París, agosto 24: no, Europa ya no es la de siempre y, tal vez, jamás lo volverá a ser. Nunca creí en la posibilidad de sentir miedo al caminar pacíficamente por la avenida de los Campos Elíseos parisinos. En estos días, al pasear no sólo por París, sino por las grandes capitales europeas, resulta obligatoria la adopción de ciertas precauciones antes inimaginables. En cualquier momento podría saltar brutalmente un automóvil a la banqueta a toda velocidad, para atropellar a la máxima cantidad de turistas de diversas nacionalidades, edades, sexos y religiones, sin distinguir tampoco si se trata o no de musulmanes, imposible saberlo. Se trata de matar a mansalva a los “infieles” y, llegado el caso, morir baleado por la policía, un martirio necesario para limpiar los pecados de los asesinos, el sagrado recurso para alcanzar la purificación total. Alá es grande, “Allahu Akbar”, gritan los asesinos al morir y ponerse, supuestamente, en sus manos.

¿Paranoia? Sí, sin duda, pero también, sin duda, el temor es ampliamente justificado. Yo mismo me desplazaba por la calle blindada con bloques de concreto, volteando por ambos lados, sin meter las manos en los bolsillos del pantalón ni clavar la mirada en los aparadores ante la eventualidad de encontrarme de frente con un vehículo lanzado en contra de mi familia, a la que tendría que empujar de un lado o al otro para intentar salvar la bárbara embestida. ¿Qué tal encontrarse de golpe con una mochila o una pequeña maleta abandonada en un almacén o en los pasillos de un aeropuerto ya custodiados por guardias uniformados o camuflados de turistas?

¿Medidas? Sí, que se entierre a los criminales envueltos en pieles de cerdo para impedir su purificación y su feliz acceso al más allá. Algunos “imanes” no les ofician responso alguno a los verdugos suicidas ni los aceptan en cementerios musulmanes. Además, se tiene planeado deportar a los familiares de los asesinos a sus países de origen, sin olvidar que los carniceros casi todos son ejecutados por las policías sin someterlos, por lo general, a juicio alguno ni prestarse a chantajes para lograr su liberación una vez encarcelados.

Los “imanes” perversos, los radicales, los delincuentes intelectuales, (existen “imanes”, la inmensa mayoría, amantes de la paz) escogen jóvenes entre los 18 y los 22 años de edad que hayan llevado una vida enredada entre diversos vicios sancionados por el islam. A aquellos se les ofrece el suplicio a cambio de su salvación. ¿La religión no es caso el opio de los pueblos…?

Según Álvarez-Ossorio, experto en asuntos árabes, Abu Mohammad al-Adnani, ministro de propaganda del Estado Islámico, EI, aconsejó antes de morir a sus seguidores que perpetraran atentados en territorio europeo: “si no podéis explotar una bomba o disparar una bala, haced lo posible para encontraros con  un infiel francés o americano y rompedle la cabeza con una piedra, matadlo a cuchilladas, o atropelladlo con vuestro coche, tiradlo por un barranco, estranguladlo, envenenadlo. No consultéis con nadie ni esperéis ninguna fatua para hacerlo”. ¿Cómo vencer a un enemigo en estas condiciones?

¿Qué desea en el fondo el Estado Islámico al declarar otra “guerra santa” en contra de los supuestos “infieles”? Pretenden una convulsión civil en una Europa invadida por musulmanes pacíficos que se multiplican demográficamente al ritmo de cuatro por uno, hasta hacer que el Viejo Continente sea una “Unión Musulmana”. Los alcaldes de Róterdam y de Londres son musulmanes de gran valía y talento.

El EI intenta que los ciudadanos europeos, hartos de los ataques criminales, respondan con la violencia y agredan físicamente a musulmanes sospechosos de cualquier locura, inocentes o no, quien sea que se exprese en árabe y que, tal vez, sea capaz de entrar a la catedral de Notre Dame forrado de dinamita y hacerse estallar en mil pedazos en medio de una muchedumbre de feligreses católicos.

El miedo mezclado con un justificado apetito de venganza puede detonar una guerra civil en Europa en contra de los musulmanes. Me refiero a una nueva “Cruzada”, como las que se llevaron a cabo en los siglos XI y XII, una cruzada civil, anti islámica para expulsar o matar a los musulmanes inocentes o no, que pudieron o podrían estar involucrados o no, es igual, en atentados salvajes como el del metro de Londres, el teatro de Moscú, las torres gemelas de Nueva York, el de la estación Atocha en Madrid, el de Niza, el de Múnich, el de Charlie Hebdo y el de Bataclán, en París, el del aeropuerto de Bruselas y recientemente el de Barcelona, entre otros tantísimos más también ocurridos en el mundo árabe o no.

Los musulmanes fanáticos huyen de sus países que odian para ir a otros que admiran con el propósito de convertirlos en países dignos de ser odiados. No es una guerra de trincheras como la Primera Guerra Mundial, ni se trata de dejar caer bombas sobre ciudades indefensas como ocurrió en la Segunda, incluidas Hiroshima y Nagasaki, por más que los musulmanes radicales ya soñarían con este último objetivo o con el de poder contar con un artefacto nuclear sucio para hacerlo explotar en un estadio lleno de “infieles”.

Los ciudadanos europeos no deben caer en la tentación de hacerse justicia con sus manos porque ello conduciría a una guerra civil. La respuesta sería terrible, como la de agitar un avispero. Las policías, ciertamente hábiles y expertas, a diferencia de las mexicanas, cuerpos podridos y además incapaces, deben ocuparse, por medio de estrategias de inteligencia, de operaciones de “pinza” para desmantelar las facciones de musulmanes fanáticos, auténticos criminales que no nacieron de vientre humano. ¡Pobre Barcelona: primero padeció las explosiones de ETA en mercados y calles, y ahora sufre los horrores de los atropellos masivos en sus históricos centros turísticos!

No, no quiero estos tiempos modernos, pero no tenemos otra alternativa más que padecerlos. El hombre es el lobo del hombre…

fmartinmoreno@yahoo.com

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