No se esconde, pero es difícil encontrarlo. Tampoco es tan alto como en las novelas que han ido relatando su vida: Balas de plata, La prueba del ácido, Nombre de perro, Besar al detective y las que continúen acumulándose bajo el sello de Tusquets, más la firma de su biógrafo, Élmer Mendoza, voz única en la narrativa del mexicano domicilio, mástil de proa de la literatura del noroeste.

Pantalón de mezclilla, camisa de manga corta, un saco ligero que no intenta esconder la Walther P-38, del nueve. Todo en negro.

Compartimos un par de sorbos de la botella de Glenmorangie Bacalta, que le obsequio en señal de saludo amistoso, preámbulo de una cabrería como únicamente en un sólo sitio de Las Quintas saben preparar con la mejor carne exportada a Culiacán, el mismo día, desde Álamos, Sonora.

Édgar —El Zurdo— Mendieta, al fin, sin Élmer Mendoza, luego de dos semanas de trasiego periodístico.

—¿Cómo ve a Élmer Mendoza: un amigo, alguien con quien compartir una carne asada y unas cervezas?

—Dicen que ha escrito libros, deben ser de autoayuda y ese tema no me interesa. No compartiría una machaca con él, quizá ni come carne el bato, y según rumores, sólo toma agua de jamaica. ¿Para qué sirve un bato así? Seguramente para nada, y yo mejor me mantengo al margen; la loquera también se pega.

—Esto de que su vida aparezca en forma de novela, ¿llega a ser incómodo? Después de todo, es su vida personal, su única posesión.

—No es incómodo; me encanta el rol y lo que se dice de mí. Siempre exageran, lo único que es más o menos cierto es lo de mi mala suerte con las morras: no he dado con una que no piense en casarse conmigo. Pero lo demás no, es el trabajo normal de un poli mexicano, lo que soy.

—Al saber de sus andanzas, no faltará quién piense que nació en la ciudad equivocada. Si viviera en Londres ya pertenecería a Scotland Yard, merecidamente.

—Si alguien dice eso, no es más bruto porque no es posible. Quizá aquí no tuvimos a los Beatles ni a los Rolling Stones, pero tenemos los “chirrines” y a los Guamuchileños de Culiacán. Quizá no tengamos a la princesa Diana, pero esto un hervidero de mujeres tan hermosas que segurito estamos en el paraíso. Sin embargo, reconozco que eso de Scotland Yard es muy tentador.

—Le tocó estar del lado de la ley, más o menos. Aquí no apreciamos mucho a quien tiene licencia para matar. Pero a usted lo quiere su gente.

—Para ser un buen detective, quiero decir, hacer el trabajo sin exponerme a que me corran por andar destapando cloacas, debo estar alerta y ejercer el sentido social de mi trabajo. Quizá mucha raza lo percibe, y como esto es un cochinero, pues me gano el aprecio de la mayoría. Y bueno, en México todos los policías tenemos licencia para matar porque muchos tienen licencia para matarnos.

—¿Diría usted que Élmer Mendoza le hace justicia? ¿Lo retrata como usted se siente? ¿El Zurdo de los libros es el que usted ve cada mañana en el espejo?

—No sé cómo me retrate, lo que sí puedo decirle es que me siento bien, que ese tipo que veo en el espejo es alguien que muchas veces no reconozco, pero estoy seguro que es de mi familia. Y seguro que nadie es perfecto.

Tal vez Hunter S. Thompson habría optado por otro camino luego de escuchar la respuesta final. Pero esto es Sinaloa, y “el que se sube, se pasea”.

—Dígame, antes de la cabrería, usted que conoce lo mejor y lo peor de la condición humana: ¿México tiene remedio?

—Qué pregunta: ¿quiere ver en mis bolas de cristal?

@cesarguemes

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