La solidaridad del pueblo japonés y del alemán, su sólida capacidad de organización, quedó demostrada a los ojos del mundo entero a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Japón, el Imperio del Sol naciente, sufrió dos pavorosos bombardeos atómicos en ciudades como Hiroshima y Nagasaki. Truman ordenó el lanzamiento de artefactos nucleares, uno conocido como Little Boy y el otro como Fat Man, ambos en agosto de 1945, para provocar la rendición de Japón que ya había padecido intensos ataques aéreos en al menos 67 ciudades del archipiélago. Perdieron la vida 105 mil y 120 mil personas respectivamente sin dejar de considerar los cientos de miles de heridos, tanto por la detonación de las bombas, como por la radiación. En cuestión de segundos desaparecieron dichas ciudades del mapa, sí, sin embargo, el proceso de reconstrucción nipón en el que participaron el gobierno y la sociedad, logró al día de hoy que ambas urbes lucieran con una asombrosa modernidad como si no hubieran resentido daño alguno.

En lo que hace a Alemania, el Tercer Reich fue devastado por los implacables bombardeos aéreos de los aliados para extirpar el terror nazi, una de las grandes vergüenzas en la dolorida historia de la humanidad. Las ciudades germanas fueron destruidas, hechas polvo al extremo de convertirlas en conjuntos de escombros para acabar con cualquier complejo de la superioridad de la supuesta raza aria. Basta con visitar Berlín o Fráncfort o Múnich o Dresde, entre otra treintena de ciudades más, para confirmar el poder de la alianza teutona nuevamente trabada entre sociedad y gobierno para superar el justificado castigo con honor y coraje.

En México, en las ciudades dañadas por el terremoto, se impone ahora un pacto solidario cívico, financiero y político para superar la catástrofe. La organización para reparar el desastre debe ser de carácter tripartita, en donde gobierno y ciudadanos colaboren a través de fideicomisos para garantizar el destino de los recursos y el acceso oportuno a las metas trazadas. No es posible que a 32 años del terremoto de 1985, a la fecha subsistan un número indeterminado de inmuebles destrozados que demuestran la incapacidad o la indolencia de la autoridad y de la ciudadanía para superar la destrucción propia de un incontrolable y feroz fenómeno natural. Resulta difícil imaginar lo que habría acontecido si el Distrito Federal —algo tan impensable como indeseable— hubiera sufrido daños parecidos a Hiroshima o a Berlín en 1945. Cualquier comparación resulta odiosa, sólo que el músculo alemán o el japonés no pueden ser superiores al mexicano, más aún después de las escenas conocidas a raíz del temblor del pasado 19 de septiembre. Después de dar un paso se debe dar el siguiente, dice el dicho de extracción sajona. Toca entonces a México, todos incluidos, empezar con la segunda parte del proceso de solidaridad y organizar el proceso de reconstrucción nacional.

No se trata de un esfuerzo menor porque si logramos organizarnos en este terrible momento, entonces la sociedad podrá dar el siguiente paso y administrar una tremenda purga en el gobierno en las elecciones del año entrante. Se trata, en realidad, de convencernos de nuestros alcances cuando los mexicanos logramos tomarnos de la mano. La queja es inútil, es la hora de la acción ciudadana. Ya demostró su fortaleza. Aprovechémosla para cambiar el rostro de México en el 2018.

fmartinmoreno@yahoo.com

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