Iniciamos el periplo...

Sonrientes en la fotografía posaban en 2001 el primer ministro de Grecia, Costas Simitis (segundo de la derecha) y parte de su gabinete, presumiendo los primeros billetes del euro que sustituyeron al dracma un año después.

Se aproximaban además sus Juegos Olímpicos, que regresaban a la tierra que los vio nacer después de un siglo. Había esperanza y ambiente de fiesta. ¿Qué de malo le podía suceder entonces a la nación helénica?

El 13 de agosto de 2004 los fuegos artificiales iluminaban el cielo de Atenas en la inauguración de sus Juegos; un soberbio performance al interior del Estadio Olímpico presumía su cultura y mitología antigua ante más de cien mil espectadores.

No importaba entonces el sabido riesgo económico que implica un evento de semejantes magnitudes. La deuda del país parecía llevadera y sus hermanos europeos confiaban en la contabilidad que les presentaba.



Con los años, esos números empezaron a no cuadrar: para 2010, la deuda había aumentado a más del 100% del PIB y resultó que el gobierno griego había mentido sobre el verdadero estado de sus finanzas.

Las calificadoras de riesgo reprobaron entonces a Grecia reduciendo sus bonos a basura. Los inversionistas temblaron ante un posible impago y las tasas de interés se dispararon hacia finales del 2011.

La preocupación invadió al resto de Europa: la banca del continente estaba interconectada y muchos mantenían deuda griega entre sus activos. Al no pagar Grecia, corrían el peligro de quebrar y una recesión resultaba inminente.

Alemania y Francia resolvieron entonces otorgarle nuevos préstamos al gobierno griego, mismo que tuvo que aumentar los impuestos y recortar el gasto público para solventar el pago. La población resintió el golpe y enojada salió a las calles.

En la imagen, agentes de la policía antidisturbios chocan contra un grupo de manifestantes durante un acto de protesta contra la política de austeridad.

En medio de la desesperación por renegociar la deuda, Grecia va a elecciones parlamentarias en 2012. Un par de años después, el ya cansado pueblo griego opta por un cambio de timón en el gobierno: la izquierda radical de Alexis Tsipras.

En 2015, el nuevo primer ministro envió al parlamento medidas para paliar la pobreza de los más desamparados, pagar las pensiones y detener las privatizaciones. En la gráfica, Tsipras cuestionado en una entrevista televisiva.

Y es que se estancaron las negociaciones entre el primer ministro y sus acreedores -el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo- quienes no cedían a una prórroga para que el país liquidara el ya multimillonario adeudo.

Ante la posibilidad de que los acreedores cortaran las líneas de liquidez a los bancos griegos, Tsipras anuncia su cierre para evitar la salida de capitales e impone el llamado "corralito", el cual limita los retiros en cajeros automáticos.

El FMI declara a Grecia oficialmente en moratoria. Los acreedores ofrecen apoyo pero a cambio de durísimas medidas, tal como ajustes en la edad de jubilación y todavía mayor austeridad.

Cientos de adultos mayores acuden en masa a cobrar parte de sus pensiones, pues no cuentan con tarjetas de crédito o débito para cobrarlas.

La población decidirá en referendo si su país acepta las condiciones de los acreedores. Hartos, los ciudadanos no quieren saber más de la Unión Europa y exigen recuperar su antigua moneda. En las calles arguyen: "el dracma es mejor que el sometimiento".

Una salida de Grecia del euro sería histórica y podría tambalear la credibilidad de esa moneda porque ¿quién garantiza que no se repita el caso griego en otros miembros de la Unión Europea? Mientras tanto, el dólar se fortalece.

Esta historia apenas comienza...

* Fotografías tomadas por distintos reporteros de la agencia española EFE

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