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No se puede encasillar a todos los inmigrantes en la misma categoría, pues las condiciones entre indocumentados y legales son distintas. Los primeros no son bien recibidos por las autoridades mexicanas, como se observó con la represión policial de la frontera sur hace meses, ni aceptados por un amplio sector de la sociedad, como se ha manifestado en redes sociales tras el ingreso de las caravanas migrantes al territorio nacional.

Además, los indocumentados se someten a un trayecto peligroso: a la “migra”, narcotráfico, extorsión y trata de personas; sin mencionar los riesgos que implica viajar montados en La Bestia, como se denomina a la red de trenes que conecta la frontera sur con la norte, desde Arriaga (Chiapas) hasta Estados Unidos.

Al país, que entre enero y octubre de 2018 recibió 25 millones 566 mil 258 visitantes extranjeros con documentos —según datos de la Unidad de Política Migratoria—, se suman más de 400 mil migrantes ilegales que cruzan cada año, de acuerdo con estimaciones de Christopher Gascon, representante de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en México.

Pero en esta migración existe también una élite, que se produce con el exilio de artistas e intelectuales en busca de mejores condiciones de vida. Es el caso de Elena Salamanca y José Adiak Montoya, escritores centroamericanos que residen legalmente en México y conversan con EL UNIVERSAL sobre su postura respecto a las caravanas migrantes y las condiciones en que viajan miles de centroamericanos que arriesgan su vida en un trayecto incierto para llegar a Estados Unidos.

Huir de la dictadura. José Adiak Montoya es un escritor nicaragüense de 31 años, autor de las novelas Lennon bajo el sol y El Sótano del Ángel, esta última ganadora del certamen nacional del Centro Nicaragüense de Escritores en 2010. Abandonó su país junto con su esposa para protegerse de la convulsa situación que se vive en Nicaragua, de lo que él denomina “una dictadura” del presidente Daniel Ortega, que ha dejado más de 320 muertos desde abril y provocado la huida de otros tantos, según ha informado EL UNIVERSAL.

“Mi caso responde a la situación política de Nicaragua, por las protestas masivas en contra del gobierno del presidente Ortega. Se dio una represión gubernamental encarnizada; anularon el derecho a la protesta pacífica y cibernética, disfrazándolo de terrorismo según el aparato oficial”, asegura Montoya.

El escritor vivió de cerca las protestas y asegura que la gente está aterrorizada por la crisis sociopolítica del país: “Las persecuciones desataron un declive económico que derivó en despidos masivos y en un estado de sitio autoimpuesto por los mismos ciudadanos: después de las cinco de la tarde, las calles eran tomadas por paramilitares, los locales cerraban y nadie salía; había un toque de queda no decretado”.

“Mi esposa y yo perdimos nuestros trabajos igual que miles de nicaragüenses, pero salimos del país por salvaguardar nuestra integridad física”, cuenta el escritor.

Vino a México porque ya conocía el país: en 2012 se le otorgó una beca para residencia iberoamericana de creación por parte del FONCA, y en 2013 la editorial Océano publicó su primera novela, El Sótano del ángel, en la colección Hotel de las letras.

“Aquí en México están mis casas editoriales, tengo contactos profesionales y es un país de refugiados histórico. Me siento muy cómodo y no he sentido ningún tipo de rechazo ni discriminación. Mis colegas y amigos han sido solidarios y comprensivos con nuestra situación”, dice José Adiak Montoya.

Pero los centroamericanos que viajan en las caravanas y que no cuentan con documentos para ingresar a México ni becas de residencia llegan en condiciones muy diferentes a la de escritores refugiados.

Al respecto, Montoya opina: “La gente no cruza por voluntad, sino que son desplazados por realidades muy extremas; se arriesgan a un trayecto sumamente peligroso porque en sus países tienen asegurada la muerte. Se les debe tratar como seres humanos, no sólo por sus derechos, sino porque es una postura moral que debemos tener todos”.

La posibilidad de disentir. Para Elena Salamanca, escritora e historiadora salvadoreña de 36 años, México representa la posibilidad de disentir. Y asegura que “por disentir, por tus pensamientos, acciones o ideas políticas en otros países te persiguen y te castigan”.

Salamanca es autora de los libros Último viernes y Peces en la boca, y finalista del premio Alfaguara de novela 2004 en El Salvador.

La primera vez que vino a México estuvo becada por el FONCA para escribir una novela, y volvió nueve años después para hacer su doctorado en historia en el Colegio de México.

Su propósito, cuenta, es apoyar a los centroamericanos en tránsito: “Las migraciones que he hecho a México han sido privilegiadas, porque recibo mi beca Conacyt y tengo mi visa, documentos y casa, y quiero aprovechar mis privilegios para ayudar a la gente que no los tiene”. Elena ayudó en albergues a obtener dinero y conseguir donaciones para quienes viajan hacia Estados Unidos.

“Los centroamericanos van a seguir migrando, no van a parar. Centroamérica es una gran cárcel para ellos, y México ha sido un espacio de recepción de migrantes de todo el mundo, aunque nunca habían tenido estas dimensiones”, asegura.

La escritora revela, desde su experiencia, que obtener la documentación para transitar por México es un proceso complicado.

“El enojo hacia los centroamericanos en redes sociales es porque vinieron sin visa, pero la gente debería comprender que la visa mexicana es de las más difíciles de obtener, porque exige más requisitos que la estadounidense: es necesario tener una cuenta con más de 10 mil dólares, propiedades, casas, coches y salario fijo, y las personas no tienen eso”.

Las razones de Salamanca para residir en México están relacionadas con su profesión. “En El Salvador tenía cuatro trabajos: era profesora universitaria, correctora de estilo, hacía mi tesis de maestría, investigaciones en hemeroteca e historizaba obras de arte, y no tenía tiempo para escribir”.

La escritora revela que “quería estar en un mundo donde los escritores son respetados y pueden pensar y sentarse a escribir no sólo el fin de semana a medianoche”.

Asegura que venir a México transformó su perspectiva como autora: “Aquí le dan dignidad a mi trabajo, entienden que el arte es un oficio y que la fuerza de trabajo de los escritores es su escritura”.

Producir conocimiento y sentimientos en Centroamérica, agrega Salamanca, no vale la pena, porque no forman parte de un mercado y no son indispensables en la vida de las personas, “ya que no están en la canasta básica o en sus necesidades”.

La escritora considera que México es un país más seguro para las mujeres en comparación de El Salvador: “Aquí puedo salir a caminar: la primera vez que anduve yo sola por Reforma, hasta lloré. Pienso que México es un lugar menos hostil para ser mujer, a pesar de las campañas y denuncias de violencia; en México puedo salir sola de noche, y no en El Salvador, porque es más peligroso”, asegura; sin embargo, sólo entre enero y octubre de 2018 en nuestro país hubo 706 feminicidios, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Ambos escritores afirman que México se erige como un país muy rico culturalmente, que seguirá atrayendo a escritores por todas las posibilidades que ofrece.

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