Son una legión. Quizá no muy grande, pero legión al fin. Gustan de la lectura, del aroma a libro nuevo más que del antiguo (si bien hay notabilísimas excepciones), y han saltado a la fama pública —determinada por su presencia en las redes sociales— con sus merecimientos no sólo en tanto asiduos a la letra impresa sino también capaces de incitar el hambre por un libro, o dos, o muchos, o todos.

El trabajo de los booktubers es, si me permiten el lugarazo común, invaluable. De verdad mueven a la lectura a generaciones que estaban a años luz de tomar un condenado libro y ponérselo frente a los ojos. Andan entre los 20 y los 30 años, en promedio, si bien la edad no excluye a nadie. Y saben. Quizá uno o una de ellas en particular solamente maneje una temática, pongamos por ejemplo el mundo de Tolkien; quizá conozcan más allá (y se diría que sí, por su uso del lenguaje), pero de que saben, saben, y no cometen errores de manera voluntaria.

Los booktubers han hecho por la literatura en el mundo contemporáneo más que cualquier presentación, que cualquier feria, que cualquier iniciativa gubernamental: han hecho que personas de todas las edades, por fortuna más adultos jóvenes que de otro rango, entiendan de una vez por todas que la vida se entiende, se goza, se padece y se deja de padecer únicamente a través de las palabras porque en ellas se entrevera y manifiesta el pensamiento. O sea: una manzana puede tener buena mordida (la resistencia gozosa al llevársela a la boca), un gusto dulce pero apenas, entre la pera y el melón, más algunas notas ácidas que van venciendo la madurez de la fruta pero que alcanzan a paladearse, dejar un retrogusto —ese aire que se exhala por la nariz luego del bocado y que registra como si de una aduana imbatible se tratara el área vomeronasal— y que puede acercarse a la sidra y al bosque. O tan sólo, la misma manzana, puede saber “perrona”, lo cual es reducir logros de milenios de evolución al escupitajo de una palabra nada despreciable pero que en su generalizadora idiotez acaba por perder su, de por sí, endeble significado.

Destacan entre la legión de booktubers, las mujeres, por su apabullante cantidad mayoritaria y calidez. Pensemos que son mujeres con profesión y oficio, con obligaciones laborales y familiares diarias, pero que, en el más leve de los casos, hablan tan tranquilas en menos de 10 minutos de las sagas leídas como si hablaran de las veces que respiran. Su capacidad de lectura es abrumadora: en una sola entrega, y si pensamos que una saga se conforma a partir de tres o cuatro libros, hay mujeres booktubers que han vivido 40 de ellas, esto es 160 novelas. Hasta donde el escribidor recuerda y publicó alguna vez, sólo el mago de las letras Gustavo Sainz leía un libro por día, afirmado y grabado por él personalmente en persona. Sin duda, estas ejemplares y maravillosas mujeres serían sus alumnas favoritas.

Entonces: la forma sí que importa. Es el Efecto Scherezada: el embrujo —no la sanación por la palabra, compromiso y renta del psicoanálisis—, el encanto y, si existiera, la hipnosis más amistosa y noble.

Hay decenas y decenas de booktubers, en castellano, y muchas desde luego mexicanas. Encontrarlas en tan simple como buscar en YouTube: no puede ser más simple.

Hace no más de tres décadas una persona novelera, varón o mujer, era alguien con asiduidad a las telenovelas. Pero quizá al mismo tiempo Cortázar y Bryce Echenique cambiaron el concepto y lo redefinieron como a las mujeres que viven para leer. Sabían de lo que hablaban esos grandes.

Y sabemos nosotros, hoy, que una mujer novelera será siempre la mejor pareja de vida del mundo mundial.

@cesarguemes

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