El terremoto del 19 de septiembre pasado sorprendió a la familia García en el segundo piso de su vivienda, ubicada en la colonia La Planta, en la delegación Iztapalapa.

Cuatro personas se hallaban en la casa cuando el sismo comenzó, dos mujeres y dos niños. Bajaron por la escalera violentamente, pero no lograron alcanzar la puerta: una grieta se abrió en el patio. El terreno sobre el que fue construida la casa se hundió medio metro.

“La tierra subía y bajaba, a cada subida la grieta se abría más. Nos abrazamos pensando que nos iba tragar la tierra”, recuerda la más joven de las mujeres.

Cuando el sismo terminó, la familia García abandonó el domicilio. Afuera había otra grieta que corría justo en medio de la calle, y la partía en dos. Un lado de la colonia había quedado arriba; el opuesto, hasta un metro abajo de donde se encontraba antes del temblor.

Las casas de la calle Molino Arrocero estaban dislocadas: se recargaban unas sobre otras. Las fracturas atravesaban patios, salas, recámaras, cocinas. Corrían por el piso y subían por los muros.

Los vecinos intentaron seguir el rastro de la falla geológica. Era la misma que procedía de Tláhuac y de la colonia Cananea, y que atravesaba la delegación Iztapalapa, partiéndola también en dos.

La grieta se perdía, como si se hubiese sumergido bajo los cimientos de algunas casas, y reaparecía más adelante, maltratando y destruyendo lo que encontró a su paso.

En enero de 2016, en el camellón de Periférico Oriente, en las inmediaciones de la Unidad Habitacional Vicente Guerrero, apareció una grieta de 4.50 metros de largo por 1.80 de ancho.

La delegada perredista Dione Anguiano calificó la falla como “somera” y aseguró (EL UNIVERSAL, 02/01/2016) que “no existían más oquedades de esa naturaleza en zonas aledañas”.

Los vecinos de las colonias La Planta y Cananea sabían que no era así. Habían visto crecer la grieta desde el terremoto de 1985. Según la señora Mercedes Javier, vecina de la calle Pintapan, en los últimos años la falla se acentuó.

“Antes rellenaba la grieta que pasa a un lado de mi casa con un camión de tepetate —explica—. Pero en los últimos dos años, ya teníamos que traer dos camiones para más o menos cubrirla”.

Todos conocían la existencia de la grieta desde hace muchos años. En 2008 se estableció en Iztapalapa un Centro de Evaluación de Riesgos Geológicos, monitoreado por la UNAM. A su llegada, Dione Anguiano canceló el convenio de colaboración que la delegación mantenía con la Universidad.

Las estaciones que revisaban la deformación del suelo fueron desatendidas.

En marzo de este año, la UNAM insistió en que el 42% de las grietas no atendidas, que hay en la Ciudad de México, se hallaba en Iztapalapa. Sólo hubo silencio.

Hoy las casas de la calle Molino Arrocero conforman el escenario de la peor pesadilla urbana. Los muros y los techos, que aún se mantienen en pie, están apuntalados con vigas. Algunos domicilios se encuentran abandonados: quienes pudieron hacerlo, sacaron sus pertenencias más importantes (“cosas que no valen nada, pero son todo lo que tenemos”) y fueron a refugiarse con vecinos o familiares.

Pero la mayor parte de la gente no tiene a dónde ir, y habita desde hace un mes en casas de campaña donadas por el gobierno chino.

Las fachadas de sus domicilios están marcadas con aerosol rojo. Una X significa que la casa es inhabitable. Un triángulo con una raya, que la casa sufrió daños que pueden ser reparados.

Algunas personas sólo ingresan a sus domicilios para asearse. Otras han optado por seguir su vida cotidiana entre aquellos paredones cubiertos de grietas, dentro de casas de tabique y suelo de tierra en las que, incluso, da miedo toser. “No nos podemos mover, los tres mil pesos que nos dieron no alcanzan para empezar otra vida. Llevamos un mes en estas ruinas, sin solución, y lo que Dione Anguiano ha dicho es que debemos aprender a vivir con nuestra grieta. A ver, que se venga a aprender ella aquí”, dice un miembro de la familia Arechar Sánchez.

La calle sube y baja entre casas destruidas. La grieta zigzaguea, se ramifica hasta en cinco fracturas. Es la grieta que separa a los políticos y a los funcionarios de Iztapalapa de sus gobernados.

Basta seguirla y escuchar a la gente para constatar la inmensidad de la fractura.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses