1. Hace tanto tiempo que tal vez fue en otra vida, le envié saludos con un amigo en común que viajaba a Barcelona.

—Sólo di mi primer nombre: no me gustaría que alguien como ese sujeto supiera que existo.

La risa de mi interlocutor no hizo desistirme:

—Pero si es un pan de dulce. No sabes cuánto ama a su mujer. No sabes cómo quiere y cuida a su perro. No te imaginas la ternura y paciencia de santo que tiene para hablar con niños y jóvenes. Es la persona más buena que conozco.

2. Sería el sereno, pero luego de ver todo lo malo que puede ver alguien que vive en este país, sólo con la lectura del catalán Andreu Martín era cuando de veras entendía lo que el concepto Demonio en vida quiere decir. Por entonces, el ciertamente relajado Andreu había publicado, señalemos unos ejemplos, Aprende y calla, El señor Capone no está en casa, A Navajazos, Prótesis, La otra gota de agua, Por amor al arte, Si es no es y La camisa del revés. Esas lecturas, una detrás de otra, acompañaron al escribidor que gastaba la mitad de sus ingresos como periodista en importar a precios exorbitantes las obras que a ritmo de metralleta publicaba el prosista.

3. Ya con esa lectura habría bastado para venerarlo, como se respeta y se admira a una cobra de Birmania decidida a matar y que está detrás de un cristal antibalas. Cuánto talento del de Andreu, cuánta precisión de relojero para las tramas, vaya personajes desalmados (ni siquiera psicópatas, sino seres en plena salud mental), menudas carnicerías en cada obra, y, por encima de todo, qué perfecto espejo de la condición humana el que retrataba. Y fue entonces cuando apareció su novela El caballo y el mono: si había un cierto número de círculos del Infierno, Andreu inauguró con su legión de historias y personas al menos 30 más. Fue por
entonces cuando aquello de los saludos
semianónimos.

4. Con la necesidad de entrevistar al que lo mereciese periodísticamente, echando mano con enorme discreción de algunos hilos, el escribidor logró tener el teléfono de casa de Andreu Martín. Luego de un rarísimo viacrucis en la cual el diario para el cual prestaba sus servicios al parecer cobraba a sus reporteros por las llamadas de larga distancia —curiosamente sin acuse de recibo sino que la llamada había de pagarse en efectivo, en mano y bajo juramento de silencio al coordinador de la sección—, y ante la falta de “cash”, hubo que esperar una mejor opción que llegó en breve, desde una sala de prensa fuera de la ciudad en donde el titular de ahí fue muy claro: “Tenemos un acuerdo con la compañía y una cuota establecida que habrá de solventarse tanto si se usa como
si no: llama a quien gustes y ni siquiera me lo digas”.

–Buenas tardes —en Barcelona ya eran tardes—. Debo hablar con Andreu Martín, para una entrevista, según lo acordado.

—Andreu Martín soy yo —dijo la voz al otro lado del Atlántico: Hannibal Lecter se había orinado en los pantalones de haber oído esa voz. Pero el escribidor no era Lecter.

5. En defensa cariñosa de los tiempos inéditos que vive Cataluña, celebremos que Andreu Martín está en plena forma, que escribe tanto como siempre y arrasa con cuanto premio se le pone delante con una obra que debe andar más allá del centenar de títulos.

6. En su casa, en Barcelona, el escribidor le solicitó teclear un par de líneas en su ordenador para saber lo que era ser el Demonio por un momento. Se reía, el condenado, con un tinto hecho por los dioses, en mano.

—¿Encuentras algo “peculiar”? —preguntó luego.

Por supuesto: el Demonio viaja en la yema de los dedos. El talento, no. Pero algo es algo.

@cesarguemes

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