Christian Eduardo Díaz Sosa

En nuestros días, se ha vuelto necesario seguir discutiendo sobre las formas de limitación al poder en las democracias. Diversos analistas han interpretado las acciones del actual gobierno de México, como un atentado en contra de la división de poderes y en favor del centralismo y del presidencialismo.

Al respecto, podríamos recurrir a José Ortega y Gasset, quien dedicó buena parte de su obra a analizar esta problemática, y creía que el poder público tiende siempre y dondequiera a no reconocer límite alguno. Y tampoco importaba si se encontraba en una sola mano o en la de todos. Es pues, un inocente error creer que a fuerza de democracia esquivamos el absolutismo. Todo lo contrario, decía. No hay autocracia más feroz que la difusa e irresponsable del demos. Por este motivo, el liberalismo se limita a sí mismo al conocer sus propias pasiones democráticas (1).

El principal objetivo radicaría en evitar que la democracia derive en el absolutismo ético-jurídico de la voluntad de la mayoría. En 1930, Ortega publica La rebelión de las masas, texto polémico en el cual afirma que nadie está en contra de que las personas gocen del poder de tomar decisiones, sin embargo, lo perjudicial es que estas mayorías pueden imponerse absolutamente sobre las minorías y no sólo en el orden de los placeres. Y veía que la vieja democracia “vivía templada por una abundante dosis de liberalismo y de entusiasmo por la ley. Al servir a estos principios, el individuo se obligaba a sostener en sí mismo una disciplina difícil. Al amparo del principio liberal y de la norma jurídica podían actuar y vivir las minorías. Democracia y ley, convivencia legal, eran sinónimos” (2).

Ante las circunstancias, Ortega veía ya, aproximarse un nuevo fenómeno, una “hiperdemocracia” en donde “la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos. (…) cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café. Difícil creer que haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo” (3).

Ante el poder creciente de las masas en la toma de decisiones y el establecimiento de un Estado bajo las órdenes de la mayoría y dispuesto a destruir a cualquier minoría que le genere un obstáculo, Ortega consideraba que la única vía para contener estos males estaba en la democracia liberal, ya que el liberalismo es un principio del derecho político en donde el poder público, por más fuerte y extendido que sea, tiene límites que le impiden abarcar o absorber a quienes disienten de él. Por tanto, el liberalismo se encuentra a la base de la democracia y permite que las mayorías otorguen derechos a las minorías, “es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiese llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra" (4).

¡Convivir con el enemigo! ¡Gobernar con la oposición! ¿No empieza a ser ya incomprensible semejante ternura? Nada acusa con mayor claridad la fisonomía del presente como el hecho de que vayan siendo tan pocos los países donde existe la oposición. En casi todos, una masa homogénea pesa sobre el poder público y aplasta, aniquila todo grupo opositor. La masa -¿quién lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?- no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella (5).

El texto titulado “Socialización del hombre”6 y publicado en agosto de 1930, contiene la crítica más férrea a la masificación de la democracia, omnipresencia del Estado, sumisión de las minorías y ataque frontal al liberalismo. En dicho texto encontramos nuevamente la dicotomía entre las dos libertades –antigua y moderna- que se contraponen en la sociedad de masas. Por un lado, una libertad que promueve que el hombre se disuelva en la comunidad –participación colectiva desposeída de resistencia-. Por el otro lado, una libertad que protege la individualidad y el derecho inalienable de poseer un espacio en donde el Estado no intervenga (7).

Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos de Europa andan buscando un pastor y un mastín. El odio al liberalismo no procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino (8).

A nuestra consideración, Ortega nunca estuvo en contra de la democracia. Ahora es importante poner en su contexto histórico y matizar esta afirmación debido a que parecen contundentes las evidencias que nos dicen lo contrario. Las críticas que lanza, no están dirigidas a acabar con la democracia, sino a eliminar los males potenciales que él considera, se desprenden de la masificación, así como para colocar en el centro de la democracia al liberalismo, ya que creía que la búsqueda de la democracia había anulado la preocupación por la libertad.

Muchas de las posturas podrían parecer demasiado polémicas u obsoletas, sin embargo, su recuperación es fundamental para poder trazar vías de insterpretación para la comprensión de éste fenómeno siempre latente, y que se ha alzado con fuerza en diversos países con democracias débiles.

Coordinador de Cultura de la Legalidad
Observatorio Nacional Ciudadano
@ChristianDazSos

1 Ortega y Gasset, José, “Ideas de los castillos: Liberalismo y democracia”, Obras Completas, Tomo II, p. 542.

2 Ortega y Gasset, José, La rebelión de las masas, Madrid, Biblioteca de los grandes pensadores, 2002, pp. 17-18.

3 Ibídem, p. 18.

4 Ibídem, p. 39.

5 Ibídem, 39-40.

6 Ortega y Gasset, José, “Socialización del hombre”, Obras Completas, Tomo II, pp. 828-831.

7 Enrique Aguilar propone este texto como el punto más crítico de Ortega hacia la democracia de masas. Cfr. Aguilar, Enrique, Sobre el liberalismo en Ortega, Buenos Aires, Tesis-Instituto Torcuato Di Tella, 1986.

8 Ortega y Gasset, José, “Socialización del hombre”, Obras Completas, Tomo II, op. cit., p. 831.

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