En mayo de 1981, Jaime García Terrés recordaba públicamente su frecuentación a El Colegio Nacional, del que acabó siendo miembro y donde siguió a “varios cursos de Alfonso Reyes, el más señalado y bondadoso de mis maestros; asistí a las exposiciones de José Clemente Orozco, y vine a felicitar a Mariano Azuela cuando recibió el Premio Nacional de Artes y Ciencias. Y no éramos pocos quienes, provenientes de otras conferencias, nos asomábamos a disfrutar, a modo de aperitivo o brusco entremés, las barbaridades que, no sin firme serenidad, asestaba Diego Rivera a la multitud de sus oyentes. En cuanto a Carlos Chávez, pronto decidió convertir sus charlas en breves conciertos de música de cámara, antecedidos, pro forma, de algunas palabras alusivas. Huelga añadir que ello duplicó o cuadruplicó su auditorio en el recinto”.

En 1978, cuando murió Carlos Chávez, ese género personal que había hallado, que convertía las conferencias en conciertos, parecía condenado al recuerdo.

En La música en El Colegio Nacional, Ana R. Alonso Minutti refiere que “a pesar de programar frecuentemente en las conferencias-conciertos obras de compositores contemporáneos latinoamericanos y estadunidenses, Chávez pocas veces presentó obras de compositores mexicanos jóvenes. En una conferencia de 1969 titulada ‘Composición de Vanguardia en México’, manifestó su preocupación por la fascinación de los compositores jóvenes por la ‘novedad’ que pudiera impedirles adquirir ‘la base sólida que sólo las técnicas clásicas pueden dar’. Finalmente concluyó que entre la generación joven de compositores mexicanos solamente dos habían demostrado poseer bases sólidas y ser dignos de atención: Héctor Quintanar y Eduardo Mata, quienes habían sido sus discípulos en el Taller de Composición. Al final de la conferencia, María Teresa Rodríguez interpretó la Sonata para piano (1960) de Mata”.

Reconocido por su voluntad creadora y por ser un director riguroso que le confería un estilo a las orquestas que dirigía, Eduardo Mata era asimismo un compositor muy crítico consigo mismo, según lo ha señalado Gloria Carmona. Creía que sus ensayos como compositor le permitían entender una partitura íntimamente, analizarla a nivel de disección, “tener la habilidad de hacerla pedazos y volverla a poner en orden”. Consideraba a Carlos Chávez un hombre de “dimensiones colosales” y confesaba que sus “primeros cinco años de asociación con Chávez fueron como su alumno en el Taller de Composición en el Conservatorio Nacional de México, suerte de experiencia monástica que marcó indeleblemente mi propio crecimiento, como persona y como músico. De esta relación me siento orgulloso y agradecido; su cercanía fue un privilegio en mi carrera”.

No por azar, la última grabación de su música que Carlos Chávez pudo oír y aprobar fue el Concierto para piano interpretado por María Teresa Rodríguez y la New Philarmonia Orchestra de Londres dirigida por Eduardo Mata en 1976 y cuando ingresó a El Colegio Nacional, en 1984, Mata prosiguió con el género de conferencias que devenían conciertos, dos de los cuales las sostuvo sobre Chávez. Lamentablemente no pudo impartir porque murió accidentalmente en 1995 a los 53 años de edad. Sin embargo, esas conferencias resultaron memorables, como las que le dedicó a Julián Orbón, al que consideraba “un humanista”, del que grabó obras varias con la Orquesta Sinfónica de Dallas y bajo cuyo influjo compuso Aires sobre un tema del siglo XVI.

Entre las obras que Mata programó en la conferencia-concierto que le dedicó a la música mexicana contemporánea se halló Reflejos de la noche para cuarteto de cuerdas, de Mario Lavista. Como Mata, Lavista fue alumno de Rodolfo Halffter y del Taller de Composición de Carlos Chávez. Una de las obras que ha escrito derivadas íntimamente del ejemplo de Franciscus Andrieu, que en el siglo XIV escribió el primer Lamento a la muerte de Guillaume de Machault, es Cinco preludios en recuerdo a Eduardo Mata. En El lenguaje del músico, su primera lección como miembro de El Colegio Nacional, en 1998, Lavista no pudo dejar de “rendir tributo a mis ilustres antecesores: Carlos Chávez y Eduardo Mata. El talento y la lucidez, la inteligencia y el rigor crítico sustentan siempre la actividad profesional de estas dos poderosas personalidades del arte mexicano. Gracias a ellos la música tiene un espacio en este recinto. Sus enseñanzas, qué duda cabe, servirán de guía firme para mi desempeño en estas aulas”.

No sólo por eso, adoptó también la forma de la conferencia que parece concierto para volver a oír a Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Rodolfo Halffter, sino para detenerse en compositores de nuestro tiempo, como Eugenio Toussaint, Gabriela Ortiz, Hebert Vázquez, Georgina Derbez, Javier Álvarez, Ana Lara, Marcela Rodríguez, Hilda Paredes y también en intérpretes como Alberto Cruzprieto, Teresa Rodríguez, Mauricio Náder, Jorge Federico Osorio, Horacio Franco, Fernando Domínguez, pues considera que “los instrumentos se han perfeccionado, es cierto, pero en esencia son los mismos seres extraordinarios que se han adaptado a nuestras necesidades, muy diferentes a las que existían en épocas anteriores. Hay que saber oírlos para poder extraer de ellos todas las posibilidades técnicas y expresivas y penetrar en su alma maravillosa”. Una de esas incitaciones tuvo como principio el juego musical de dados que ideó Mozart.

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