Acabo de leer un ensayo del Lic. Andrés Manuel López Obrador que, como es sabido, además de guiar los destinos nacionales hacia donde deben ir, es también un gran historiador que lee mucho y muy de cerca a Daniel Cosío Villegas y a Alfonso Taracena y a otros pocos.

Se titula “Definiciones” y es el “texto introductorio” a un libro titulado Dos revolucionarios a la sombra de Madero. La historia de Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell (Ariel, 2016), de la autoría de una escritora que brilla mucho últimamente y cuyo nombre es Dra. Beatriz Gutiérrez Müller.

El libro se ha comentado varias veces ante multitudes muy ávidas de leer a Solón Argüello con hondos análisis críticos (que pueden leerse en YouTube), a cargo de la autora y notables historiadores destacadísimos por la originalidad científica de sus ideas vigentes.

Poco se ha dicho en cambio del prólogo del Lic. López Obrador. Es una pena, porque aporta ideas nutritivas sobre lo que deben hacer los intelectuales en tiempos difíciles, aunque no haya de otros. Inicia advirtiendo que “me resistí hasta donde fue posible” a escribir tal prólogo pues la autora “es escritora, domina su oficio y no quería implicarla en lo que represento. Más de una vez le dije: ‘No conviene que yo intervenga en tu trabajo porque muchos en el mundo de las letras sostienen que no debe vincularse lo intelectual con lo político’”.

Pero ella insistió, argumentándole al licenciado que “es necesario comprometerse”; que no es válido “en épocas de transformación, que un periodista, artista o escritor se mantenga indefinido, al margen de acontecimientos trascendentes.”

Ante ese argumento irrebatible, el licenciado vio la luz: “y como yo pienso así, y me molesta el oportunismo, la desidia y los titubeos de intelectuales que se refugian en la supuesta objetividad, en la moderación para no tomar partido (que, ya sabemos, es una forma de tomar partido), finalmente acepté escribir estas líneas”.

Son líneas (en realidad unas 50 páginas) asombrosamente cargadas de novedad, a pesar de ser en gran medida un copy-paste de otro libro, Neoporfirismo hoy como ayer, que publicó el licenciado dos años antes. Lo maravilloso es cómo hay páginas que rejuvenecen cuando el humanista es probo.

Como el libro a prologar trata de dos escritores deslumbrantemente mediocres, pero victimados por el centralismo y las mafias culturales de esas que nunca faltan, etcétera, el licenciado prefiere viajar a los últimos días del presidente Francisco I. Madero. Y ahí es donde destilan las observaciones agudas del gran estratega político que hay detrás del historiador eminente. ¿Por qué cayó Madero? Pues por el mismo error de Juárez y Lerdo años antes: porque “no había logrado hacerse de una base social para sostener un proyecto democrático y enfrentar la reacción conservadora”.

¡He ahí por qué es tan importante que un Presidente se haga rapidito de una “base social”!

De haberlo hecho Madero, otra historia nos contaba. Sí, el “ideal” de la democracia era importante, pero para alcanzarlo Madero tendría que haber hecho base dándole la tierra a los campesinos, pues así “habría contado con la lealtad y apoyo de la fuerza social más numerosa del país para respaldar a su gobierno”.

¡He ahí por qué es importante darle algo a la “fuerza social” a cambio de su respaldo!

Pero Madero no lo hizo y su proyecto “quedó cojo, en el aire, desprotegido y vulnerable”. Ni siquiera logró crear “un auténtico partido democrático”, lo que permitió a “la derecha aglutinar a todos los que sentían amenazados sus intereses” y a los que llama “fifís”.

¡He ahí por qué hay que crear un “partido democrático” que se deshaga a tiempo de los fifís!

En especial los fifís “zalameros y viles” que se adhirieron a los dictadores, como Justo Sierra, “gran gurú”, y Francisco Bulnes, quien “se hizo pasar por mexicano cuando en realidad había nacido en España”, y muchos otros deplorables “intelectuales orgánicos” como Díaz Mirón, Amado Nervo o Enrique González Martínez que —ya con don Porfirio o con Huerta— abandonaron su dignidad para ser “leales al oficialismo” y aceptar que sólo el dictador en turno “mandaba en México.”

¡He ahí por qué no hay que ser “intelectual orgánico”!

Termina el licenciado López Obrador expresando que apostando que la “minuciosa investigación de Beatriz” (Gutiérrez Müller) servirá para “alentar a los jóvenes intelectuales a definirse y participar en la transformación de México”.

Es lo bueno de tener un Presidente que sabe tanto de historia...

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