Traigo entre manos Mírame. Enigma y razón de los autorretratos (Madrid: Confluencias Editorial, 2025). El libro, de Manuel Alberca, se mueve ya en librerías españolas.

El autor se nos está convirtiendo en un referente a la hora en que hablamos de las expresiones del yo por medio de las artes. Hace meses aludí aquí a sus trabajos. Dos son Maestras de vida. Biografías y bioficciones (Málaga: Pálido Fuego, 2021) y El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción (Málaga: etclibros:lazambrana, 2024, 2ª edición). Ambos, así como La máscara o la vida. De la autoficción a la antificción (Málaga: Pálido Fuego, 2017) y la amplísima biografía La espada y la palabra. Ramón de Valle–Inclán (Barcelona: Tusquets Editores, 2023, 4ª edición, xxvii Premio Comillas), funcionan como anticipos de Mírame.

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A ver. ¿Puede un especialista en literatura, emérito de la Universidad de Málaga, escribir acerca de la pintura? Sí. Las artes establecen vasos comunicantes, y el yo se expresa tanto con palabras como con pinceles, con cuerdas o espátulas. Alberca ha expuesto las razones de un giro hacia el yo, muy propio de nuestro tiempo: de las confesiones de san Agustín (siglos iv y v) y Jean–Jacques Rousseau (siglo xviii) a las consecuencias de la construcción filosófico–jurídica del concepto de sujeto y al liberalismo de índole burguesa, las condiciones estaban listas para que artistas de esta o aquella disciplina plasmaran su persona en páginas o cuadros o esculturas o piezas musicales.

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Manuel Alberca es catedrático de la Universidad de Málaga (imparte Literatura Española) y es, además, especialista en Valle Inclán/ Erik Hubbard / Comunicación Social UNAM
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Ya El pacto ambiguo nos muestra referencias al arte pictórico; estas referencias se extenderán en Mírame:

La presencia del autor como protagonista dentro de su propia obra es un rasgo excepcional antes del siglo xviii. Existe, y lo podemos encontrar con anterioridad, pero en ejemplos muy contados, sobre todo si lo comparamos con la fuerte tendencia que se registra en la edad contemporánea. Desde los primeros aldabonazos de esta, cuyo hito histórico lo marcan las revoluciones burguesas en Europa, y de manera destacada en lo literario, desde el Romanticismo, la subjetividad y la persona del artista se convierten en una materia primordial de la obra, a diferencia de la resistencia tradicional, de carácter estético y moral, que impedía el afloramiento de la figura del escritor en su escritura. Similar recorrido sigue la irrupción de la figura del pintor en el cuadro, aunque los “angulares tempos” no sean los mismos ni se produzcan necesariamente en paralelo. Estas correspondencias entre literatura y artes plásticas tienen la virtud de visualizar mejor el fenómeno de la representación del autor en su obra, por lo que más abajo deberé volver a este asunto en relación con el proliferante recurso a la autobiografía en las manifestaciones plásticas actuales.

Los primeros autorretratos, dignos de ese nombre, es decir, una representación de la figura del artista, datan del siglo xv y, aunque su desarrollo ya sea notable a finales del siglo xvii en pintores de incontestable valía y originalidad, como Rembrandt, quien se irá autorretratando asiduamente a lo largo de su vida, el reconocimiento y el máximo esplendor del género no se registran hasta bien entrado el siglo xviii y, sobre todo, en el xix. El autorretrato pictórico es la demostración de la presencia inequívoca del artista en su obra, pero, a pesar de su evidencia, no deja de estar sometido también al mismo tipo de resistencia a la libre expresión del yo que en la literatura, aparte de las específicas dificultades técnicas de este género pictórico. Los autorretratistas tuvieron que vencer los prejuicios sociales y, sin duda, las propias reservas o temores personales por los que se asimilaba el hecho de representarse a sí mismo como una manifestación de la fatuidad narcisista y, aun peor, del pecado de soberbia.

