La inmensa mayoría de los comentaristas de radio, televisión y prensa escrita rechazaron cualquier posibilidad relativa al éxito de México en contra del partido contra Alemania. Los teutones, los hombres bárbaros del norte, aplastarían sin la menor piedad a la raza de bronce, a los ratones verdes, eternamente acomplejados desde la invasión europea al continente americano a principios del siglo XVI. Es más, los sesudos expertos internacionales en materia futbolística, las casas de apuestas en Las Vegas, para mayor frivolidad, también auguraban la catástrofe mexicana en los campos rusos. ¿Cuál no sería la sorpresa de expertos, conocedores, comentaristas, apostadores profesionales que vaticinaban más de 80% de votos en contra de México, cuando nuestra Selección Nacional detonó un poderoso obús de las piernas mágicas de Lozano para derrotar al equipo que había ganado varios campeonatos del mundo? Creo, como decía el poeta, como bien lo sentenciara León Felipe, que los “colmilludos” comentaristas tendrán que tocar su violín más bajo, bajo, muy bajo…

En otro orden de ideas, percibo una similitud entre las lumbreras futbolísticas que fracasaron escandalosamente en sus augurios y la mayoría de los connotados encuestadores que también pueden llevarse la sorpresa de su vida el 1º de julio, en el caso que López Obrador resulte derrotado por el bien de la Patria. ¿Dónde está la verdad en las encuestas? ¿En cuál confiar, en la misma medida en que existen enormes diferencias entre todas ellas? Hillary Clinton, según los mismos sondeos en Estados Unidos, estaba destinada a ganar con 80% de posibilidades en contra de Trump, un maniático peleador callejero. Cameron convocó a un referéndum para decidir si la Gran Bretaña se quedaba dentro o fuera de la Unión Europea, porque a todas luces, según él, existía una respuesta popular positiva y, sin embargo, perdió su propuesta y tuvo que renunciar en contra de todos los pronósticos. Lo mismo aconteció recientemente en Colombia y en Costa Rica, para no cansar el ánimo del amable lector que me obsequia su paciencia al leer estas breves líneas.

Si bien yo despreciaba los comentarios racistas de algunos comentaristas deportivos que apoyaban sus argumentos en la incapacidad de México para ganarle a Alemania y deseaba enrostrarles sus aberrantes conclusiones, en ese mismo sentido espero que la mayoría de los encuestadores mexicanos estén equivocados en la actual realidad política electoral, como lo estuvieron los norteamericanos, los ingleses, los colombianos y los costarricenses, entre otros tantos más.

Lo que sí es un hecho irrefutable, que no necesita ser encuestado, es la existencia temeraria e irresponsable de un Estado fallido, afirmación que se comprueba con tan solo recordar en nuestros días, el asesinato impune y salvaje de 47 candidatos mexicanos a puestos de elección popular. ¿Plata o plomo? Lo anterior, sin olvidar las decenas de miles de homicidios y de desaparecidos que han ensangrentado, irritado, desesperado y avergonzado a la nación.

Sea quien sea electo Presidente de la República el próximo primero de julio, tendrá que enfrentar a las fuerzas siniestras y desbocadas del hampa, que arrasa como una gigantesca ola maldita de fuego todo cuanto encuentra a su paso.

Durante los debates y las ponencias de los candidatos a la presidencia de México, no se distingue un plan articulado para construir un eficiente Estado de Derecho, la columna vertebral, junto con la educación, que detonará el crecimiento económico y la acelerada evolución social del país.

López Obrador, el menos conocedor de esta materia, alega que la corrupción concluirá mágicamente a su llegada al poder, sin presentar un plan sólido y creíble que funde y motive sus aberrantes declaraciones. Para comenzar ha declarado su decisión de no utilizar la fuerza publica para imponer el orden. Él convertirá a los capos en Carmelitas Descalzas y les enseñará el tejido de punto en los conventos… Si bien necesitamos un fiscal especial anticorrupción, AMLO propone a un personaje sacado de su chistera para denunciar, a su modo, a quienes él y sólo él puedan ser encausados en un procedimiento penal. Error tras error. Embuste tras embuste. Mentira tras mentira. El fiscal no puede ser designado por el Jefe de la Nación, sino electo por un consejo ciudadano integrado por hombres y mujeres de intachable personalidad ética (sobran en nuestro país) para garantizarnos la independencia y autonomía en el cargo.

El futuro de México no es un juego de fútbol en el que una vez concluido el campeonato, todos los jugadores regresan a casa con sonrisas o sin ellas. Nuestro país requiere una revolución penal, un nuevo sistema de justicia punitiva, la elección popular de los jueces, la estructuración de un eficiente sistema anticorrupción que permita extirpar esta pavorosa metástasis que devora todos los tejidos de la nación. No necesitamos un Mesías, ni un salvador de almas, ni un redentor de espíritus: lo que requerimos, y de manera urgente, es de un jefe de Estado, un verdadero estadista que pueda acabar con la amenazante tragedia de un Estado fallido y que, con nuevas leyes penales en la mano, emprenda la construcción del México con el que todos soñamos. No, no queremos un payaso ni creemos en los milagros, pero sí en la posibilidad de impartir justicia, la palabra más socorrida de las mexicanos desde los promisorios años de la independencia del país: justicia, justicia, justicia. ¿Y qué tal Corea? Adiós todos los pronósticos...

Twitter: @fmartinmoreno

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