Para el ciudadano común, el gobierno del presidente López Obrador , hace aguas por todas partes. Para el gobierno de Andrés Manuel, no puede ir mejor. Cada día hay un nuevo incidente. Se antojan muy lejos los apaños en Baja California, el golpe de mano en el Coneval, el escándalo de la Conade, los intentos por intervenir el INE y el Inai, el señalamiento a periodistas e intelectuales. Sin embargo, todos estos asuntos apenas se remontan a tres meses. Ahora importa la orden de captura cursada en contra de Emilio Lozoya o la investigación a la que se somete a Rosario Robles. Mañana quién sabe. Nada se resuelve, pero todo envuelve los verdaderos problemas: recortes injustificados que dejan en el desempleo a miles de mexicanos, la famosa partida a discreción del presidente, una economía paralizada y la violencia. El reclamo de López Obrador al periodista de Proceso es significativa de su personalidad y de su gobierno. El autoritario quiere que no haya disidentes, ni rebeldes, ni contestatarios. El autoritario busca que su mundo sea el de todos, no porque vivan igual que él, sino porque les dice que viven igual que él. No entiende Andrés Manuel que el periodismo es el cuarto poder por algo. El reportero le explicó que la información es un deber para el periodista y que, entre sus encomiendas, está la de controlar al ejecutivo.

La disidencia es indisociable de la democracia y su única razón es porque se me pega la gana. Es aconsejable argumentarla, pero ni siquiera es imprescindible. Cuando un periodista disiente del poder con razones está cumpliendo con su deber de informar. La violencia se incrementa día a día. ¿Puede alguien pedirle a un reportero que mire hacia otra parte? Esa violencia es la que sufrimos todos los mexicanos, periodista incluido, quien además fue violentado por el presidente. En lugar de reconvenir a los medios de información, López Obrador haría mejor en luchar en contra de las organizaciones criminales, entre otras cosas porque es su deber. Resulta que acontece todo lo contrario. En las principales ciudades del país se han multiplicado los secuentros, los robos, los homicidios. El presidente exige que nos hagamos de la vista gorda y aplaudamos una 4T que sólo existe en su discurso. Ese relato que acapara las mañaneras, ajeno a la realidad, divorciado de lo cotidiano. Ese incansable artificio literario que carece incluso de verosimilitud y comienza a volverse charloteo surrealista.

López Obrador cuenta ahora con la Guardia Nacional , pero los ciudadanos sólo tenemos a la Guardia Nacional . Un cuerpo que es pero no es, que está pero no está, que sirve para todo y para nada, a pesar del profesionalismo de sus miembros. Caos antes que desorden. La Guardia Nacional no es un punto de llegada, sino de inicio. Y sin embargo, nada todavía. A la vez el presidente pide paciencia, mientras asesinan a diario; aconseja tranquilidad, cuando los asaltos se suceden cada pocos minutos; exige respeto, al tiempo que cada día secuestran. Los periodistas no pueden mirar a otra parte porque este es nuestro México, el país que votó por Andrés Manuel para que devolviera la seguridad a los ciudadanos y no para que amonestera a uno o a dos o a un millón de periodistas. Falta estrategia, conocimiento de la problemática, voluntad de combatir el crimen de manera resuelta. Se echa en falta un presidente que haga lo que tiene que hacer, en vez de contar novelas rosas todas las mañanas y acosar a los periodistas.

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