El maestro Albino Quiroz Sandoval desapareció en Tepoztlán, Morelos, el 16 de marzo de 2017. Su auto apareció estacionado frente a las oficinas de un abogado local. Su familia pensó que se trataba de un secuestro, pero no hubo llamada de rescate.

Dos días más tarde, Juan Carlos Quiroz, hijo del profesor, descubrió entre los papeles de su padre que éste le había hecho siete préstamos al abogado, por un total de 27 mil pesos.

Don Albino, sin embargo, no era prestamista. Se había jubilado hacía cuatro años, luego de trabajar durante casi 50 como maestro. Vivía modestamente de su pensión.

La madre de Juan Carlos recordó que el abogado aquel había visitado su casa en diciembre de 2016. Alegó que una hija suya se hallaba hospitalizada, y logró que el maestro Quiroz le prestara algo de dinero.

Fueron a preguntar. En la oficina les dijeron que no conocían al maestro.

Tepoztlán es un lugar pequeño. Juan Carlos averiguó rápidamente varias cosas. Todas malas.

No sé si se enteró de ellas en este orden. Al menos así aparecen en mi libreta. Supo que el abogado se dedicaba a la legalización de terrenos irregulares aprovechando la corrupción que ha permitido el saqueo del Parque Nacional del Tepozteco.

Supo que tenía la costumbre de pedir prestadas pequeñas cantidades (“mil o 1,500 pesos”), siempre a personas mayores (el maestro Albino tenía 72 años), echando mano del mismo pretexto: una hija en el hospital.

Supo que no acostumbraba pagar y que por lo menos en una ocasión amenazó en público a una mujer que le había hecho un préstamo.

Supo que había trabajado para un empresario que se convirtió en alcalde, y que este empresario le dio un cargo en la policía municipal.

Supo que lo habían despedido cuando lo acusaron de extorsionar a los policías que se hallaban bajo su cargo.

Se enteró también de algo que no hubiera querido escuchar. Un vecino le informó que el día de la desaparición había visto al abogado golpear a una persona dentro de la oficina, y que después de hacerlo bajó la cortina del local, “con el señor golpeado adentro”.

Al ser interpelado el abogado dijo que no conocía al maestro, luego dijo que don Albino era su amigo y por eso le prestaba dinero, y más tarde declaró que le estaba llevando un caso.

Un segundo vecino afirmó que el día de los hechos había hecho una llamada a la policía, pero que la patrulla nunca llegó.

Juan Carlos presentó en la Fiscalía de Morelos lo que había averiguado. Logró que un juez liberara una orden de cateo y una orden de aprehensión.

El local había sido bañado con cloro. En el patio trasero aún estaban los envases vacíos. Los peritos hallaron, sin embargo, evidencia de que el maestro estuvo en ese lugar.

Aquella tarde, las cámaras de seguridad de una caseta de cobro registraron el paso rumbo a Cuautla del Toyota rojo del abogado. Un auto color arena lo iba acompañando. Ambos pasaron de regreso una hora después. Los peritos han establecido un radio en el que el cuerpo pudo ser abandonado. Pero ha transcurrido un año y todos siguen con las manos vacías.

Los testigos de los hechos se niegan a declarar. Dijeron lo que sabían, pero hasta ahí. Nadie quiere problemas ni con las autoridades ni con los vecinos. Tepoztlán, dicen, es un lugar chico.

“¿A dónde quedó, a dónde están sus manos, a dónde está su cuerpo… les pido con todo mi dolor que me ayuden. Si alguien de ustedes vio ese día 16 de marzo algo de lo que sucedió, ayúdennos denunciando”, dice la esposa del maestro en un video que la familia subió a redes sociales al cumplirse un año de la desaparición.

Juan Carlos sostiene que en Tepoztlán “estamos viviendo una pesadilla de desapariciones, homicidios, secuestros, extorsiones”. Dice que lo que la gente calla “puede cambiar las cosas”.

@hdemauleondemauleon@hotmail.com

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