Esto que contaré sucedió en Corea del Norte y no tiene ninguna relación con lo que sucede en nuestro país, y menos ahora en que todo en estas tierras, como bien se sabe, es perfecto.

La noche en que el Eterno Presidente murió, sea el recuerdo de sus hazañas infinito, su hijo de 17 años, el joven y un poco pasado de peso Kim Song Li, fue despertado en su cama y llevado de prisa, en su pijama color cereza, a la sala del trono, donde fue jurado como nuevo Presidente Eterno.

Desde niño, Kim había escuchado que el mayor mal del reino era la corrupción y por eso su inmediata resolución fue acabar con la corrupción que se decía plagaba los asuntos públicos.

Todavía sentado en el trono en su pijama color cereza, Kim Song Li le preguntó al consejero presidencial, el anciano Sung Lu:

—Tío, ¿cómo distingo donde hay corrupción?

—Donde hay moscas, algo se corrompe —respondió el sabio Sung Lu.

Se refería, metafóricamente, a lo siguiente: en los asuntos donde se aglomeran las personas ociosas y rapaces, es que el orden se ha podrido y se da el robo.

Sin embargo, Kim era muy joven y totalmente ajeno al arte de la metáfora, así que guardó la sentencia en su mente sin traducción: donde hay moscas algo se corrompe. Solo así es explicable lo que sucedió a continuación.

A la mañana siguiente de su coronación, Kim Song Li se hallaba reunido con sus ministros en la sala de las decisiones, él a la cabeza de la gran mesa ovalada, sus ministros a lo largo de sus bordes, cuando un azar fatal hizo que por la ventana entrara una tribu de moscas.

El ministro de Comunicaciones tomó la palabra para resumir los trabajos de infraestructura que se llevaban a cabo por el reino, cuando una mosca se le paró en la nariz.

El joven monarca dejó de escuchar al elocuente ministro hablar del gran aeropuerto que se construía y sólo vio a la mosca moverse a la mejilla sudorosa del ministro y luego volver a la ancha nariz.

De pronto desenfundó su pistola y descargó seis balazos sobre la mosca, destrozando de paso la nariz del ministro, su cráneo y su vida misma.

Cuatro soldados presidenciales retiraron el cuerpo del muerto y la reunión siguió.

Fue el turno del ministro de Salud para expresarse. El ministro hablaba de la red de refugios para mujeres y niños amagados por la violencia, cuando una mosca se le vino a parar en la frente.

El joven monarca centró su atención en la mosca, que se adentraba en el bosque de pelo blanco del ministro, y apretó, bajo la mesa, la cacha de su escuadra automática, todavía tibia.

De pronto estaba disparando balazos contra la mosca y el ministro de Salud, el ministro de Cultura y la ministra de Defensa estaban agonizando en el piso de mármol.

Los soldados se llevaron los cuerpos y la reunión del Gabinete Celestial se reanudó.

Esa noche, la primera del gobierno del Presidente Eterno Kim Song Li, los 33 cuerpos fríos de los ministros del reino fueron enterrados y los trabajos de cada ministerio se suspendieron.

El anciano Sung Lu entró al dormitorio presidencial para felicitar al monarca, con estas palabras:

—Bendita ha sido tu inocencia, Kim, que te ha guiado mejor que yo en tu magnífico propósito. Como has destruido al gobierno, ya nadie podrá jamás corromperse.

—Gracias –dijo Kim Song Li, sentado en la cama en su bonita pijama color cereza, y sonrió.

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