Mi paso por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) significó un aspecto muy importante en mi vida. Ingresar a una institución del prestigio que tiene la UNAM implica la posibilidad de adquirir una educación de calidad, además de valores que permiten formarse como individuo. En lo personal, es un orgullo pertenecer a la Universidad más grande e importante de México e Iberoamérica.

En la UNAM se imparte educación en los niveles de bachillerato y profesional, que comprende la licenciatura, maestría y doctorado. Tuve la oportunidad de ingresar a la institución desde el bachillerato, que cursé en la Escuela Nacional Preparatoria, Plantel 2 Erasmo Castellanos Quinto, y luego estudiar la licenciatura en la Facultad de Derecho. Además de su amplia oferta educativa, con más de 120 carreras, la UNAM produce y difunde ciencia y cultura. También ofrece a la comunidad universitaria una gama muy amplia de actividades extracurriculares, como son: conferencias, seminarios, coloquios y actividades deportivas que contribuyen a su formación.

Cuenta con múltiples bibliotecas, museos, salas de conciertos, teatros, cines e instalaciones culturales y deportivas. Todo lo anterior genera un entorno propicio para el desarrollo personal en un marco de respeto, diálogo, igualdad y no discriminación. La UNAM siempre ha cuidado la buena formación de profesionistas con conciencia social; su objetivo es preparar mujeres y hombres útiles a la sociedad que propongan alternativas y soluciones a los problemas nacionales.

La UNAM es una institución del Estado mexicano preocupada por la preparación integral de sus jóvenes, muchos de ellos, como fue mi caso, estudiantes que viven en condiciones modestas que requieren de apoyos e incentivos para continuar su formación profesional. Un aspecto que cubre esta necesidad es el otorgamiento de becas, que deben ser consideradas como una acción afirmativa, ya que con este tipo de medidas se permite igualar las condiciones de las personas que se encuentran en desventaja, para alcanzar una paridad de oportunidades en el ejercicio real y efectivo de los derechos humanos, en este caso la educación.

Siendo estudiante de la Facultad de Derecho tuve el privilegio, junto con otros compañeros y compañeras, de ser becario de la UNAM, adscrito a la Coordinación de Humanidades, circunstancia que fue de gran apoyo para continuar con mi preparación. La beca que me otorgó la Universidad fue gracias al doctor Jorge Carpizo, exrector y universitario de excepción, siendo su alumno en la cátedra de Derecho Constitucional. Esta beca, si bien representó un gran apoyo y aliciente, también generó un gran compromiso y obligaciones que implicaban continuar nuestra preparación, la cual tenía que completarse y exigía, para conservar la beca, además del estudio, brindar apoyo al personal académico al que se nos adscribía en las investigaciones que realizaba. La colaboración que se daba consistía, muchas veces, en recabar información jurídica para la investigación que el académico desarrollaba; a la vez permitía prepararnos para que, al titularnos, tuviéramos ya una idea sobre lo que versaría la tesis e ir teniendo información que en lo personal nos sirviera para ello.

Mi tutor, el doctor Jorge Carpizo, maestro no sólo de los que enseñan y transmiten conocimiento, sino aquél que se compromete en la formación de la persona, permitía tener con él un diálogo fecundo, abierto y sincero. Ante la solicitud de un consejo, como buen maestro, lo que hacía era orientar, trazar la ruta y permitir que quien debía tomar la decisión fuese el interesado, es decir, el alumno. Por ejemplo, ante la disyuntiva que se me presentó de optar por un nuevo cargo que se me ofrecía en una dependencia del gobierno, que significaba una importante diferencia entre lo que estaba percibiendo y lo que me pagarían, acudí a su consejo y su respuesta fue que la decisión era sólo mía, pero debía poner en la balanza mi proyecto a futuro, mi proyecto de vida y no sólo ver el beneficio inmediato. Mi decisión fue permanecer en la UNAM, continuando con mi desarrollo profesional.

Mi formación universitaria me permitió conocer a universitarios de excepción, sobre todo a grandes personas, como el propio doctor Jorge Carpizo, el doctor Héctor Fix Zamudio, el doctor José Narro, Jorge Madrazo, entre otros muchos grandes universitarios de los que aprendí importantes enseñanzas y principios éticos que han guiado mi vida profesional.

Además de haber sido estudiante de la UNAM y becario de la misma, la Universidad me dio la oportunidad y privilegio de ocupar, entre otros cargos, el de director general de personal, secretario general administrativo y abogado general. También me brindó la proyección, como ocurre con muchos otros universitarios al ser formadora de cuadros, para ocupar otras posiciones en la administración pública, como en la que actualmente me desempeño, desde la que he tenido oportunidad de servir y retribuir lo mucho que me ha dado nuestra Universidad y nuestro país. Actualmente mantengo el vínculo con la UNAM a través del privilegio que se me ha otorgado de impartir clases en la Facultad de Derecho.

Mucho agradezco y reconozco el valor que tiene el otorgamiento de becas a estudiantes de escasos recursos, al permitirles mantener sus estudios y lograr las metas que se fijan. De igual manera, reconozco el compromiso social que tienen instituciones como Fundación UNAM, que tanto ha contribuido, desde hace 26 años, con estos apoyos y permitido que muchos sueños y anhelos se cumplan. Quienes somos egresados de la UNAM mantenemos vínculos con ella, los que, además de afectivos, se pueden materializar con las aportaciones que hagamos a la Fundación y, a través de ella, brindar apoyos a los estudiantes que los requieren.

Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos

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