El hallazgo de un sexto cuaderno de Lanzarote, escrito por José Saramago y, según palabras de su viuda y traductora Pilar del Río, olvidado en una vieja computadora, hizo que los lectores volviéramos la mirada y la memoria al emblemático autor portugués. La expectativa creció cuando se informó que los apuntes que lo integran corresponden a 1998, año en que le fue otorgado el premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en el primer exponente de la lengua portuguesa en obtener ese reconocimiento.

La publicación de El cuaderno del año del Nobel coincide además con la iniciativa de la fundación sueca de dar a conocer los nombres de todas las personas que han sido nominadas a alguno de los premios —además de los datos de quienes los propusieron— hasta 1967 en todas las áreas que comprenden.

En lo concerniente a Portugal, una somera revisión del rubro literario arroja que los escritores nominados al corte fueron: João da Câmara (1901), João Bonança (1907), António Correia de Oliveira (nominado nueve veces entre 1933 y 1942), Maria Madalena de Martel Patrício (nominada 13 veces entre 1934 y 1947), Teixeira de Pascoaes (nominado cinco veces entre 1942 y 1948), Júlio Dantas (1950) y Miguel Torga (1956 y 1966).

Otro hecho que vino a llamar la atención sobre la literatura lusa fue que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara la eligió como invitada principal para su edición 2018: “En el siglo XX, la revolución literaria introducida por Fernando Pessoa y su generación, la generación de la revista Orpheu, de la que se destaca el poeta y prosista Mário de Sá-Carneiro, y muchos otros poetas que, a lo largo del siglo XX, justificarían que se llame a ese siglo un ‘siglo de oro’ de la poesía portuguesa, cuando Portugal adquiere un estatuto de originalidad plena en el contexto universal, confirmado por el premio Nobel atribuido, en 1998, hace precisamente 20 años, a José Saramago”.

Bajo un aparente formato de diario, las notas de Saramago intercalan la reflexión íntima con la literaria y la política. El 5 de enero, por ejemplo, escribe sobre el fallecimiento de su primera esposa, Ilda Reis: “Sus grabados y sus pinturas fueron en general dramáticos, escindidos, autorreflexivos, de expresión tendencialmente esquizofrénica (lo digo sin ninguna seguridad), como si todavía insistiese en buscar una complementariedad perdida para siempre. Estuvimos casados veintiséis años. Tuvimos una hija”.

En los apuntes constan su desconfianza en las legislaciones supranacionales, el temor que le aqueja ante una gradual desaparición de la lusitanidad y el recelo con el que observó la intromisión de la Unión Europea en la economía de Portugal. Al margen de sus percepciones acerca de los fenómenos globales, destaca su intensa admiración por Brasil y su literatura.

Su balanza moral le obliga a la denuncia de lo que considera las respuestas neoliberales a la necesidad de desarrollo social de las comunidades rurales. Al preguntarse por el rezago de la población indígena en un estado tan productivo como Chiapas, se responde: “Este es el problema que el neoliberalismo triunfante quiere resolver de forma radical: hacer desaparecer poco a poco (…), quitándoles o negándoles condiciones mínimas de vida, a los cientos de millones de seres humanos que sobran, sean indios de América o indios de la India, o negros de África, o amarillos de Asia, o subdesarrollados de cualquier parte”.

En marzo, las anotaciones, aunque vertiginosas, refieren su estancia en México para presentar la traducción de su novela Todos los nombres. Los párrafos tocantes al arribo a Guadalajara, las reuniones protocolarias y las lecturas siguen el rasero anecdótico, hasta el día 14: “Viaje a San Cristóbal de las Casas. Encuentro nocturno con los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera y con Gonzalo Iduarte. Antes hablé en una asamblea. Si la palabra de un escritor sirve para algo, mi palabra es vuestra. 15 de marzo: (…) Viaje a Acteal y Polhó. Los controles militares de la carretera. El campamento militar”. Sobre el conflicto chiapaneco ahondaría el resto del año, sometiendo sus juicios al arbitrio de la distancia y de la indignación.

En las entradas se muestran entrevistas, fragmentos de correspondencia, columnas y, sobre todo, la sinceridad y el oficio de un escritor. El 8 de octubre un párrafo lacónico indica: “Aeropuerto de Frankfurt. Premio Nobel. La azafata. Teresa Cruz. Entrevistas”. La sencillez de las últimas páginas es cautivadora: no hay envilecimiento, son puro testimonio de los días en Suecia y las recepciones y los discursos. Acaso esa es la principal virtud de este cuaderno de Saramago, la humildad con que uno de los grandes exponentes de la literatura dialoga con sus lectores y les muestra un mundo interior hecho no sólo de palabras, también de convicciones.

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