Estoy convencido que Donald Trump hace esfuerzos faraónicos para esconder su verdadera personalidad, así como sus auténticas convicciones políticas. En el fondo de su ser desearía apasionadamente que quien entrara a su oficina, nada más y nada menos que al salón oval en la Casa Blanca (el mismo donde despachaban Lincoln y Franklin Roosevelt), asistiera vestido con el uniforme neonazi y lo saludara golpeando los tacones de sus botas perfectamente boleadas, la mano derecha extendida con la palma para abajo y expusiera de manera que fuera bien escuchado un “Heil, Trump, Heil…”

Trump soñaría con tener una policía como la SS de Hitler, encabezada por Heinrich Luitpold Himmler, Reichsführer de la Schutzstaffel, que bien podría haber coordinado el tal Bannon, afortunadamente ya cesado después de despedir un hediondo olor a azufre, otro asco de sujeto pernicioso, quien tal vez tampoco nació de vientre humano. Cuando Trump insiste en repatriar a millones de paisanos, para él violadores y asesinos que paradójicamente sostienen a múltiples empresas, generan empleos y pagaron en 2016 una cifra impresionante que se eleva a 11 billones de dólares de impuestos, probablemente pensó en la posibilidad de irlos reuniendo en campos de concentración de mexicanos de piel oscura. ¿Soñaría también con campos, ahora de exterminio para negros?

Si pudiera consignar en estas breves líneas las máximas aspiraciones de Trump, ciertamente inconfesables, las pondría con estas palabras: él quisiera un Estados Unidos poblado únicamente con personas de piel blanca y dueños de enormes capitales. Todos lo demás, negros, asiáticos y sudamericanos, hablaran o no inglés, no tendrían cabida en ese establishment propio de un reaccionario de ultraderecha fascista.

Yo, en lo personal, pienso que Donald Trump bien pudo haber sido un soldado confederado que habría luchado, sin duda alguna, en la guerra de secesión iniciada en 1861, a favor de la esclavitud. Sí, en efecto, Trump hubiera estado, rifle en mano o atrás de los cañones, para luchar en contra de los negros esclavizados para seguir obligándolos a continuar trabajando en las fincas algodoneras en términos inhumanos. Desde la guerra civil de aquellos años, nunca, ningún presidente de Estados Unidos había hecho semejantes esfuerzos por desunir a su propio país y obligarlo a arrancarse las costras del rencor originadas en el siglo XIX. Por lo tanto, Trump no es un héroe, sino un traidor a su patria, de la misma manera que los confederados buscaban la desunión por medio de las armas y de la violencia. ¡Claro que murieron cientos de miles con tal de dividir a su país! ¿Ya se olvidó, tan pronto, el patético papel de Trump durante los recientes acontecimientos de Charlottesville? ¿No estaba del lado de los supremacistas por más que se mordió la lengua para ocultarlo? ¿Acaso envió oportunamente a México un mensaje de condolencias por el terremoto pasado? No es falta de cortesía, es odio, es rencor hacia nosotros. ¿Somos ricos? ¡No! ¿Somos mayoritariamente de piel blanca? ¡No! ¿Nos desprecia? ¡Sí! Entonces habría que revisar las nóminas de los mexicanos empleados durante la construcción de sus millonarias obras inmobiliarias, para saber si no los contrataba en términos esclavistas o porque su odio tiene los límites de su propia conveniencia económica…

La Confederación y su odiosa bandera representaban el racismo, la esclavitud, la explotación de las personas y la evidente negación de la igualdad entre los seres humanos, según lo establecen los derechos universales del hombre. ¡Claro que Trump hubiera soñado con ser Jefferson Davis, el único presidente, durante 4 años, de la perversa confederación, o bien, el propio Robert Lee, comandante, en su momento, del ejército confederado! A la fecha siguen ondeando banderas confederadas en varios estados de la Unión Americana que votaron con mentalidad racista a favor de una dramática regresión de la primera potencia del mundo cuando eligieron a Trump.

Trump muestra y demuestra la intolerancia y el desprecio a los mexicanos inmigrantes, evidenciado en estos días al pretender expulsar a cientos de miles de dreamers de Estados Unidos, objetivo que tampoco logrará si llegaran a contar con una eficiente defensa legal para volver a impedir el éxito de sus órdenes ejecutivas, tal y como ya aconteció con anterioridad en varias ocasiones y por diversos motivos. Un juez federal podría bloquear de nueva cuenta a Trump, pues existen diversos argumentos jurídicos muy convincentes y promisorios para lograrlo.

Si Donald Trump pudiera publicar sus verdaderas convicciones políticas, por supuesto que se declararía adorador del Ku Klux Klan, desde que no confiesa abiertamente su racismo, pero es racista y por la vía de los hechos acepta la supremacía de la raza blanca sobre la negra o sobre la cobriza mexicana que tanto detesta. ¿No es clara su homofobia de extracción nacional-socialista y el terrorismo de extrema derecha que enarbola? ¿Cómo no imaginarlo sonriente, escondido en un batón blanco, coronado con un cucurucho o un capirote del mismo color, con una cruz grabada en el pecho de la asquerosa sotana, en tanto carga otra de madera, ésta ardiente, en su marcha hacia la destrucción de los “odiosos” seres inferiores que, según podría confesar, no tienen derecho a vivir ni con dignidad ni sin ella?

¿Quién no ha visto el rostro sorprendido o cargado de extrañeza de los grandes líderes mundiales cuando se han entrevistado? ¿Por qué se habrá casado con mujeres europeas si no para “mejorar” la especie, otro de los objetivos perversos de Hitler en sus campos de experimentación genética? ¿Edificar un muro no implica la construcción inconfesable de un gigantesco campo de concentración mexicano?

Cuánta frustración padecerá Trump desde que no puede ser saludado con un Heil Trump! No puede controlar a la prensa a la que insulta ferozmente a la primera oportunidad, ni mandar encarcelar o gasear a los jueces que dictan sentencias opuestas a sus decisiones fascistas, ni poder clausurar el Congreso, el freno institucional que obstaculiza sus objetivos nacional-socialistas encubiertos. ¿Hasta dónde habría llegado Trump si, como Hitler, dominara a la prensa, al Reichstag, lo apoyara incondicionalmente un partido como el nazi y no tuviera que lidiar con oposición alguna?

Heil, Trump, Sieg Heil…? ¡Acuérdate cómo acabó Alemania con las “ideas” de Hitler…!

fmartinmoreno@yahoo.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses