El modo de producción esclavista moderno fue un sistema legal y social establecido en los Estados Unidos desde el siglo XVII hasta la Guerra Civil (1861-1865), que culminó con la 13.ª Enmienda a la Constitución de ese país. Desde luego, el héroe indiscutible en esta importante gesta fue el presidente Abraham Lincoln, cuyos discursos políticos y acciones militares establecieron la ruta libertaria del pueblo afroamericano, aunque ello habría de costarle la vida el 14 de abril de 1865, a manos de John Wilkes Booth, un actor simpatizante de los confederados y partidario del antiguo régimen de explotación humana.
El contexto anterior sirve de fondo histórico al relato Este mundo ciego, cuyo título original es Let Us Descend (traducción de Magdalena Palmer, Editorial Sexto Piso, 2024). La autora de la novela es Jesmyn Ward, una joven afrodescendiente originaria de la comunidad costera de DeLisle, en el estado de Misisipi, espacio marcado por las desigualdades económicas y los conflictos raciales que recuerdan el pasado esclavista de la región.
Este mundo ciego es una novela lírica que recrea el tópico del viaje de su narradora protagonista, una joven esclava de nombre Annis, hija de una mujer africana que fuera comprada, esclavizada y violada por un hombre blanco, amo y señor de una plantación en Carolina del Norte.
Lee también: Un rockero en el escenario de la ciencia: entrevista con Manuel Suárez

Pasado el tiempo, el granjero vende a la madre, quien es capturada y encadenada para su traslado con otros esclavos. Y a este primer desgarrón emocional sigue la venta de la propia Annis al “Hombre de Georgia”, una especie de capataz inhumano que la conduce, en compañía de hombres y mujeres desgarbados y sangrantes, entre ríos, páramos y pantanos, hasta las plantaciones de caña de azúcar y tabaco en Luisiana.
La narradora describe en detalle el periplo de su travesía. Van descalzos, ulcerados y hambrientos; atados de los pies y el cuello; vigilados por perros feroces y hombres armados, hasta llegar a la ciudad de Nueva Orleans, donde son concentrados y tasados, como reses, para su venta a los terratenientes locales.
La novela es un testimonio de oscuridad, una prueba de las atrocidades del género humano, pero también es un testimonio de esperanza. En medio de la infamia y de la ceguera del mundo, la joven Annis es capaz de amar a su madre y a su bisabuela Mama Aza, una africana descendiente de las amazonas, o “Mujeres del rey”, que fueran entrenadas para la guerra en el lejano reino de Dahomey (Benín), del África subsahariana. De ese pasado mítico recupera la fortaleza necesaria para sobrellevar las calamidades presentes.
La obra es un testimonio liberador en los umbrales del descenso a los infiernos. En el texto aparece un juego intertextual con La Divina Comedia de Dante; establece un paralelismo con el viaje espiritual del poeta medieval en búsqueda de Beatriz, y la propia Annis, que lucha por su emancipación del sistema opresor de su tiempo. En su auxilio también comparecen los espíritus africanos que han atravesado el inmenso océano para acompañar a sus hijos esclavizados.
La narradora evoca a las deidades del aire, del bosque, del río y del pantano; dialoga con ellos y les pide protección. En visiones profundas se le aparece su bisabuela Mama Aza, quien la conduce en su huida —como Virgilio a Dante— por el cauce de un poderoso río hasta un islote donde la espera una nueva vida, al estilo de las antiguas mujeres amazonas, dueñas de su destino.
La novela es un testimonio de resiliencia y rebeldía. Jesmyn Ward, mediante una prosa lírica con ecos de Toni Morrison y William Faulkner, pretende derruir las estructuras de poder que afectan a las comunidades afroamericanas.
Noticias según tus intereses
[Publicidad]
[Publicidad]














