcaría en su tumba si tuviera que ver las atrocidades y verdaderos crímenes contra la humanidad cometidos en su nombre por dictadores como Iósif Stalin, Mao Zedong y Fidel Castro.
La revolución industrial ya dio paso hace mucho a la era del conocimiento. La riqueza de los países no se basa más en sus materias primas, sino en su innovación y el desarrollo de sus ciudadanos. ¿En pleno siglo XXI, en la era del conocimiento, queremos planear nuestro destino sobre las bases del pensamiento de la revolución industrial?
Hago referencia a un magnífico artículo, publicado por mi querida amiga Irma Villalpando, en Este País, en el que se describen de manera magistral los objetivos de la educación:
“La escuela tiene objetivos múltiples y de aristas varias; digamos que es una estructura multidimensional. Un objetivo prioritario es el cumplimiento de la promesa ilustrada para la cual fue creada: ser el medio para que los estudiantes mejoren las condiciones de vida y empleabilidad que tuvieron sus padres: la movilidad social. Esta dimensión, de carácter instrumental, implica el desarrollo de habilidades intelectuales que exige el mundo actual; entre ellas, dos básicas: análisis de situaciones y construcción de esquemas lógicos.”

“La primera, la capacidad de analizar una situación o un texto escrito, es indispensable para la construcción de redes de comprensión que se forman a partir de lecturas sistemáticas y acompañamiento reflexivo. La segunda es la construcción de estructuras de pensamiento cuyos razonamientos inductivos y deductivos se implican en el ejercicio matemático y los procedimientos científicos. Las habilidades cognitivas que ofrece la comprensión lectora, las matemáticas y las ciencias son una conditio sine qua non para el despliegue de capacidades que todo estudiante necesita, tanto si desea desarrollarse en el terreno tecnológico-científico como en las ciencias sociales y humanas.”
Por ello, la maestra Villalpando hace una firme crítica a la Nueva Escuela Mexicana, cuando sostiene que en la escuela:
“No se busca enseñar conocimientos, valores y actitudes para que las niñas, niños y adolescentes se asimilen y adapten a la sociedad a la que pertenecen, tampoco es función de la escuela formar capital humano desde la educación preescolar, primaria, secundaria hasta la educación superior para responder a los perfiles que establece el mercado laboral. La escuela debe formar niños y niñas y adolescentes felices; ciudadanos críticos del mundo que les rodea, emancipados, capaces de tomar decisiones que beneficien sus vidas y las de los demás” (DOF, 2022:16).”
Y sigue explicando la maestra Villalpando que:
“¿Cómo puede estar desligada la escuela de las demandas laborales de las sociedades actuales? ¿Cómo podrán ser felices los niños anclados en la pobreza de sus hogares de origen? ¿Cómo podrán ser ciudadanos críticos sin los conocimientos fundamentales?”
Yo agregaría otra pregunta: “¿Cómo podrían los niños prepararse para las demandas de la sociedad del conocimiento del siglo XXI, mientras seguimos estancados en el siglo XIX?
Es importante ver qué está haciendo el resto del mundo. Compararnos, aunque nos duela. Y no con Cuba o Venezuela. En lugar de poner la mirada hacia el futuro, estamos obsesionados con el pasado. En 1970, la República de Corea era más pobre que México. Hoy Corea es uno de los estados más avanzados tecnológica- y económicamente del mundo y tiene un PIB per cápita del doble del de México.
Corea es en la actualidad uno de los países con las calificaciones más altas en la prueba PISA, esa que nuestro gobierno prefiere ignorar, y es el tercer lugar del mundo en el número de patentes registradas.
¿Cuál fue el secreto del milagro coreano? Una educación de calidad, con visión de futuro, que permitiera el pleno desarrollo de las capacidades de sus niños y niñas.
¿A quién preferiremos imitar? ¿A una Corea próspera y desarrollada, con altos niveles de vida de su población, o a una Venezuela hundida en la más absoluta miseria, que se ha convertido en una verdadera tragedia humanitaria?
Mientras sigamos estacionados en el pasado, seguiremos en el sótano de la prueba PISA, esa que nos rehusamos a reconocer porque nos duele ver los resultados.
La educación no puede seguir siendo rehén de ideologías, no podemos seguir improvisando, jugando con el futuro de nuestros niños y niñas. No podemos permitirnos lanzar a generaciones de niños a una vida de mediocridad e ignorancia. Sin embargo, para allá vamos.
Uno de los más importantes Objetivos de Desarrollo Sostenible, que es la hoja de ruta que el mundo se trazó para llegar a 2030, es una educación de calidad. De manera lamentable, estamos todavía muy lejos, bajo cualquier estándar con que se quiera medir, si es que queremos medir, de los mínimos niveles requeridos para tener una educación de calidad.
Mientras que los criterios ideológicos y políticos sigan pesando más que el desarrollo de nuestros niños, no llegaremos muy lejos. Mientras sigan siendo más importantes los intereses del poderoso sindicato de maestros que los intereses de nuestros niños, nuestra educación seguirá estancada en los últimos lugares del mundo. Seguiremos condenando a nuestros niños a un futuro de pobreza, miseria y subdesarrollo.
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