Kilo por kilo, en el mexicano domicilio no hay escritor que entienda y sepa más —vía la práctica constante, en el gimnasio y en el ejercicio de la palabra— de boxeo.

Así que luego del empate decretado por la diosa Fortuna entre los impecables Saúl Álvarez y Gennady Golovkyn, en esta esquina —con todos los reconocimientos habidos y por haber, decenas de libros publicados y un pasado luminoso de luchas obreras— señoras y señores, el incombustible, con 80 peleas ganadas, una por cada año de su vida, el campeón Gerardo de la Torre.

—En castellano hay en realidad muy poca literatura sobre el mundo del boxeo. Comparativamente con Estados Unidos, parece que no produjéramos boxeadores. Lo que no producimos son escritores avezados.

—Bueno, asumamos Las glorias del gran Púas, con toda la habilidad prosística de Ricardo Garibay y un cuento sabio de Rafael Ramírez Heredia: El Rayo McCoy; además una sórdida obra de teatro de Vicente Leñero: ¡Pelearán diez rounds! En el cine, extranjero y nacional: Estigma del arroyo (Robert Wise, 1956), con Paul Newman como Rocky Graziano. Ciudad dorada (Huston, 1972). Al inmenso De Niro en Toro salvaje (Scorsese, 1980). Aquí, un filme inolvidable: Campeón sin corona (Alejandro Galindo, 1946). Y una película de notable factura: Nocaut (José Luis García Agraz, 1984). Y bueno, sí, de fuera, los libros sobre el tema de Jack London, Norman Mailer y Joyce Carol Oates serán siempre de mis favoritos.

—En tu casa te he visto golpear la pera con sapiencia. Parecería que entre el boxeo y la literatura hay un abismo, pero has demostrado con parte de tu prosa que en realidad no es así.

—En 1954 tenía yo 16 años, trabajaba en la refinería de Azcapotzalco y allí conocí a Fili Nava, el Zurdo de Tacuba, que por esa época peleó dos veces con el Ratón Macías por el cetro nacional de los gallos y las dos veces perdió. Saliendo del trabajo, Fili se iba a entrenar. Y yo con él. Allí, viendo, imitando y echando a perder, aprendí a pegarle al costal, a la pera loca y a la fija, a saltar la cuerda, a más o menos boxear a la zurda. Pero nunca, en esos años, me puse los guantes con nadie.

—Te agradecería, a nombre del lector, que recordaras a Vicente Leñero como un amigo interesado en la materia.

—Él cierta vez me contó que muy joven, en los años 50, cuando casi nadie tenía televisor, los sábados por la noche iba a una fonda a ver en la tele las peleas de la arena Coliseo. Pero Vicente no se sentaba de frente a la pantalla sino viendo a los espectadores, para juzgar las reacciones del respetable. Le ganaba el sentido periodístico y literario.

—Pronto se va a estrenar un serial televisivo sobre Julio César Chávez. Pero no hay una novela sólida sobre su vida, su trayectoria, su esplendor, su ocaso.

—A mí me interesaría mucho más una novela sobre el Toluco López o el Chango Casanova o el Pajarito Moreno, damnificados del boxeo y de la vida. Aportarían un magnífico material épico y trágico. Rescato desde luego a esos tres, pero hay muchos otros: Vicente Saldívar, Salvador Sánchez, Miguel Canto, Juan Zurita, Joe Conde, Guty Espadas y docenas más.

—Saúl Álvarez es un témpano de hielo emocionalmente, lo cual suma puntos a su favor casi todo el tiempo. ¿Bastará ese temple para la inminente revancha?

—Tiene algo de témpano, cierto, pero es un peleador que se prepara a conciencia y despliega en el ring toda su habilidad, su energía y su sentido del honor. Veo a Golovkin muy confiado y me parece que se puede llevar una gran sorpresa.

@cesarguemes

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