La voz del pasado siempre se las ingenia para ser escuchada y despertar el asombro adormilado. El hallazgo de un tesoro arqueológico en la cueva subterránea de Balamkú, en Chichén Itzá, que dio a conocer antier el investigador Guillermo de Anda, coordinador del proyecto Gran Acuífero Maya, promete una cantidad inimaginable de información científica y de datos inéditos alrededor de las culturas originarias.

Unos días antes, durante la Feria Internacional del Libro en Minería, Eduardo Matos Moctezuma presentó Mentiras y verdades en la arqueología mexicana (INAH/Raíces), antología que reúne los 42 textos que, desde 2012, el autor ha publicado ininterrumpidamente en la revista Arqueología Mexicana.

Matos sabe despertar la curiosidad de los lectores no especializados y narrar a partir de su conocimiento, con sencillez y sentido del humor, los temas más complejos. Y los más controvertidos. En ese sentido, cada capítulo de su libro está destinado a corregir equívocos instalados en el imaginario colectivo: ¿Vieron los mexicas el águila parada en el nopal? ¿Sacrificaban al que ganaba en el juego de pelota? ¿Quién mató a Moctezuma II? ¿A quién representan los llamados Indios Verdes? ¿Lloró Cortes en el ‘árbol de la noche triste’? ¿Fue traidora la Malinche?...

Me detengo en el capítulo titulado “¿Feminismo prehispánico?” y encuentro una historia insólita. El relato que cita el arqueólogo es original de fray Bernardino de Sahagún. En resumen: Dos ancianas “que tenían los cabellos blancos como la nieve” son presentadas ante Nezahualcóyotl, pues, pese a estar casadas con hombres de avanzada edad como ellas han sido sorprendidas en adulterio con “unos mancebillos sacristanejos”. El tlatoani de Texcoco les pregunta: “¿Abuelas nuestras, es verdad que todavía tenéis deseo de deleite carnal? ¿Aún no estáis hartas siendo tan viejas como sois? ¿Qué sentíades cuando érades mozas? Decídmelo, pues que estáis en mi presencia por este caso”.

Ellas respondieron: “Señor nuestro y rey, oiga vuestra alteza: Vosotros los hombres cesáis de viejos de querer la deleitación carnal, por haber frecuentádola en la juventud, porque se acaba la potencia y la simiente humana; pero nosotras las mujeres nunca nos hartamos, ni nos enfadamos de esta obra, porque es nuestro cuerpo como una sima y como una barranca honda que nunca se hinche, recibe todo cuanto le echan y desea más y demanda más, y si esto no hacemos no tenemos vida”.

Entre los mexicas, advierte Matos, el adulterio tenía pena de muerte y así lo demuestran algunos códices como el Telleriano-Remensis. Otros, como el Códice Florentino registran con ilustraciones a los padres nahuas mientras educan a sus hijos e hijas con largas charlas. El arqueólogo nos cuenta que a las hijas les dedicaban este discurso: “(…) dio nos también el oficio de la generación, con que nos multiplicamos en el mundo: todas estas cosas dan algún contento a nuestras vidas, por poco espacio, para que no nos aflijamos, con continuos lloros y tristezas”.

Aunque no se sabe cómo terminó el asunto de las ancianas en manos del sabio Nezahualcóyotl, Matos presume que “habría que esperar lo peor, pues pese a los buenos argumentos esgrimidos en su defensa, estaban confesas del delito”. De lo que no cabe duda, agrega, es que “la pasaron muy bien mientras pudieron”.

Además de este libro, Matos acaba de publicar con El Colegio Nacional dos Opúsculos. Uno de ellos: Nonagenario Cuidem Dicata, lo dedica en homenaje a Miguel León- Portilla: “Maestro de muchas generaciones, tuvo el privilegio de darles voz a los vencidos y que ésta se escuchara en todos los confines de la Tierra”. En el otro, Octavio Paz y la Arqueología, reproduce el poema del Premio Nobel, “Diosa Azteca”:

Los cuatro puntos cardinales/regresan a tu ombligo. / En tu vientre golpea el día, armado. / Máscara de Tláloc grabada en cuarzo transparente/ Aguas petrificadas. / El viejo Tláloc duerme, dentro, /soñando temporales.

adriana.neneka@gmail.com

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