Escribió el poeta: “Harto ya, de estar harto ya me cansé”. Todos nos cansamos de que la realidad sea ya sólo nota roja que no recibe ni puta atención real de autoridad alguna, sino hasta amenazas al gremio periodístico cuya ejecución llevará a cabo “la gente”, como si la ciudadanía estuviera al servicio de aquel cheque en blanco firmado en las urnas por desesperación.

Harto, lector queridísimo, permita que aquí su escribidor le ofrezca otra vertiente de su trabajo: el teatro mínimo, con esta pieza de título Un niño muy pero muy pequeño. Va por usted.

SITUACIÓN Y PERSOJANES:

Espacio de acomida al aire libre en un centro comercial. En las mesas alrededor, algunas personas, pocas, toman café y charlan.

En la escena vemos a GIRALDA —entre los 25 y 30 años, independiente, floral, salida de la ducha del gimnasio— que, sentada a una mesa del sitio, sola, lee un libro mientras toma un vaso de agua mineral y mordisquea de un platón con frutas. Es de mañana, la luz es apacible. A ella se acerca un NIÑO —no mayor de 10 años— con ropas y calzado modestos en extremo.

NIÑO. —Hola.

GIRALDA. —Hola, buenos días.

NIÑO. —¿Me regalas para comprar algo de comer?

GIRALDA. —¿Tienes hambre?, ¿no has desayunado?

NIÑO. —No, todavía no. ¿Me regalas algo?

GIRALDA. — No me gustaría darte dinero, pero si quieres, pide algo de desayunar y yo lo pago.

NIÑO. — Bueno.

GIRALDA. —Pídelo, de veras, y te lo comes aquí, que yo te vea. No te puedo dar dinero; no me gustaría que alguien te lo quitara.

NIÑO. —Sabes mucho de la vida, pero no sabes lo importante.

GIRALDA. —¿Qué?, ¿qué dijiste?

NIÑO. —Que de la vida no sabes todo lo importante.

GIRALDA. —Pide algo de comer. En serio, yo lo pago. Y que yo vea que desayunas. Es una porquería que alguien te mande a pedir limosna.

NIÑO. —No te pedí limosna. Te solicité algo para comer y te dije que sabes algunas cosas de la vida, pero no sabes todas las importantes.

GIRALDA. —¿Quién te mandó, cuántos años tienes?

NIÑO. —Nadie me manda, me mando solo. Tengo la edad que ves, más la que imaginas, más la que yo sé que tengo.

GIRALDA. —Si es una broma dile a quien te mandó que no me está gustando.

NIÑO. —No te enojes. Un día tú también podrías ser madre, como has sido hija, y niña.

GIRALDA. —Y tú qué sabes … Mira, si no quieres pedir nada de comer, déjame seguir leyendo. Y dile a quien te mandó que no necesito ningún mensajero.

NIÑO. —No soy un mensajero. Lo que digo es porque lo sé, no porque nadie me haya mandado. Eres una mujer muy amable al invitarme algo de comer.

GIRALDA. —Pues pídelo y cómetelo en otra mesa. Yo lo pago y listo. Discúlpame. Tengo que leer esto para mi trabajo.

NIÑO. —Nadie lee a León Bloy para su trabajo … Y menos tú, y mucho menos para tu trabajo.

GIRALDA. —Yo leo a quien quiero.

NIÑO. —Para eso es el libre albedrío. Si no lo usas, no sirve de nada. Es mejor que lo uses. Por ejemplo: gracias a tu libre albedrío decidiste invitarme un desayuno. Y te lo agradezco. Si te molestó lo que dije de tu libro, lo lamento, pero no me gusta ofrecer una disculpa si no he ofendido a nadie.

GIRALDA. —¿Quién te mandó?, ¿quién eres?

NIÑO. —Tengo muchos nombres. Todos los días vengo por este lado de la ciudad a ver si puedo conseguir algo de comer. Y la gente me pone nombres. Me llaman de muchas maneras.

GIRALDA. — Dime quién te mandó y por qué hablas así. ¿No eres un niño?

NIÑO. —Si te molesta mi presencia, puedo irme. Pero pensé que a lo mejor te gustaría hablar con alguien. Es indispensable oír bien a los libros, porque los libros tienen las respuestas. Pero a los libros no les puedes hacer preguntas. A mí sí.

GIRALDA. — ¿Y cómo quieres que te llame?

NIÑO. —Nunca he sabido cómo me llamo porque la gente me llama de muchas formas. Tú puedes decirme como quieras. Por ejemplo, yo a ti te puedo decir Giralda.

GIRALDA. —¿Cómo supiste mi nombre?

NIÑO. —No lo sabía. Tal vez fue una casualidad.

GIRALDA. —Mira, niño, quien seas. Si no aceptas un desayuno, por favor vete.

NIÑO. —Como quieras, pero si me voy, nunca vas a saber por ti misma lo que debes decidir ahora para tu vida inmediata.

GIRALDA. —¿Y tú qué carajos sabes de mi vida “inmediata”?

NIÑO. —Puedes preguntarme algo… O, si prefieres, yo puedo decirte algo.

GIRALDA. — Dime lo que tengas que decir y vete de mi mesa.

NIÑO. —No te he dicho nada malo como para que me eches de tu lado. Tan sólo dije tu nombre.

GIRALDA. —No te conozco, no tienes por qué saber mi nombre.

NIÑO. —No nos conocemos, pero tampoco estoy aquí por capricho.

GIRALDA. —Dime quién te mandó o busco a alguien de seguridad para que te aleje.

NIÑO. —Eso me lo han dicho muchas veces, pero nunca me lo había dicho una mujer que no sabe si cumplir con las estúpidas reglas sociales o cumplir con su vida y ser libre y autodeterminada.

GIRALDA. —De veras que puedo llamar a alguien de seguridad.

NIÑO. —Ayer por la noche soñaste que hablabas con un amor que tuviste hace años. Y al despertar, mientras te tomabas apresuradamente un vaso de agua, repasaste ese sueño con muchas ganas de borrarlo de tu memoria porque entonces eras feliz sin valorarlo. Y hasta ahora ese sueño no lo has comentado con nadie. Y te refugias en Bloy …¿Ves cómo no me mandó nadie? ¿Ves que podemos hablar y ser corteses el uno con el otro?

GIRALDA.— (con un golpe de llanto) Eres un ser cruel.

NIÑO.— Mmm… También así me han dicho. ¿Desayunamos juntos, entonces?

@cesarguemes

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