Camino sin ley, uno de los más famosos libros de viajes de Graham Greene, es una “impresión personal de una pequeña parte de México en un determinado momento (…) poco después de que el país sufriera (…) la más feroz persecución religiosa que haya existido desde el reinado de Isabel”. Como él mismo reconoció, escribió el libro por encargo de un editor, de quien no reveló su identidad.

Greene —que se había convertido del protestantismo al catolicismo en 1926— contempló, en la primavera de 1938, las secuelas del conflicto cristero y, en particular, las provocadas por el anticlericalismo radical de Tomás Garrido Canabal, quien, como gobernador de Tabasco y leal a Plutarco Elías Calles, prohibió y combatió todas las manifestaciones religiosas.

Abordó el S.S. Normandie en Londres hacia Nueva York y cruzó la frontera por Laredo: “Llegar a Monterrey era como regresar instantáneamente a Texas, del otro lado de la frontera, una de esas pesadillas en donde uno no llega nunca a su destino, y mi tiempo era poco y mi destino Tabasco y Chiapas”.

De Nuevo León se trasladó a San Luis Potosí, donde se entrevistó con Saturnino Cedillo en su hacienda “Las Palomas”, militar que se había sublevado al régimen cardenista con la consigna de la libertad de culto y el libre mercado. Después del encuentro, el novelista británico mostró a un militar carente de convicciones, aunque no precisó las preguntas que le planteó y acusó que las respuestas que recibió fueron vaguedades.

Greene escribió un artículo sobre su encuentro con Cedillo que se publicó, al igual que otros de sus textos, en el periódico inglés The Spectator. Así se lo hizo saber a su editora, Nancy Pearn, en una carta el 11 de marzo de 1938, cuando ya se había instalado en la Ciudad de México.

Encontró la capital “alargada y asimétrica (…), más antigua y menos centro europea de lo que parece a primera vista”. También dijo que siempre la asociaría “con el olor repugnante a dulces y con los vendedores de billetes de lotería”. Los frescos de la Escuela Nacional Preparatoria de Rivera y Orozco tampoco entusiasmaron al viajero: “Rivera solo contribuye con una pintura mural (…). Se llama La Creación; está llena de símbolos literarios: el Árbol de la Vida, Dionisio, el Hombre, la Mujer, la Música, la Comedia, la Danza, la Tragedia, la Ciencia, la Temperancia, la Fortaleza. Adapta los símbolos cristianos a una vaga idea política, y en su nuevo ambiente se vuelven insoportablemente sentimentales”.

Su visita a la Basílica de Guadalupe le permitió ahondar en la naturaleza sincrética del mexicano y la influencia de la simbología católica en su conformación: “Este santuario (…), aun en el apogeo de la persecución, permaneció siempre abierto, ningún gobierno se atrevió a despojar al indio de su Virgen”.

Para cumplir su cometido editorial, Greene trazó un plan que consistía en trasladarse a Veracruz, ahí abordar un barco que lo llevara a Frontera, Tabasco, para luego viajar por río hasta Villahermosa, seguir hacia Montecristo y cruzar hacia Chiapas, para dirigirse a Palenque y a San Cristóbal de las Casas: “Hacía falta aparentemente alguna excusa como la de Palenque; los empleados del gobierno mexicano parecían no tener la conciencia muy tranquila en lo que se refería a Tabasco y Chiapas. Son los dos únicos estados que quedan donde los católicos sólo pueden recibir secretamente los sacramentos de su religión, y si yo hubiera demostrado algún interés especial en política o religión, habría sido muy fácil aplicarme el treinta y tres”.

En Villahermosa se encontró con una ciudad tropical que había sido despojada de todo vestigio eclesiástico: “El único lugar donde uno puede encontrar algún símbolo de su fe es el cementerio, situado en lo alto de una colina, detrás del pueblo; un gran pórtico casi blanco, y la leyenda ‘Silencio’ (…), allí cerca, la pared donde Garrido hacía fusilar a sus prisioneros, y adentro las enormes bóvedas y sepulcros sobre el nivel de la tierra, pequeños invernáculos de flores, retratos e imágenes, cruces y ángeles plañideros, la sensación de una ciudad mucho mejor y más limpia que la de los vivos al pie de la colina”.

San Cristóbal de las Casas lo recibió con las iglesias clausuradas, aunque las ceremonias seguían celebrándose “en una pequeña habitación ordenada de encajes blancos. (…) Decían misa sin la campanilla del sanctus, el silencio era un recuerdo de los peores días de la persecución, cuando ser descubierto probablemente significaba la muerte, días que podían volver en cualquier momento, según el capricho de cualquier oficial de policía”.

El 13 de abril, Greene escribió una carta a su colega Elizabeth Bowen en la que añadió un corolario de su viaje: “Este es un país horrible y depresivo para cualquiera como yo que no tenga interés en la naturaleza”.

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