La lectura es, en la mayoría de los casos, un ejercicio intelectual que nos demanda cierta capacidad de concentración a cambio del obsequio de la perplejidad. Los libros que decidimos leer —en el supuesto de que dispongamos de la libre elección— templan nuestro carácter y nos invitan al ejercicio del discernimiento.

Leer es también una actividad que reafirma nuestro albedrío y puede convertirse en un resquicio de resistencia ante la propaganda y el adoctrinamiento, al tiempo que inaugura un diálogo incesante entre la historia y la naturaleza humana.

Mis lecturas de este año estuvieron muy ligadas a los movimientos estudiantiles de 1968 y a la literatura mexicana del siglo XIX. Al margen de las novedades y los clásicos, los autores que absorbieron la mayor parte de mi tiempo libre fueron Saul Bellow y Philip Roth. La narrativa de Bellow me encandiló por la erudición desencantada y la irreverencia de sus protagonistas. Herzog, Henderson, el rey de la lluvia y Ravelstein se erigen como ínsulas que ponen en duda el optimismo antropológico aparejado a la modernidad, aunque su personaje icónico es el aventurero y enigmático Augie March, un pícaro moderno enfrentado a la alienación y a la fatalidad.

En memoria del segundo, fallecido en mayo de este año, decidí leer de un tirón la saga de Nathan Zuckerman —compuesta por 10 títulos— que, aun con sus altibajos, logra ofrecer un panorama del convulso siglo XX estadounidense y oponer las distintas perspectivas que se han asociado al american way of life. Acaso las novelas del ciclo que más me impresionaron fueron La contravida y las que integran la Trilogía americana: Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana.

Una mención especial merece Shakespeare Palace, un recuento de los años de exilio que la gran poeta Ida Vitale pasó en México en compañía de su esposo, el también poeta Enrique Fierro. Prosa potente y memoriosa por la que desfilan amigos entrañables y años de andanzas casi magistrales.

Siguiendo la metodología que he trazado para esta columna en años anteriores, extiendo una lista de recomendaciones que me hicieron algunos amigos de los mejores libros que leyeron en 2018.

Cristina Rivera Garza eligió como su predilecto The Endless Summer (El verano infinito) de la escritora trans Madame Nielsen: “Lo leí en inglés (traducido del danés). Hay traducción al español por editorial Minúscula, si no me equivoco. La sensualidad y perfección de largas oraciones que se acercan y divagan sobre ese verano del que todo parte y al que, a su modo a lo largo de la vida, todo regresa. La larga, larga, larga melancolía. La transgresión. Y la memoria. Todas esas son razones para leer este libro una y otra vez”.

Gastón Melo releyó, entre otros, a Octavio Paz y León Tolstói. De autores mexicanos seleccionó Llévanos en tu zabucán, un ensayo narrativo de Laura Rosado sobre la historia de Yucatán. También incluyó La confesión de la leona de Mia Couto, autor de Mozambique, “por su prosa, imaginada desde nuevas ingenuidades. Couto nos tiende un puente a una África ancestral y moderna y a sentimientos naturales, animales y humanos”.

Christopher Domínguez Michael refirió Beethoven for a later age, del concertista británico Edward Dusinberre; Fue, de Vicente Herrasti, y Brújula, de Mathias Enard, una novela que se sirve del ensayismo “en modo ficción” popularizado por los italianos Roberto Calasso y Claudio Magris.

Carlos Tello Díaz recomendó Sapiens: De animales a dioses, de Yuval Noah Harari, “uno de los libros más reveladores y apasionantes que he leído en los últimos años, sobre todo con respecto a lo que dice sobre la vida cotidiana de los sapiens en el momento de la revolución cognitiva, anterior a la revolución agrícola del neolítico”.

Gerardo Laveaga aseguró que no leyó ninguna novela memorable, sin embargo, los ensayos En defensa de la ilustración, de Steven Pinker; 21 lecciones para el siglo XXI, de Yuval Noha Harari, y Las virtudes cotidianas, de Michael Ignatieff “me ayudaron a mirar el mundo con mayor lucidez”.

Esta primera parte del recuento es una
invitación a la tenacidad lectora que anima a la prudencia en estos tiempos proclives al fanatismo.

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