El mundo atraviesa por una etapa en que las estructuras políticas, económicas y comerciales se están recomponiendo; existe elevada incertidumbre por el rumbo de la globalización donde predominan las posturas proteccionistas. Sin duda contrasta con el modelo económico de China que busca posicionarse como un gran líder mundial, a través de la expansión del comercio y la inversión, con lo que ellos mismos han llamado el “socialismo moderno”.

Apenas la semana anterior, el Partido Comunista Chino ratificó por otros cinco años como presidente a Xi Jinping; además, oficialmente su filosofía de pensamiento económico viene suscrita en la Constitución.

China está mirando al futuro, con un enfoque de liderazgo muy particular, busca consolidar el multilateralismo con un papel más dominante en la escena internacional; pretende llevar su poderío a las siguientes décadas bajo ejes bien definidos, con un proyecto de nación en donde destaca que la economía seguirá siendo dirigida por el Estado; busca nuevos mercados para sus exportaciones y extender su presencia en el mundo, a través de proyectos de infraestructura en regiones como Europa, Asia, África y América, con la llamada nueva ruta de seda, además de un combate frontal a la corrupción.

China inició con el cambio estructural de su modelo económico a finales de los 70; venía de un proceso de elevada pobreza y hasta muerte por hambruna.

La transformación llegó a través de una combinación de modelos exógenos adaptados a las condiciones del país, con una acertada combinación de socialismo y economía de mercado que le permitió salir de la pobreza y llevarla por la ruta del crecimiento.

Para China, fue trascendente consolidar su crecimiento sin entregarse por completo a una apertura indiscriminada, tampoco siguiendo las recetas del Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.

Para lograr las tasas de crecimiento de 10%, el país asiático diseñó una política industrial bien definida, una apertura selectiva, no sólo de fronteras, sino con investigación y desarrollo, con empresas propiedad del Estado, con la creación de Zonas Económicas Especiales (ZEE), estabilidad política y el desarrollo económico como prioridad de Estado.

Datos del Banco Mundial señalan que desde la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, su PIB creció a tasas promedio de 10.6% en la primera década del siglo y de 2011 a 2016 la expansión fue de 7.6% promedio anual. Mientras tanto, cifras del Inegi señalan que en México, en esos mismos periodos, la tasa de crecimiento fue de 1.87% y 2.8% respectivamente, no obstante la apertura comercial y la apuesta por la globalización.

La agenda económica de México hoy en día se centra en la modernización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que sin duda debe ser una renegociación de Estado, pero también debemos aprender del caso chino y contar con una política industrial holística de largo plazo, emprender nuevas acciones, apostar por la innovación y contar con la participación del estado en el diseño de desarrollo económico.

En la parte comercial, México debe ir por la vía del libre comercio, pero con un mercado administrado, que le permita fortalecer su ventajas competitivas y comparativas, realizar acciones paralelas para agregar mayor valor.

Si bien hemos logrado un superávit con Estados Unidos, la inversión que llega a México de ese país tiene un alto costo por las utilidades que se transfieren al país de origen y las prácticas en los precios de transferencia que llevan a cabo compañías foráneas, a través de operaciones en empresas off shore, que merman la base tributaria en el país.

Cifras de la Secretaría de Economía señalan que en 2016 Estados Unidos invirtió en México 10 mil 968 millones de dólares. Cálculos de Consultores Internacionales S.C., señalan que las utilidades que las compañías de ese país enviaron a su territorio de origen fueron por 6 mil 332 millones de dólares.

México debe aspirar nuevamente a tasas de crecimiento superiores a 5% como en la etapa del desarrollo estabilizador, pero con un proyecto de país para las siguientes décadas, con una política industrial holística y condiciones de libre comercio, con la participación de las cámaras industriales en la reestructuración o consolidación de sus cadenas productivas y los grupos empresariales, con competitividad, innovación y desarrollo, así como con un combate directo a problemas estructurales de transparencia, corrupción y confianza en las instituciones por parte del estado.

Nuestro país debe voltear a China no sólo como una oportunidad de relación comercial y de estrategia económica, también debemos aprender de la planificación de largo plazo, acelerar y hacer que las reformas estructurales generen crecimiento, aprender de la apertura de mercado selectiva, del pragmatismo económico para la adaptación de modelos económicos a la realidad del país, tomar conocimiento de este socialismo moderno o como se le quiera llamar.

En resumen, México debe aspirar a la grandeza y al desarrollo social y económico de su gente.

Vicepresidente de Consultores Internacionales S.C.

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