Tal vez, por esta razón, los primeros pintores habían adoptado una expresión humilde y una mirada limpia, cuando se trataba de un retrato individual, como es el caso de Filippo Lippi, cuyo autorretrato de 1485 se considera uno de los primeros autorretratos “modernos” (pp. 36–37).

Basta esta cita –que de alguna manera prologa Mírame, donde estos temas se despliegan– para que confirmemos la pertinencia en el autor de ir desde la literatura hasta la pintura en un esfuerzo de esclarecimiento que ya dura varios lustros. Tal esclarecimiento nos invita a las conexiones interdisciplinarias. Arriesgarse a salir de la propia disciplina (zona de confort) y emprender un viaje transdisciplinario es mérito no menudo en estos tiempos en que comprendemos mejor los vasos entre las distintas facetas y áreas de la realidad y en que, sin embargo, preferimos muchas veces jugar de modo seguro, esto es, disciplinario, lo que ya de por sí implica exigencias.

La editorial también hace su juego. Arriesga. Muestra valentía a la hora de entregarnos un volumen extenso, con bibliografía e índice onomástico al final.

A propósito del final, la última figura en aparecer es la máxima autorretratista mexicana, la ya icónica Frida Kahlo. Escribe el investigador:

[L]a aportación de Frida Kahlo a la autorrepresentación de la mujer ha sido inmensa. Ella se atrevió, además de subvertir y trasgredir la imagen convencional de la mujer, a mostrarse en su fragilidad y dolor extremos. […] De una parte, la necesidad de pintarse continuamente a sí misma representa la necesidad de observación e introspección del yo; de otra, pintarse como un corazón desnudo y un cuerpo en carne viva es la manera de obtener la catarsis, de lograr la purificación de las pasiones y de liberar los recuerdos penosos (Mírame, 398).

Agudo es también el análisis del conocidísimo Las dos Fridas (1939) y de Autorretrato con el pelo corto (1940).

La edición, en fin, es muy digna y muy oportuna porque nos permite disponer de un trabajo tan minucioso, el cual merece convertirse en referente de reflexiones multidisciplinarias dentro de las artes, la historia, la psicología. Quizá en una segunda edición (o primera reimpresión) podría añadirse un qr para que las reproducciones en color de los cuadros no encarezcan el volumen. Después de todo, un qr es uno de esos “signos en rotación” e incluso puede ser ejemplo de aquella “poesía en movimiento” con los que soñó Octavio Paz.

Y a propósito de artistas de México, el pasado sábado 29 de noviembre el Museo de América, que se alza entre el populoso Intercambiador de Moncloa y el muy exclusivo Palacio de la Moncloa, en Madrid, presentó la brillantísima conferencia de la doctora María de las Mercedes Sierra Kehoe, doctora en historia del arte de la Universidad Nacional Autónoma de México. Habló del maestro Rafael Cauduro, autor de vasta obra, que incluye algún retrato y algún autorretrato.

La doctora Sierra nos fue presentando manifestaciones muralísticas de Cauduro. Algunas se expusieron fuera del país y al menos una se sometió a intervenciones que hicieron de una obra individual una obra colectiva, efímera, sí, pero valiosísima como demostración in situ de que el ser humano es un ente ávido de expresión.

Momento culminante fue el análisis del conjunto muralístico que Cauduro elaboró para el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en la Ciudad de México. Ya me referí a esta obra maestra en un texto para Confabulario (febrero de 2024). La doctora Sierra, de la Facultad de Artes y Diseño, nos hizo saber que se le está haciendo una revisión casi quirúrgica al conjunto después de que un incidente el 15 de noviembre le produjo al parecer algún tipo de alteración.

Apoyaron la conferencia el Museo de América, la Fundación unam Morelos, el Ministerio de Cultura de España y la Galería ylk (detrás de estas iniciales se encuentra Yuri López Kullins, valiosísima y sapiente galerista en la Ciudad de México y en Madrid).

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