La mala fama de la compasión viene de cómo la entendemos a nivel social. Para la mayoría de las personas, sentir compasión es sentir lástima o conmiseración hacia quien sufre desgracias o desdichas. Esta idea está impregnada de un sentimiento de superioridad por parte del que siente lástima hacia quien, desde su punto de vista, se encuentra en una situación de inferioridad, es decir, hacia quien lo pasa mal o sufre.

Pero, ¿acaso no todos sufrimos de una manera u otra, en mayor o menor medida?

El sufrimiento al que me refiero se manifiesta en formas sencillas y cotidianas. Puede consistir en un malestar físico intenso, la frustración porque las cosas no salen como desearíamos, la envidia hacia los demás o la tristeza por una pérdida, por mencionar sólo algunos ejemplos. Entonces, si todos somos vulnerables al sufrimiento, en sus diversas manifestaciones, todos en algún momento de la vida podríamos encontrarnos en una mala situación. El sufrimiento es común y natural en el ser humano.

Que nos encontremos en mejores o peores condiciones que otros no nos hace superiores o inferiores.

Es simplemente la forma en que “funciona” la rueda de la vida, o de la fortuna. A veces estamos arriba y otras abajo. Constantemente estamos expuestos a la adversidad: vamos de una situación favorable a una desfavorable. En el terreno del malestar y la dedicha, todos estamos en igualdad de circunstancias.

Sentir lástima o conmiseración por quien sufre penalidades es no ser consciente de nuestra humanidad compartida. Es no respetar el dolor ajeno. Quizás podríamos respetarlo más si en lugar de ponernos en un plano superior, fuéramos conscientes de que, al igual que él o ella, somos vulnerables. Este sentimiento compartido nos lleva a desear ayudarle, ofrecerle apoyo o compañía.

Si quieres que otros sean felices, practica la compasión; y si quieres ser feliz tú mismo, practica la compasión” – Dalai Lama

El término compasión en este caso involucra una profunda conciencia del sufrimiento de alguien más, junto con el deseo de ayudar a evitarlo. Es un sentimiento que nos mueve a actuar. Desde esta perspectiva, compasión significa “acompañar a alguien en su sufrimiento” y sentirse motivado a hacer algo para ayudar o apoyar.

Recientemente, científicos han estudiado la base biológica de la compasión y su propósito evolutivo. Y han descubierto que en el cerebro se activan las mismas estructuras cuando presenciamos dolor ajeno que cuando lo sentimos en carne propia. Además, las zonas del cerebro que se activan cuando vemos a alguien sufrir son las relacionadas con el comportamiento de cuidados en la crianza. Esto nos lleva a desear aliviar el sufrimiento ajeno. Tenemos una tendencia natural a la compasión, afirma el Dr. Dacher Keltner, autor de Born to Be Good . Cuando sentimos compasión, el corazón late más lento, secretamos oxitocina, la hormona asociada a la confianza, el altruismo, la generosidad, la formación de vínculos, los comportamientos de cuidado, la empatía y la compasión.

Aquí algunos beneficios derivados de una actitud compasiva:

  1. Las conductas positivas, entre ellas la compasión, son más “contagiosas” que las negativas como la agresión. Las primeras se esparcen más fácil y rápidamente que las segundas. La razón podría ser que se siente bien dar, compartir y hacer algo por los demás. (Keltner, 2010).
  1. Una actitud compasiva materializada en actos de ayuda a los demás amortigua el estrés al que estamos expuestos continuamente. Esto, a su vez, amplía las posibilidades de tener una vida más larga. A menos estrés, mayor longevidad. (Poulin, 2009).
  1. Las personas que hacen trabajo voluntario viven más que quienes no lo hacen. Pero los actos compasivos como el voluntariado solo funcionan si la ayuda es desinteresada. (Kondrath, 2013).
  1. La compasión nos hace salir del egocentrismo, de la constante preocupación de “yo” o “a mí”. Las acciones compasivas cambian el enfoque de nosotros a alguien más. Esto se siente bien, tan solo recuerda las ocasiones en que tus amigos o familiares han estado en apuros y has corrido a ayudarles. Se siente bien, ¿verdad? (Seppälä, 2013).
  1. Integrar la compasión a nuestra vida nos hace conectarnos con los demás. El resultado: menores niveles de ansiedad y depresión. Cooperar con otros y la conexión social nos hacen sentir mejor emocional y físicamente. (Seppälä, 2013).

La mejor noticia es: en todos nosotros está el potencial para cultivar la compasión.

Aunque ésta no sea el motor que nos mueve a hacer algo para aliviar el sufrimiento ajeno, la compasión nos beneficia. Quizás sea por eso que la práctica de la compasión se enseña y se aplica actualmente en escuelas, hospitales y prisiones. Esta práctica puede ser tan importante para la salud y el bienestar como el cuidado de la dieta, el ejercicio y una vida estimulante.

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