Recuerdo perfectamente la primera vez que la entrevisté. Era el año 2008, ella era muy joven, su carrera apenas iniciaba, yo ya tenía tres hijos y apenas me enrolaba en mi primer proyecto relacionado al deporte: era una revista. Me empeñé en poner en portada a la potosina que se encaminaba a escribir en letras altas su nombre.

Tenía 18 años e iniciaba su carrera profesional con pasos firmes y objetivos bien planteados. No dudó ni un instante en decir que se convertiría en la mejor raquetbolista del mundo, y así lo hizo.

No fue una tarea fácil. Le tomó tiempo convertirse en la número uno, pero la determinación de Paola Longoria por lograrlo era más grande que la adversidad que tuvo que enfrentar para abrirse camino. Decidió dejar San Luis Potosí. La falta de apoyo y respaldo a su proyecto deportivo la hizo emigrar. Si no hubiese sido por ella, el raquetbol seguiría siendo un deporte inexistente en el mapa mental del aficionado en México.

No he conocido, ni coincidido con una atleta tan disciplinada como ella. No es cebollazo ni mucho menos, porque es potosina como yo. Tampoco se trata de endulzarle el oído y desbordarme en halagos, sólo es cuestión de reconocer que, para mí en este 2017, ella es la atleta del año.

Número uno del ranking mundial nuevamente, parecería que ya no tiene más retos que cumplir. Uno podría pensar que ya lo ha logrado todo, pero no. Convertir al raquetbol en una disciplina que forme parte de la agenda de los Juegos Olímpicos es un objetivo que buscará cumplir con la misma determinación con la que llegó a la cúspide en poco tiempo; sí, hay Paola Longoria para rato, hay todavía marcas que romper y establecer. Seguramente no será ésta la última vez que se convierta en la mejor atleta mexicana del año. 

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