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“Quienes lucran con el poder han de ser capaces de soportar el odio”. Séneca
Desde hace meses el PRI, y su jefe máximo, han alertado sobre el peligro del populismo; han acusado —hasta el cansancio— a López Obrador de ser un caudillo irresponsable, dispuesto a manipular las finanzas públicas en función del culto a sí mismo y de su proyecto político.
Pero ¿hay algo más populista que las “puntadas” tricolores para renunciar al financiamiento público a los partidos y acabar de tajo con los legisladores plurinominales?
La propuesta del líder del PRI, Enrique Ochoa, es respuesta a una nueva sociedad de ciudadanos empoderados que provoca a su partido el terror de perder el poder. Ochoa ofrece al pueblo lo que el pueblo exige para calmar la furia, sin importar que se trate de una insensatez o un retroceso democrático que descarrile el pluralismo contenido en la reforma política de 1977, gestada por don Jesús Reyes Heroles, quien debe estar revolcándose de coraje en la tumba al ver como su partido dilapida aquella herencia.
Una inmensa mayoría de los mexicanos desprecia, con razón, no sólo al PRI sino a toda la partidocracia. Nadie, en su sano juicio, aprueba el dispendio y el derroche descarado de quienes monopolizan el ejercicio del poder, pero de eso a privatizar el gasto público de los partidos hay mucho trecho.
Abrir la puerta de par en par al dinero privado en un contexto como el mexicano equivaldría a legalizar la corrupción; sería suicida.
Todos sabemos que, pese al enorme presupuesto a disposición de los partidos, toneladas de billetes ingresan ilegalmente a las campañas políticas; ha fracasado el intento legal por apartar a los poderes fácticos de la guerra por los votos, sin embargo, dejar que cada quien se rasque con sus uñas, significa el peligro real de que empresarios sin escrúpulos, o peor, capos criminales, tomen en rehén a partidos y candidatos otorgándoles un financiamiento que de ninguna manera sería desinteresado.
En esas circunstancias, los ganadores de cada contienda electoral terminarían por pagar la factura a quienes los llevaron al triunfo; el interés público de los partidos quedaría relegado.
Suficiente tenemos con el escandaloso desvío de recursos de las arcas estatales, como para entregar la política a intereses perversos.
La otra parte de la propuesta priísta también suena tan encantadora como peligrosa. Quitar a los plurinominales daría precisamente al tricolor una gran ventaja en la composición de las cámaras y dejaría sub representados a partidos políticos y, por lo tanto, a otros grupos sociales.
El ahorro de más de 11 mil millones de pesos, que la desaparición de los pluris podría acarrear, puede conseguirse con la cancelación del fondo para los moches que permite a legisladores distribuir 10 mil millones con favoritismo, discrecionalidad, opacidad y criterios clientelares, en estados y municipios.
Si es necesaria otra reforma política, debe realizarse con la seriedad del análisis profundo y una verdadera visión de Estado, no como un ruin intento de lucrar políticamente con la desgracia.
EL MONJE PRECISO: Cinna Lomnitz, el primer doctor en geofísica de América Latina, uno de los especialistas más citados en la investigación sismológica mundial, nos legó una frase lapidaria: “la Ciudad de México no es una zona de riesgo sísmico, es una zona de certeza sísmica”. A estas horas sufrimos las consecuencias de esa certeza; tardamos 32 años en darnos cuenta.
@JoseCardenas1
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