En estos últimos días, he participado en varias encuestas. Ninguna política, todas acerca del México-Alemania de hoy. Cuando la mayoría de los lectores de este diario y mis amigos de las redes sociales lean esta columna, el partido ya habrá terminado.

Voté, siempre, que ganábamos. En una, incluso, por dos o más goles. Sin embargo, apenas enviaba mi voto y la pantalla arrojaba los resultados preliminares, me decepcionaba. Alemania arrasaba, sin excepción, con una ventaja avasalladora, incluso mayor que la que Mitofsky le da hoy a AMLO. La gran mayoría de los mexicanos pensaba que perderíamos y en las quinielas se reflejaba la desconfianza en los momios. Tan sólo un 15%, aproximadamente, creíamos.

Claro que, hay que ser sinceros, con un entrenador sin carisma, al que no se le ve envuelto en la bandera, y quien nunca tuvo un cuadro titular, porque apuesta por rotar gente duelo a duelo, es difícil invertirle ilusiones y dinero. Pero hay que hacerlo, no hay de otra. A pesar de tener los números, las estadísticas y la historia en contra, hay que creer, pues esta mañana la vida ha comenzado otra vez y absolutamente cualquier cosa puede suceder.

Esa es la maravilla de meterse a la cama y salir de ella al día siguiente: lo inesperado y las posibilidades, lo nuevo, abrir los ojos y descubrir que hoy no tenía que ser necesariamente como ayer. Cuando uno se despierta creyendo, es más fácil encontrar la salida del bucle. No tenemos que vivir en una permanente repetición de sucesos, ni estamos condenados a nada, ni siquiera Messi, con su problema de crecimiento, luego de que una mañana alguien creyó en su futbol y acabó por convertirse en un gigante.

No estamos predeterminados a perder. Aun Franck Ribéry, quien de ser abandonado por sus padres al nacer, años después se convirtió en persona del año según la revista Kicker de Alemania, con todo y las cicatrices que le dejó en el rostro un accidente que casi le quita la vida a los dos años y por las que lo molestaron durante toda su infancia.

Lorena Ramírez, a ojos del mundo, no estaba destinada a subir al podio en el ultramaratón Tenerife Bluetrail, realizado en las Islas Canarias la semana pasada. La atleta, nacida en la Sierra Tarahumara, completó los 102 kilómetros con su vestido y sus sandalias —unos huaraches planos— en el tercer puesto. La rarámuri se entrenó desde pequeña sin saberlo, mientras caminaba cinco o seis horas al día con sus hermanos, por el monte, siguiendo a sus cabras o acompañando a su padre al pueblo más cercano para comprar comida.

Los seleccionados mexicanos jugarán en Rusia con zapatos Adidas o Nike y por fin se sacudirán todas las derrotas que nos han propinado los alemanes. A partir de hoy, el mundo nos recordará por sorprenderlos y nadie volverá a acordarse de lo otro. Vamos a creerlo.

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