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Por Isis García
Dicen que andar en bicicleta nunca se olvida. Parece fácil, pero no lo es. No es sólo subirse, mantener el equilibrio y empezar a pedalear. No es lo mismo en Oaxaca, que en la Ciudad de México, que por las calles de Troyes, en la región Champagne-Ardenne en Francia.
Me estrené en el arte de la bicicleta a los cinco años. En mi pueblo natal, Matías Romero, en Oaxaca. Una zona rural de calles anchas, sin muchos autos. Y aunque no hay cultura vial, no había de qué preocuparse porque no hay vialidad. Mi juego favorito de la infancia era darle la vuelta a la manzana con mis primos. Íbamos todos juntos en nuestras bicicletas al río. No nos importaba llegar, sólo queríamos pedalear tres kilómetros seguidos.
En Oaxaca aprendí lo básico, eso que nunca se olvida. Comprendí del sistema de transmisión. Aprendí a poner las velocidades adecuadas para cada subida. A no salir sin casco. Aunque nunca entendí eso de las rodilleras y las coderas. Tampoco me acostumbré a los guantes, que me hubieran ahorrado muchos raspones en la ciudad de México.
Cuando cumplí 18 años, me aceptaron en la Facultad de Ingeniería y me fui a vivir solo por primera vez. Ser ciclista fue una de las grandes ventajas y desventajas de mi estancia en el DF. Gastaba menos dinero que otros de mis compañeros de provincia porque usaba la bicicleta para transportarme, pero sufrí más accidentes que muchos de mis colegas en mi paso por la universidad.
Infortunios fruto de mi propia imprudencia, de automovilistas y peatones descuidados. Fui de caídas con raspones en las manos, hasta problemas en la cadera y las rodillas que me convirtieron en paciente frecuente del quiropráctico.
Desde Francia, me desmotiva leer sobre los accidentes trágicos de ciclistas en el DF, como la chica que conducía una ecobici sobre Paseo de la Reforma, atropellada por un conductor del transporte público. Al principio me parecía muy extraño, pero aquí en serio sólo tienes que preocuparte por pedalear.
La ciudad de Troyes es pequeña. Me recuerda a los pueblos mágicos de México, está llena de historia en su arquitectura, pero con alumbrado moderno. Y lo mejor: está repleta de bicirutas.
En Francia todos tienen una idea similar sobre conducir, porque es obligatorio tomar un curso de manejo y un examen. En México, cuando mi padre y mi tío me enseñaron a manejar, descubrí que cada quien tiene su propia idea de cómo deben ser las cosas.
En Troyes nunca he visto que un carro rebasé a un ciclista. Ni que un peatón cruce por la ciclopista. Las calles son muy diferentes, están mejor planeadas, cada quien tiene su lugar y todas las partes respetan eso.
El aire también es distinto. En la ciudad de México tres horas me bastaban para cansarme, aquí he pedaleado durante siete horas y no me siento tan agotado. El clima, por supuesto, ayuda mucho. Pero no es lo mismo andar por una ciudad contaminada, que por una ciudad verde. Se nota en el ritmo de la respiración.
Los paisajes también son distintos. En Troyes mi ruta preferida es la ciclovía que llega hasta el Bosque del Lago de Oriente. En el camino hay granjas, el río que atraviesa la ciudad, canales y árboles perennes.
En la ciudad de México los paisajes no son menos bellos. Se ven cosas que nunca se podrían ver aquí. No acostumbro hacer rutas porque es muy difícil seguirlas, por el tráfico de la ciudad.
En una ocasión iba por Insurgentes Sur, a una velocidad de más o menos 30 km por hora. Me distraje un momento con un hombre que con rastrillo en mano, estaba rasurándose usando como espejo uno de los espectaculares en la parada de un camión. Las personas a su alrededor lo estaban fotografiando con sus celulares. Bastaron esos segundos para que me estampara contra la puerta de un taxi. “Ay, no. Otra vez” se quejó el taxista. Pobre hombre, creo que le pasa seguido.
A pesar de todo, no cambiaría mi vida de ciclista en México, por una aquí en Francia. No cambiaría el ciclismo de montaña en Puebla por una vuelta a la región de la Champagne. Apenas llevo tres meses estudiando en la Université de Technologie de Troyes y probablemente mis percepciones no sean las más atinadas, pero me parece que en México somos más creativos…
#PonteYolo
Se espera que para 2019 en Oslo, capital de Noruega, no haya autos y sólo transiten bicicletas y transporte público.
De acuerdo con la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, en 2015 han habido 207 accidentes de ciclistas en los que se involucran vehículos. La cifra de estos percances no ha dejado de aumentar desde 1997: http://goo.gl/V4ftqX
Una mejor cultura vial es tarea y responsabilidad de todos: http://goo.gl/x5RTD
Agradecimiento especial a nuestro entrevistado Rodrigo Armenta.
Por Isis M. García Martínez
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.
@IsisConVelo
Ilustrador. Elihu Shark-o Galaviz
@elihumuro
ponteyolo@gmail.com
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