La novela galardonada con el último premio Alfaguara, escrita por Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948), lleva por título Arderá el viento. En ella, la intriga policial nace de la traición, el adulterio, la corrupción y el asesinato. Buena parte de la potencia de la obra reside en su sociología: el extenso repertorio de personajes, y el curso de fragmentos de sus vidas en una pequeña ciudad costera de Argentina, la dotan de un disfrutable carácter polifónico. Sostenida por la enrevesada trama de los vínculos de unos con otros, Villa Gesell es una alegoría social de los duros tiempos que corren, con el fuego, por supuesto, como protagonista. Sin embargo, la novela premiada también guarda estereotipos y valoraciones anticuadas con los que la editorial Alfaguara ha decidido arriesgarse.
Arderá el viento se compone de dos capítulos que engloban más de ciento veinte apartados cortos: en el primero, Nosotros, el narrador aparece inmerso en la historia, la singularidad del testigo que representa se diluye en el plural del “dicen” y el “cuentan”. Relatada al estilo de crónica periodística, como si se tratara de una leyenda, se alude al incendio del viejo Hotel Habsburgo, una catástrofe de un fuego imposible de apagar por ser alegórico además de material. En el capítulo Ellos, el narrador hace el recuento que llevó a este siniestro; en el principio, una excéntrica pareja llega a la Villa en un Buick modelo 46 con la intención de rehabilitar e instalarse en el Hotel, cuya construcción se remonta a la fundación del poblado en la primera mitad del siglo XX. Más allá de cierto dejo centroeuropeo, el matrimonio Esterházy carece de un pasado claro.
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El establecimiento de la Villa está unido al del Hotel Habsburgo; ambos son obra del alemán don Karl durante los años de entreguerras, cuando la Argentina se convirtió en un destino transoceánico de víctimas obligadas al exilio. Después, igualmente atraerá a miles de nazis y filofascistas consumados. El drástico clasismo que impera en la localidad-balneario se refleja en su distribución: separados de la “indiada”, en los asentamientos del norte habitan los ricos, en su mayoría “blancos”, mientras que en colonias sureñas como La Virgencita y el Monte, lo hacen los “marrones” y los “mestizos” pobres. Además de las estaciones del año, condicionantes de las actividades vacacionales, los delimitados círculos territoriales, forman parte de los significados de la ciudad.
La constante alusión al fuego desliza una reinterpretación de la Divina comedia: Dante es el periodista que atestigua y padece día a día el infierno en el que se ha convertido la Villa por los numerosos crímenes entrecruzados que acumula, sobre todo, desde la aparición de los Esterházy. No sin adquirir enemigos, Dante ha investigado para el diario local El Vocero a los pecadores y sus pecados: por ejemplo, los abundantes homicidios y suicidios, la locura, la usura, los hurtos, la corrupción de las autoridades y sus “negocios”, además del adulterio y la lujuria que a todos circunda. La visión de Saccomanno en Arderá el viento es que las personas son lo que son, o sea, seres no intrínsecamente depravados aunque sí temerosos, débiles y, según las circunstancias, propensos a la maldad.
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Al comienzo, los Esterházy cambian deliberadamente las versiones acerca de su pasado, luego la mitomanía los consume hasta caer en la absoluta incertidumbre en torno al mismo. Al llegar por primera vez a la Villa, Hugo Esterházy se presenta como un duque de linaje húngaro, más tarde afirma ser conde y después barón, o tal vez, marqués. En tanto, la mujer que lo acompaña dice llamarse Monique Dubois, probablemente una judía obligada a cambiar de nombre tras la Segunda Guerra Mundial. Sumado al cliché del atuendo femme fatale (camisa escotada, anteojos de sol, pintalabios y uñas carmín, tacones y cigarrera de plata), Moni es una ninfómana pelirroja con medianas aptitudes para la escritura. Puesto que todo en ella remite a la sexualidad, es obvio que, mientras compone poemas y redacta una novela de viso pornográfico, no puede evitar masturbarse; su impulso la arrastra a mantener relaciones con media ciudad, incluyendo a su mejor amiga. El cuerpo de Moni es la válvula de escape de las tensiones, por su incontenible libido “ella es todos.”
Judith Rosemberg, nombre que también hace referencia a Moni, tiene dos hijos con Esterházy: Aniko y Lazlo. Con el fin de escandalizar a los residentes, el dúo de hermanos forma, junto a su amigo Eric, el Club de la Piel de Judas dedicado a envenenar por las noches algunos perros de razas seleccionadas. Como es habitual, la policía al mando de Greco busca a los culpables entre los jóvenes de La Virgencita y el Monte. Por último, en el Hotel Habsburgo también vive el jardinero Tobi, quien “debajo de ese aire entre humillado y amable, esconde una furia reprimida”, cuya mayor peculiaridad es su prominente verga.
No cabe duda de que lo más logrado de Arderá el viento es Esterházy, “noble” byroniano y pintor alcohólico, mártir del absoluto que representa el color blanco de la nada. En contraste, lo más flojo es Moni y el resto de voces femeninas. Algunas expresiones del narrador, resultan chocantes por hacer una parodia del feminismo: al asistir a terapia, por ejemplo, las mujeres “salen entusiasmadas del consultorio como de un tratamiento de belleza”, sus problemas son calificados de “histerias” y “dramas femeninos”, entretanto, la alusión al principio de solidaridad defendido por la Rusita, exhibe un dejo sarcástico: “Las mujeres somos una raza superior. Entre nosotras nos comprendemos: sororidad”. Entre muchos otros estereotipos, los que hacen referencia a los mexicanos son también ridículos, pues, además de ser inversores deshonestos, son, naturalmente, narcotraficantes que secuestran gente en avionetas clandestinas a las que llegan en camionetas donde solo suena música ranchera con temas relativos a la frontera con EEUU.
Bajo un formato episódico que remite al de las miniseries y un lenguaje pragmático, nulo de preciosismo, Saccomanno redactó en tres meses Arderá el viento. El jurado que le otorgó el XXVIII Premio Alfaguara destacó su “estilo parco y de una rara intensidad”, saturado de argentinismos, que brindan un interesante color local, y menciones a autores que conforman un gusto formativo, entre los que aparecen Robert Arlt, Melville, Rodolfo Walsh, Saint John Perse y Raymond Chandler.