¿Cómo habría sido mi vida si hubiera aceptado aquel trabajo? ¿Sería más feliz ahora si no me hubiera casado a esa edad? ¿Y si hubiera actuado de otra manera con respecto a ese problema? Yo, como tú, me hago estas preguntas al cuestionar mis decisiones pasadas. Como un ejercicio que nos puede llevar a confirmar las elecciones hechas o a descubrir elecciones fallidas, puede ser de utilidad. Incluso como un juego de la fantasía, puede ser entretenido.

Pero hacerlo de manera recurrente es una pérdida de tiempo y energía. Rumiar acerca de cómo deberían haber sido las cosas me desgasta mentalmente, me pone ansioso y puede llevarme a la depresión. Lo hecho, hecho está y no puedo cambiarlo. Por tanto, quizás lo más conveniente es dejar atrás el pasado.

Para hacerlo debo recurrir a la aceptación verdadera de lo ya vivido. Esto significa aceptar el pasado tal como ha sido; apropiarme de él; asumir mi pasado como un hecho irremediable e inalterable; adoptar la idea de que mi vida ha sido tal como ha sido y así está bien. Esta última frase me sirve, casi como un mantra, cuando me entrego a fantasear con el pasado, cuando me aferro a él y me encuentro insatisfecho con mi presente.

Al proclamar lo ocurrido como una serie de hechos inalterables que han quedado atrás, me avalo a mí mismo y ratifico mi historia de vida. Después de todo, lo ya vivido ha contribuido a hacerme quien soy ahora. Nada fue en vano, eso es seguro.

El desprendimiento genuino

Pero la auténtica conformidad y liberación del pasado no se vive a regañadientes, con resignación, sino con plena convicción de que asirme a lo que ya ha sido me impide disfrutar del momento presente, lo único verdadero con que cuento. Esto implica responsabilizarme de mis decisiones: mi entrega a una vida disipada, la falta de interés en mi vida profesional, las ofensas a quienes me amaban o apoyaban. Y asumirlas como lo mejor que pude hacer en ese momento con los recursos disponibles: mi inteligencia, comprensión, experiencia, capacidad, madurez.

La verdadera liberación entraña una aceptación, sin reproches, de lo que he hecho o dejado de hacer, de lo que he dicho o callado. Sé que no puedo exigirme perfección, pues sólo soy un ser humano, falible e imperfecto que no puede hacer todo bien, ni ser exitoso en todos los proyectos, ni ser amado por todos.

Soltar también involucra comprender que, como muchos otros, viví situaciones adversas o desagradables que no estaba en mis manos cambiar: el maltrato en la infancia, la falta de oportunidades, la exigencia extrema por parte de mis padres. Yo también he necesitado del apoyo de alguien más, un profesional de la salud emocional para, con una mirada compasiva, sanar las heridas de mi vida.

Prescindir de lo que pudo haber sido y no fe

Cuando asumo el pasado como un hecho invariable comienzo a desprenderme de él, de los reproches a otros y a mí mismo, de la obsesión con lo ya ocurrido. Es entonces que comienzo a soltar, dejo de cavilar con respecto al pasado. No más: “¿habría sido mejor actuar de otra manera?”. Es entonces que empiezan a desvanecerse las culpas y lamentaciones. Y comienzo a observar el pasado, con las heridas provocadas por otros o por mí mismo, con cierta distancia emocional, la necesaria para comprender compasivamente cómo sucedieron las cosas. Soy capaz de recordar lo dejado atrás sin miedo o angustia. Así, puedo contemplar con serenidad lo sucedido sin acusaciones o excusas, y comenzar el proceso de perdón propio y ajeno.

Todos estos beneficios tienen su origen en la aceptación voluntaria y la verdadera disposición para hacerlo. Sin embargo, el elemento más importante para desasirme del pasado es mi determinación para verlo bajo una nueva luz. Las oportunidades perdidas, las decisiones erróneas sólo tienen remedio si las veo desde una perspectiva diferente, como una experiencia de aprendizaje.

Entonces sí puedo cambiar mi presente y reparar no todo, pero sí algunas cosas, y comenzar a construir un futuro sin lamentaciones. Puedo modificar el comportamiento con el que no estoy satisfecho, del que se quejan los demás y que me ha traído tantos problemas en mis relaciones y desarrollo en varios ámbitos. Puedo aprender una nueva forma de pensar y ver la vida, con mayor apertura, racionalidad y empatía. Puedo estar más en contacto con mis emociones y usarlas como una guía para saber hacia dónde dirigirme.

Pero sólo cuando he dejado atrás el pasado me es posible darle una mejor forma a mi presente y, claro está, a mi futuro. Tú también puedes asumir lo ya vivido y desprenderte de lo ocurrido allá y en aquel momento. El primer paso consiste en desear hacerlo. Si te cuesta dejar de asirte al pasado, recuerda que los psicólogos, terapeutas y consejeros pueden darte el acompañamiento y apoyo necesario. Acude a ellos, están para ayudarte.

Escribe tus preguntas y comentarios. Recuerda que un blog se enriquece con la participación de sus lectores. Sígueme en @vjimenezmx. Sígueme en . Lee mi libro .

Google News

Noticias según tus intereses