1. Cualquier truco de palabras que aquí el escribidor pueda ejecutar para siquiera acercarse a la definición de lo que es Carlos Ruiz Zafón y enaltecer su obra, importa poco… Bueno, no tan poco… Sí que importa, está bien, porque seguro que hay millones de lectores en nuestro mexicano domicilio que todavía no lo conocen, ni genera nuevas conexiones neuronales gracias a su prosa ni pasa lo mejor del día sumergido en sus historias y acompañado por sus personajes. Lo cual equivale a decir que habrá muchísimas personas que se pierden de las maravillas del Universo —con mayúscula porque es nombre propio y porque es más sinuoso y largo que toda La Rumorosa— con tal de aferrarse a la idea baratísima de que la Tierra es plana.

2. Así que esta es la historia de un escritor catalán que un buen día decidió presentar su novela más ambiciosa a un certamen casi imposible de ganar. Y no ganó. Desde luego que no. Y, al mismo tiempo, es la historia del mismo escritor que de esa obra en cierta forma minusvaluada, otro buen día no muy lejano del primero, se presentó ante un auditorio lleno de lectores, con una ligera diferencia: para entonces llevaba la continuación de aquélla, con cierto tiraje inicial de un millón de ejemplares. Para empezar, para abrir boca, para despertar la sed: un millón de ejemplares, así, con un par y la mejor prosa en lengua castellana posible. Si bien lo que sorprende un poco al escribidor es que en aquel momento, Carlos Ruiz Zafón no se viera tentado por la venganza. Era sencillo decir algo, entre líneas o en baja voz. Pero no, pese a que con su labor se colocó tan arriba que la gente de su generación ni con catalejos láser alcanzaría a ver y ni siquiera a imaginar tales alturas.

3. Ruiz Zafón era ya uno de los escritores favoritos y privilegiados por los ejércitos que conformaban jóvenes lectores. Rigurosamente: El príncipe de la niebla, El palacio de la medianoche, Las luces de septiembre y Marina. Y entonces asumió lo que sería, hasta ahora, el proyecto de su existencia en el que aborda al cementerio de los libros olvidados: La sombra del viento, El juego del ángel, El prisionero del cielo y la muy reciente El laberinto de los espíritus. Pero, cuando podía pensarse en una tetralogía completa, aparece el nuevo texto del catalán, El Príncipe de Parnaso —no “del”, sino de”—, en torno a don Miguel de Cervantes en Barcelona y su relación con uno de los personajes del cementerio de los libros olvidados, ni más ni menos que el señor Sempere, un tipazo admirable cuyo apellido y oficio, editor, resonarían con toda la fuerza en las novelas de Zafón 400 años después. El único ejemplar ejemplo que el escribidor supone de cierto en las cercanías es el del admirado editor Ramón Córdoba —no olvido aquel bisne pendiente que tenemos (lo dijo así Sabina, inmarcesible) con Pedro Botero.

4. Calma. Pese a que aquí el escribidor ha mantenido más de una charla con el catalán, en esta ocasión decidió llevar su caballo negro azabache por la libre y, para ello hay una razón interesante: El Príncipe de Parnaso es absolutamente gratuito. Nada de pirata. Gra-tui-to. Basta descargar su versión electrónica de sitios como iBooks y ya está. Ruiz Zafón se puede dar el gusto de ser magnánimo con su novela corta ,y aún así, escribe como nadie:

“El caballero desgranó su sonrisa tramada de dientes blancos y afilados. El facedor de libros desvió la mirada hacia el cortejo, que ya estaba a umbrales de la muralla. Sintió la mano del caballero posándose en su hombro y apretó los dientes para no temblar.

“—No tenga miedo, amigo Sempere. Llegarán antes los estertores de Avellaneda y de la jauría de infelices y envidiosos que imprime su amigo Sebastián de Comella a la posteridad que el alma de mi querido Antoni de Sempere a la humilde posada que regento. No tiene usted nada qué temer de mí”.

5. Ya en el Olimpo, decía que el escribidor ha charlado con el catalán de las maravillas, y lo único que encontró fue una tranquilidad con la vida y una suerte de beatitud sólo equiparable a la del también extraordinario Guillermo del Toro, hoy y siempre reconocido con todos sus merecidos galardones.

6. Pero mientras mordisquea verdurencias diversas el negro azabache, en la asumida espera el escribidor sabe que antes llegarán al sitio del que nunca se sale “infelices y envidiosos”. Al tiempo.

@cesarguemes

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