Recuerdo que cuando apareció Trainspotting (1996) hace alrededor de 20 años, la distribuidora en México la llamó La vida en el abismo. Por un lado, el nuevo título resolvía los problemas de pronunciación para muchos pero por el otro hacía que la película pareciera un comercial antidrogas. Peor aún: cuando se transmitió en la televisión abierta —ahí la vimos los que no pudimos entrar a la función en el cine—, el comercial de Canal Cinco la anunciaba con su clásica voz en off abaritonada y la pasaba a altas horas de la noche para tentar quizá sólo a los fans, y entre ellos, sólo a los que soportaran el doblaje en español. El extraño y moralista título ha vuelto para la segunda parte, Trainspotting 2 (2017), pero me rehuso a llamarle así aunque quizás esta vez le quede mejor a la película.

Si la primera Trainspotting fue un despliegue demencial de cinismo, ironía y un estilo que superaba incluso el frenesí con el que Martin Scorsese filmó la secuencia final de Buenos muchachos (Goodfellas, 1990), Trainspotting 2 es la versión adulta —aunque no necesariamente madura— de la original. El estilo del director Danny Boyle sigue ahí pero el tono es casi completamente opuesto al de su película de 1996. En aquella, Boyle nos introdujo a la sociedad de los heroinómanos en Edimburgo de manera similar a como Scorsese nos explicó la mafia. Ambas cintas eran la historia de un sistema social. En Trainspotting aprendimos de unas vidas inimaginables para muchos y si alguien sintió terror alguno jamás se debió a la narración subjetiva del protagonista, Renton (Ewan McGregor), que raras veces expresó vergüenza y más bien intentó celebrar su vida y sus sórdidas decisiones hasta la última de ellas: traicionar a sus amigos y robarse el dinero que habían ganado en una transacción de heroína.

Desilusionado por la vida que ha llevado e inventando una familia que nunca tuvo para justificar su exilio en Amsterdam, Renton vuelve 20 años después a Edimburgo. Cuando llega se encuentra con una edecán que tiene problemas para pronunciar el nombre de la ciudad a la que da la bienvenida. Renton le pregunta de dónde es. Ella responde “Eslovenia”. Boyle nos invita a pensar que su nueva película es también una sátira social donde veremos la relación entre la economía y las vidas de estas personas, pero Trainspotting 2 está más definida por su primera imagen. Al igual que en la primera parte, Renton está corriendo, pero esta vez no huye en una persecución. Se encuentra en una caminadora en un gimnasio, un ambiente mucho menos peligroso que la primera vez que lo vimos, más aburguesado, incluso. De repente, Renton cae y se queda tumbado en el suelo. Trainspotting 2 es la historia de una caída o, más precisamente, una recaída.

Cuando aparece Spud (Ewen Bremner) nos damos cuenta de que no es sólo Renton o su grupo de amigos quienes regresarán al pasado sino también el propio Boyle. Estilísticamente, la película es exactamente igual a su predecesora. Los cortes tienen una frecuencia de no más de cuatro segundos entre sí cuando habla el ansioso Spud. Más adelante nos encontramos con ángulos torcidos, cambios en el formato visual que emulan los colores de la primera película y algunos otros trucos como ilustrar el ascenso de un elevador con números que se van encendiendo en el costado de un edificio. Lo único que no vuelve de la misma forma es la banda sonora, que parece prohibida para los protagonistas. Cuando Renton intenta escuchar el himno “Lust for Life”, de Iggy Pop, se aleja espantado después de las primeras dos o tres notas. “Born Slippy”, de Underworld, se deja escuchar como un zumbido que nunca comienza del todo. Cuando los protagonistas van a conmemorar a uno de sus caídos Simon, antes conocido como Sick Boy (Jonny Lee Miller), dice: “Nostalgia, eso es por lo que estamos aquí”. Pareciera que se refiere a la película misma.

Aunque hay un par de digresiones en que Simon y Renton roban a un grupo de nacionalistas protestantes o discuten el legado y la caída del futbolista irlandés George Best, el tema de Trainspotting 2 no es el estado de la nación y sus efectos en el adicto común sino el retorno y la reconciliación de un hombre con sus amigos y su medio. Es una anulación de la primera película: moralista, arrepentida y aun así repetitiva de las fórmulas originales. Después de reencontrarse con Sick Boy y Spud, Renton vuelve a planear con ellos un gran negocio, esta vez un spa/burdel ideado por Sick Boy, pero el violento Begbie (Robert Carlyle), recién escapado de la prisión, pone en peligro sus proyectos y sus vidas.

En la industria del videojuego y el anime, a los elementos diseñados para los fans se les llama fan service. Trainspotting 2  busca complacer no a una audiencia nueva sino a una que creció viendo la película original. Sin embargo, con un tono tan nostálgico, tan melancólico, me cuesta trabajo creer que los fans puedan sentir lo mismo que en 1996, salvo que la película tenga ahora la puntería para acertar en el corazón de quienes, como los protagonistas, vieron sus ilusiones perdidas. Es la versión sucia de “The Fools Who Dream”.

En detrimento de la película, el desenlace es, por una parte, el mismo que el de Blade Runner (1982), con violentas persecuciones en la lluvia, y por la otra una resolución enteramente sentimental en la que se acaba por despeñar la trama. No me atrevo a describir más pero me parece una detracción de lo que se había construido durante la primera película e incluso durante cierta parte de esta segunda entrega. ¿Le hace daño Trainspotting 2 a su predecesora? No. En todo caso, le hace daño a su director, que salvo por el ambicioso fracaso La playa (The Beach, 2000) y Exterminio (28 Days Later, 2002) nunca logró una película tan estéticamente exitosa, tan inventiva y tan amoral como la primera Trainspotting.

Google News

Noticias según tus intereses