La relevancia de la empresa y del empresario en nuestra sociedad ha sido cuestionada de una forma injusta que muestra un claro dolo o, en el mejor de los casos, ignorancia.

Por tal motivo, convienen algunas precisiones al respecto.

Las personas que voluntariamente se asocian con aportaciones de diversa índole para formar una empresa deben cumplir en forma simultánea con dos fines, uno económico –generar riqueza– y otro moral –prestar un servicio legítimo a la sociedad. La empresa debe contribuir al bien común y crear riqueza para retribuir con justicia a todos los que colaboran en ella. Sin estas dos justificaciones, la empresa se desvirtúa.

Abundan las “empresas” que ganan sin servir. Por ejemplo, algunas personas comparan al crimen organizado con una “empresa”, pero no se puede llamar como tal ya que no tiene una justificación moral.

Lo mismo puede decirse de las que lucran ilegalmente con la propiedad intelectual de otros, con la degradación de la dignidad de la persona, defraudan a la sociedad operando en la economía informal, o simplemente son parte del cáncer de la corrupción.

Las empresas deben tener una justificación moral, congruente con la dignidad humana. Por ello, si bien es cierto que la empresa moderna ha traído consigo una cantidad importante de beneficios para la sociedad, no podemos hacer a un lado la realidad de que reiteradamente es vista con cierta suspicacia, severamente acusada de la pérdida de humanismo y directamente señalada –en muchas ocasiones con razones suficientes– como la causante de crisis económicas y sociales.

La sociedad legítimamente demanda empresas competitivas, pero también, y por encima de lo anterior, requiere empresas responsables, éticas y con un profundo sentido humanista. Hacer una empresa rentable y competente es un reto, pero hacerla rentable, competente, ética y humana, lleva el reto del empresario a un nivel superior de exigencia… y en México son incontables los ejemplos de esta clase de empresarios, sin importar el tamaño y alcance de su empresa.

Una empresa capaz de transformar positivamente su entorno depende, en gran medida, del trabajo bien hecho por parte del empresario. Un trabajo que implica, entre otras cosas, respuestas creativas a los retos que enfrentan; una sólida convivencia profesional basada en sinceros lazos de respeto y confianza; y la responsabilidad de decidir lo que es correcto para el bien de los demás, por encima de cualquier interés individual.

El empresario hace realidad sus aspiraciones cuando honra su vocación de manera genuina y está más motivado por ella que sólo por el éxito personal y material.

Cuando su organización funciona correctamente y se centra en servir al bien común, realiza una gran contribución para la prosperidad económica, moral e incluso al bienestar espiritual de la sociedad.

Por esta razón, su papel es de vital importancia, no sólo en el mundo de los negocios, sino en la realidad social de nuestro país. El empresario ha sido ese agente en nuestra sociedad con la capacidad para movilizar recursos y personas hacia las áreas con mayores oportunidades de generación de riqueza económica, social y humana.

Cuanto mejores empresas sean capaces de gestar los empresarios de una sociedad, más aún en la coyuntura actual que vive México, mejor será la atención de sus necesidades, se originarán más alternativas de trabajo, se aprovecharán mejor los recursos disponibles y su efecto multiplicador redundará en más y mejores oportunidades para todos.

El autor es director del Centro de Investigación en Iniciativa Empresarial IPADE-EY

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